viernes, 29 de julio de 2011

EL PLOMO EN LA CABEZA DEL ENEMIGO


No ha muerto Recaredo Galvez, ninguna comisaría se ha adornado con su cuerpo acribillado... aún. Aún no ha muerto, aún no ha sido asesinado Recaredo, pero ¿cuánto falta? No será su cuerpo el que reciba la bala perdida, el golpe de sus propios compañeros exaltados, terroristas, violentistas como informará la prensa, en los días próximos, cuándo nos maten a un hermano, a un compañero, a un vecino.

Qué evidencias adicionales se requieren para entender que Carabineros de Chile es una organización ilícita terrorista que es amparada por jueces, por políticos de todos los colores, y en especial por este excrecente gobierno. Que concursan todos de algo que hacen llamar institucionalidad democrática, una entelequia que no posee reglas claras, ni escritas, ni conocidas por nadie más que por los cincuentamil ricachones que son dueños de esta franja angosta, nada más que un fundo para ellos.

En cada apaleada que nos propina un psicópata uniformado deducimos las mentadas reglas, ninguna de ellas mencionada en una constitución política que consagra la ley de la selva, la ley de Moraga, y la ley del embudo y aún así no se respeta ni en la letra, ni en la mera formalidad que están adoctrinados a hacer respetar, antes de cualquier consideración, la sarta de leguleyos que no son más que guardias de centros comerciales provincianos vestidos de trajes caros tejidos en poliéster. Sí, en poliéster, porque esta banda de buitres amancebada se encandila con la moda y su viveza sólo tiene un lugar en este fundo en donde son subsidiados intelectual y moralmente hasta el punto de posar por ciudadanos respetables.

Amaestrados para torcer la verdad cuantas veces sea necesario, compareciendo como espiritistas de la ley y así forzar su letra y su más caro, y obvio espíritu.

Y no son los peores.

Otros más limitados, incapaces de empinarse al rabo que succionan devotamente éstos, terminan de pacos o periodistas ¿Quien será el primero en darme una diferencia entre los de fusil y los de micrófono? Y nosotros esperando el turno de ser tumbados, de que nuestra casa sea violentada, que nuestra biografía sea presentada como prontuario, que a un amigo, a un compañero, a nuestra amante, una bala acabe con su vida, un juicio montado le arrebate su vitalidad.

Estoy harto de los ultra pacifistas, mi cabeza será un trofeo para el enemigo porque no pienso regalárselas. No se las ofreceré como garantía de mis ideas delirantes o de una estúpida forma de comprender la consecuencia.

Yo soy humanista, defiendo a los humanos y sus métodos no a las bestias y los suyos. Y cuando pienso en la humanidad sé bien que ella la comprenden seis mil millones de personas y no los cincuentamil ricachones chilenos, ni su banda de asesinos de uniforme verde que son cincuentamil más.

¿Y porque ellos no son humanos? - Me pregunta el ultra pacifista.- No porque ellos te deshumanicen los vas a deshumanizar tu, es una manera que tienen de vencer en ti. De ese modo te convierten en un fascista y tu no te das cuenta.

Demasiado tiempo en pensar huevadas tienes señor pacifista. Tus mariconadas no califican de excusas, son conversaciones válidas a la hora del té mientras se juega canasta en la casa de tu suegra, pero no poseen ni el más mínimo asidero cuando te están apuntando con bala pasada. En ese punto estamos, esperando que nos maten a un ser querido, ofreciéndoles nuestra vida no como trofeo sino que como un regalo, como el conejo cegado en la carretera y que hay que sacar con una espátula del parachoque. Eso somos, en eso nos hemos convertido. Lea bien, en eso nos hemos convertido, la culpa no es de los ricachones, ni de sus ejecutivos, ni de su corte de tinterilos, ni de los cincuentamil pacos.

La culpa ha sido y es nuestra. Juegan al tiro al blanco con nosotros porque nos hemos convertido en patos demasiado buenos.

Pierden el pulso, y aprietan la mano, porque están nerviosos pero no nos tienen miedo, sólo están nerviosos, y nos matarán a muchos mientras no recobren el control, y nos matarán a miles silenciosamente una vez que se reinstale la normalidad.

Qué estamos esperando para hacerlos cagarse en sus pantalones. No quiero cobrar en sangre, ojo por ojo, palo por palo. Ello es torpe y moralmente es propio de las bestias uniformadas.

Juegan al tiro al blanco con nosotros porque somos cobardes y, también, porque nosotros no jugamos al tiro al blanco con ellos.

¿Me van a decir que los ricachones no tienen claro el lugar que ocupan en nuestro país y en nuestro planeta? ¿Me van a volver con mariconadas tales como que la verdad depende del cristal con que se mire?

Ellos no son humanos, ellos no son humanos, ellos no son humanos, ellos no son humanos.

Ellos son más que el enemigo, son la ofensa contra la humanidad, son la negación de todo diálogo, de toda racionalidad, de toda posibilidad de humanidad.

Y a estas alturas de la noche fría la vía se bifurca en dos caminos opuestos. O nos formamos en la fila de los patos y saboreamos el plomo que nos disparen en la cien o nos hacemos valientes y gloriosos y emprendemos la tarea de echarlos a patadas.

Pero antes de echarlos a patadas se debe matar no a uno sino que a varios pacos. No a uno sino que a varios de estos cincuenta mil ricachones. No es por vendeta ni por justicia. Es, ha sido y seguirá siendo así la política. Son las reglas del juego.

Ellos no nos respetarán, nunca lo harán, por lo tanto deben temernos. Y mientras más injusta sea la muerte, mientras más gratuita, mientras más al peo sea la muerte de ellos más profundo será el temor, el sucedáneo de respeto que podemos imponer, ese es el modo en que actúan a diario con nosotros.

No necesitamos pedir armas a Cuba y desembarcarlas en Carrizal. No necesitamos un ejército ni una organización. Tenemos todo lo que se necesita. Es la hora de devolver el fuego, incluso, es la hora de abrir el fuego antes de que nos reunamos en un funeral de un querido, de un humano.

Unos pacos muertos en la calle al peo, unos hijos de papá muertos al peo, veremos después de eso si se atreven a seguir tratándonos del modo en que lo hacen. No necesitamos magnicidios ni mártires, urge hacerlos sentir la incertidumbre de ser los próximos, la impotencia de ser víctimas gratuitas e inmerecidas.

Es la hora de saborear el dulce sabor del plomo en el cuerpo del enemigo.

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