domingo, 29 de agosto de 2010

THE FINAL FRONTIER


Debe ser complicado estar en los zapatos de Steve Harris y la mochila de Iron Maiden sin duda conlleva una pesada carga mediática. Claro, siempre hemos sabido que hay una delgada línea que divide lo que la banda quiere hacer y lo que los fans quieren que la banda haga. La autosatisfacción artística versus la complacencia masiva. En ese sentido, el actual sexteto siempre se ha jactado de ser una banda sin compromisos y que sigue sus propios instintos sin seguir ninguna regla pre-establecida o dictaminada por el mainstream musical.

Toda esta reflexión viene al caso porque cuando se trata de contextualizar un nuevo disco de Iron Maiden, no sólo se trata de analizar o intentar juzgar 10 nuevas canciones; no, los alcances y repercusiones van mucho más lejos y hay tal nivel de polaridad que para algunos es una cuestión “de vida o muerte”, en la postura ideológica sobre lo que debe ser el arte -en este caso la música-, se entiende. Creo no equivocarme que luego dos multitudinarias giras consecutivas de su aclamado “Somewhere Back In Time” tour y el anuncio del grupo de volver a grabar el nuevo álbum en los míticos estudios Compass Point en Nassau, en Las Bahamas (lugar donde la Doncella grabó varias de sus gemas), le abrieron el apetito a muchos pensando que Maiden volvería de alguna forma a conectarse con ese pasado glorioso e insuperable, donde a partir de “The Number of the Beast” (1982) hasta “Seventh Son of a Seventh Son” (1988), el grupo ofreció cinco discos de estudio absolutamente definitivos para la historia del metal.

Pero nada de eso ocurrió, y el grupo siguió de forma inalterable con el mismo patrón musical que instauró con el regreso de Bruce Dickinson y Adrian Smith a partir del disco “Brave New World” (2000). Es increíble comprobar cuan hermética puede ser la esencia creativa de la banda, que se mantuvo incólume e inalterable a pesar del bombardeo de estímulos “nostálgico-ochenteros” a los que estuvieron expuestos en las últimas giras que la banda hizo. El caso de “The Final Frontier” está un peldaño por debajo de “A Matter Of Life And Death” pero definitivamente por sobre “Dance of Death” y peleándole el puesto a “Brave New World”, aunque al final quizás no alcance su mismo brillo inicial, porque claramente “The Final Frontier” no es un disco de impacto tan inmediato, pero que sí va creciendo con cada nueva escucha.

De esta forma llegamos al final del disco número quince de Iron Maiden, su trabajo más largo en duración, superando los 73 minutos y el que demoró más tiempo (cuatro años), en ser editado; por ahí puede haber una clave pues la banda se pasó la mayor parte de ese tiempo en gira, luego tomó un pequeño descanso y luego en pocos meses ya tenían el disco listo, quizás presionados por tener algo nuevo que mostrar pronto. Y esa es la sensación que al menos a mi me queda, que es un buen álbum, pero que pudo ser mejor con más tiempo de trabajo, cuidando un poco más los detalles, no siendo tan obvios y reiterativos con algunas fórmulas.

Me da la impresión de que Kevin Shirley se ha transformado en un productor complaciente, que encuentra bueno todo lo que la banda hace; y creo que su papel hoy se limita a ser sólo un ingeniero de sonido, algo similar a lo que pasó con Bob Rock y Metallica en los noventa. Quizás por ello, una buena apuesta sería hacer un cambio de productor para el próximo trabajo, alguien como Roy Z o Andy Sneap que puedan extraer sólo lo mejor de la banda. Pero, ¿estará el jefe Harris dispuesto a escuchar un consejo? Finalmente, Maiden es Maiden y por algo está donde está.




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