Estados Unidos lanzó anoche un ataque con misiles contra una base aérea en Siria, ordenado por el presidente Donald Trump, a pesar de una severa advertencia de Rusia sobre las "consecuencias negativas" de una acción militar unilateral. Según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH), al menos siete soldados sirios murieron en los bombardeos que "destruyeron casi totalmente" una base aérea del régimen. Según la agencia de noticias oficial siria, Sana, nueve civiles murieron.
El ataque es "vital para la seguridad nacional", dijo el propio Trump, quien recordó que el líder sirio, Bashar al Assad, atacó con gas neurotóxico a "hombres, mujeres y niños indefensos".
Para Trump, "todos los países civilizados" deberían contribuir al fin del conflicto Siria".
Este ataque constituyó la respuesta estadounidense a un presunto ataque químico que dejó al menos 86 muertos esta semana en el noroeste de Siria y provocó la indignación de la comunidad internacional. Washington culpó a Assad por el ataque.
Trump no buscó a los aliados de Estados Unidos ni al Congreso. Con su joven presidencia deshilachada, acorralada por los traspiés, su alicaída impopularidad y el escándalo del Rusiagate, decidió actuar solo, por instinto, sin la prudencia -o inacción, para sus críticos- que caracterizó a Obama, desoyendo los riesgos que le marcaron desde el propio Pentágono.
Impulsiva o no, la decisión de Trump torció el rumbo de su presidencia. Como él mismo lo reconoció esta semana, Siria, ahora, es su responsabilidad.
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