Presentación
Animado por el compañero Ricardo Fuego y su crítica del texto «Por qué necesitamos un partido revolucionario», del grupo trotskista del Estado español Izquierda Revolucionaria, me decidí a leer ese texto a fondo y a realizar una aportación al respecto.
Mi trabajo se ha dirigido a esclarecer los fundamentos teóricos del texto, considerando que, en lo que respecta a su trascendencia práctica, la crítica ya ha sido desarrollada cabalmente por Ricardo, en su artículo «Por qué NO necesitamos un partido revolucionario». En consecuencia, procuraré no extenderme en esos aspectos más prácticos, y centrarme en aportar otras perspectivas, más teóricas, sobre el asunto.
¿Que tipo de organización necesita la clase obrera?
El planteamiento acerca de la "necesidad de organizarse" (en el sentido que le dan IR) surge en las luchas como una expresión de la debilidad o del fracaso de las mismas, no como una expresión de su fortaleza.
La verdadera necesidad de organización no se presenta cuando las luchas "se han dado o se están dando", sino cuando estas se encuentran en una fase avanzada de preparación. Las luchas que "se han dado" o "se están dando" tienen o tenían ya una organización, mejor o peor. La organización es una dimensión inherente a la acción. La espontaneidad absoluta o pura no existe. La cuestión es, entonces, qué tipo de organización es necesaria.
Si nos situamos en la perspectiva de luchas ya terminadas o en curso, el planteamiento real no será "hay que unir las fuerzas contra el capital", sino: "nuestras dificultades y derrotas provienen (exclusivamente o no) de la falta de organización"; o bien "para conseguir ampliar la lucha necesitamos más y mejor organización" (lease en ambos casos: división del trabajo y delegación).
La reclamación de que es necesaria una organización como una condición previa a la lucha y relativamente independiente de ella proviene de un punto de vista que se sitúa fuera de la lucha misma, y que niega la continuidad entre la organización espontánea de la clase en lucha y la creación de formas de organización destinadas a funciones de preparación (en el sentido más amplio del término) de las luchas venideras.
En cambio, en la lucha misma y durante su preparación, cuando el proletariado está desplegando su energía, creando relaciones sociales para la discusión y la intercomunicación de l@s proletari@s implicados en el combate, la organización se presenta siempre como un elemento constitutivo de la praxis de lucha, de la autoactividad proletaria, siendo su producto y estando determinada por sus objetivos inmanentes.
La esencia de la organización proletaria no es la técnica, esto es, la creación de una división del trabajo en el movimiento proletario, sino la cooperación misma de l@s proletari@s. Esta cooperación va generando, de acuerdo con su intensidad, amplitud y conciencia de sus intereses, una división del trabajo, dando lugar a diversas formas de organización. El conocimiento técnico de la organización sólo tiene utilidad si se subordina a las características que asume la autoactividad de l@s proletari@s. Su separación de esta autoactividad implica adoptar el punto de vista de un especialista en la organización, desplazar el problema del campo de la lucha de clases y el desarrollo de la autoactividad de las masas proletarias, al campo de la lucha de partidos y del desarrollo de esos partidos.
Lo que en realidad plantea el texto de IR es que la clase obrera necesita una forma de organizarse que no sea puramente inmediata al proceso de lucha, y que no sea concebida como una simple prolongación momentánea (mientras dure la lucha) de la autoactividad de l@s proletari@s que están luchando. Pero este enfoque de la cuestión es idealista. No entiende la organización como un componente inherente a la lucha, atribuyendo la señalada interdependencia entre lucha y organización en sus formas inmediatas a la ignorancia del proletariado (que no sabría hacer más que eso). Su planteamiento de la cuestión tiene que llevar, así, a considerar la organización como algo que puede existir autónomamente frente a la lucha de clases, que puede funcionar como una fuerza determinante en el curso de las luchas, en lugar de ser determinada por ellas.
En fin, la necesidad de la organización existe, no cabe duda. La cuestión es el carácter de la organización. Incluso quienes puedan negar la organización de clase, afirman la necesidad de la organización social creada por el capitalismo.
Las raíces prácticas de la forma partido
En general, la clase obrera se organiza para la lucha. Sólo mediante su unidad colectiva sus capacidades individuales pasan a constituir un poder capaz de transformar su situación práctica -o sea, en mayor o menor medida, la sociedad-. La organización no existe como algo separado de la lucha y de la conciencia de la necesidad de ésta. Esto sólo lo parece, debido al hecho de que las organizaciones particulares pueden, una vez creadas, seguir subsistiendo como entes aparentemente dotados de vida propia. Esta ilusión es la base práctica del fetichismo de la organización.
El partido, como forma de organización, es un tipo de estructura que, por definición, existe sólo en oposición a otros partidos y para luchar contra ellos. No es una unidad colectiva dirigida a transformar la situación (objetiva o subjetiva), sino una unidad para luchar contra otras fuerzas políticas, por la adhesión de las voluntades de los individuos.
Por supuesto, la justificación de su existencia es que esas otras fuerzas se oponen a la transformación de la situación, y que la adhesión de los individuos es necesaria para ese fin. Pero, de hecho, el partido no tiene como función la transformación social. Esta es la cuestión. Su función es transformar las relaciones de poder. Se ocupa de las mediaciones, no de la actividad humana como un todo. Es el reflejo político de la separación entre el trabajo y los medios de trabajo y de su relación alienante que subordina el trabajo vivo a la dinámica ciega de la acumulación.
Existe, pues, una contradicción entre la forma partido y la pretensión de que desarrolle funciones revolucionarias. Dado que su objeto son las relaciones de poder, el partido no puede ser una organización emanada directamente de la lucha de clases. Su origen no está en la práctica de la lucha, sino en determinada forma de conciencia acerca de esa lucha, que adopta un punto de vista exterior a la misma. Este origen teórico es la conciencia dominante, ya que es la burguesía la que ha creado los partidos políticos, pero su origen práctico está en el bajo desarrollo de la autoactividad proletaria, que crea la falsa conclusión de que la clase misma no es capaz de ir más allá de determinado nivel de lucha, conciencia y organización. Al emanar de esa conciencia falsa, el partido obrero es una organización que, de hecho, pretende (o al menos desearía) existir sin tener en cuenta la lucha y la conciencia del proletariado, y que lleva en sus genes la subestimación de las capacidades de la clase en conjunto.
Partido, vanguardia y poder
Cuando el partido obrero se proclama organización del "sector más avanzado" de la clase, está definiendo éste último, de manera implícita, como el "sector más avanzado políticamente". En el lenguaje del partido, esto quiere decir: el más avanzado en la lucha por el poder. No se trata del más avanzado en la lucha de clases real, del sector más avanzado prácticamente en la lucha. Este sector no es el que interesa realmente al partido.
Lo que el partido necesita no son luchadores conscientes por la emancipación de la clase, sino trabajadores eficientes en pro de la realización práctica del programa del partido. Al luchar por cambiar las relaciones de poder, el partido lucha implícitamente por ocupar un lugar en esas relaciones de poder cambiadas -incluso aunque, en teoría, se pueda plantear renunciar al poder-. Se encierra a sí mismo en la lucha por el poder, porque esa es la lógica de su función y su estructura, y los individuos que lo forman se convierten en prisioneros de esa dinámica de actividad.
Si la estructura del partido revolucionario se conforma agrupando a l@s individuos más avanzados políticamente, a los más capaces de ejercer un poder; su diferencia fundamental en comparación con los otros partidos es que su principal objetivo no es -en el supuesto de que se trate de un partido sinceramente "revolucionario" y "proletario"- el poder del Estado existente, sino el poder de un Estado futuro, poder que está latente en la propia existencia del proletariado. O sea, su objetivo es ejercer el poder del proletariado. Para ello, cuenta con el presupuesto pseudo-lógico de que, si el proletariado no es autoconsciente, no puede, por tanto, ejercer el poder que ya tiene a raíz de su posición en la producción. (De ahí la insistencia en que el potencial revolucionario del proletariado se deriva de su "posición en la producción", en lugar de poner el acento en su capacidad para la autoorganización espontánea y en su tendencia, determinada por su ser social, a negar prácticamente la propiedad privada).
El partido es el sujeto ejecutivo del poder de la clase. En esto se resumen todos los discursos pseudorrevolucionarios acerca de la necesidad de la dirección, del liderazgo, de una teoría revolucionaria, etc., y que en nada contribuyen a clarificar las cuestiones que pretenden resolver porque su punto de vista sobre la lucha de clases y el desarrollo del proletariado como sujeto revolucionario es esencialmente abstracta. La abstracción de la lucha, inherente a encuadrar la actividad propia en la forma partido, que es una organización exterior a la lucha, conlleva a su vez a reproducir esa abstracción a nivel mental, desarrollando ideologías de partido. Por supuesto, para el adepto al partido, estas ideologías son la máxima expresión de la conciencia de clase, precisamente porque para él la conciencia de clase es esencialmente una conciencia política, no una conciencia social total.
La idea del partido como sujeto efectivo del poder de la clase significa, prácticamente, que cuando más se desarrolla el poder del partido, menos poder real tiene la clase. La dirección del partido es la autoalienación de la clase como sujeto político, es el poder de la clase puesto fuera de ella y autonomizado como un ente autoexistente. La conciencia de la necesidad del partido y su ideología política nada tienen que ver con la lucha obrera y su necesidad de organización. La consideración de la organización como previa a la lucha es la justificación ideológica de su existencia, lo mismo que la oposición adialéctica entre espontaneidad y organización. En el momento en que se comprende que los levantamientos proletarios generan su propia organización y su propio pensamiento, y se ve su insuficiencia como un problema de desarrollo de totalidad, no de dirección política, entonces toda la concepción del partido se derrumba.
Las características que debe tener la organización revolucionaria de vanguardia
En cambio, los grupos revolucionarios dedicados a la autoclarificación de la clase, mediante el desarrollo y la lucha teóricos, no están en contradicción con el autodesarrollo del proletariado como sujeto político práctico, con el ejercimiento por la clase de su poder transformador inherente. Su praxis específica de grupo tiene, como fin inmanente, el crecimiento de la autoactividad y la conciencia de la clase hasta el punto en que las funciones de los grupos sean completamente asumidas por las masas mismas. En su relación con la clase, ellos funcionan como grupos de opinión y dinamizadores políticos, esto es, actúan del mismo modo que lo hacen l@s propi@s obrer@s en general, sólo que de modo consciente, colectivo y autodisciplinado. De este modo, el fin inmanente a su actividad no es otro que cambiar la situación colectiva, sólo que actuando sobre el conjunto de la clase para estimular su autodesarrollo.
La militancia en un partido político se define por su adhesión a una ideología, programa y disciplina interna. La militancia en un grupo revolucionario se define por un compromiso práctico con el desarrollo de la teoría y el programa, y este mismo trabajo práctico interno y externo es el que define la disciplina, que en esencia es siempre una autodisciplina, un aspecto de la praxis consciente y libre.
La teoría que el partido elabora es una autojustificación de su existencia; su objetivo no es comprender la experiencia de la clase como un todo interrelacionado, sino entenderla a la luz de los requerimientos de su propia función partidista. Sus "lecciones" acerca de la lucha de clases no se refieren a lo que la clase obrera necesita, sino a lo que la clase obrera necesita del partido. El planteamiento de totalidad es excluído, porque considerar a la totalidad de la clase obrera como sujeto consciente y actuante en desarrollo, es algo que se opone a la convicción de la necesidad del partido. La única solución a esto sería considerar el partido como una "necesidad provisional", pero seguirían subsistiendo las demás contradicciones y, entonces, habría que justificar esta necesidad "provisional". En el fondo, este es el papel que cumple el argumento de Lenin de que la clase obrera no puede llegar, por sí misma, a la conciencia socialista.
El militante de partido tiene por objeto difundir las ideas del partido, el militante no partidista el desarrollo de la conciencia general. El militante del partido ve en el desarrollo del partido la expresión de la maduración de la clase, el militante no partidista en el desarrollo de la autoactividad consciente de las masas.
La aspiración del militante de partido es el poder, que formalmente será creado por la clase, pero que, en realidad, estará en manos del partido; un poder que, si bien en la revolución se expresará directamente como poder político, en el desarrollo previo, dentro del capitalismo, adopta la forma de "dirección política" y "autoridad ideológica" del partido sobre el movimiento de lucha. La aspiración del militante no partidista es la verdad; pero no una verdad teórica, aprehensible únicamente por el conocimiento conceptual, sino una verdad práctica y que se realice en forma práctica. En consecuencia, el primero considera que lo más importante son las cualidades del poder: la eficacia, el orden, la estabilidad de la organización, la unidad de propósito, etc. El segundo considera como lo más importante las cualidades prácticas de la verdad: la coherencia con la finalidad, la creatividad, el dinamismo, la integridad de propósito.
Así, si la coherencia con la finalidad significa temporalmente no tener logros; si la creación de nuevas formas de actividad humana significa pasar por un período de desorden relativo; si el dinamismo significa debilitar las estructuras organizativas; si la integridad exige la ruptura de la unidad; como todo esto también forma parte de la realidad, el militante revolucionario no partidista es capaz de asumirlo, analizarlo, valorarlo y buscar el modo de actuar en consecuencia (aunque, por supuesto, tenga para ello que desarrollar su capacidad teórica). Pero quienes ponen su objeto en una forma de poder, tienen que abandonar la visión de totalidad o, mejor dicho, subordinarla a ese aspecto parcial de la totalidad, deformándola en función de sus aspiraciones subjetivas (aspiraciones que, por otra parte, no pueden reconocer, ya que la concepción del partido como portador de la conciencia sólo puede justificarse despojando a la conciencia del elemento subjetivo y considerándola como un "reflejo" puramente objetivo de la realidad, sólo dependiente del método teórico, que en este caso es parte de la ideología del partido).
Como el proletariado no puede liberarse sin transformar conscientemente la totalidad de las relaciones sociales, su propia condición de clase le exige la búsqueda de una comprensión verdadera de la sociedad que incluya todos los aspectos de la misma en su interrelación objetiva. Y le exige también que la dimensión subjetiva de su conciencia esté constituida únicamente por las determinaciones que provienen de su condición de clase y de sus necesidades y capacidades -reales o potenciales- como seres humanos, dejando a un lado todo lo que pueda haber del egoísmo estrecho propio de la sociedad burguesa. Por consiguiente, la teoría que elabora el partido también tiene que estar en contradicción con la emancipación del proletariado, y cuanto más se desarrolla el partido como un poder real, más se manifiesta su deformación de la teoría revolucionaria y el carácter burgués de su conducta.
El poder, por otra parte, exige la uniformidad para existir. La verdad, al contrario, exige la multiplicidad. El centralismo democrático, como ideal, significa a nivel teórico el sometimiento de la condición de la verdad (la multiplicidad de opiniones individuales y su desarrollo más amplio posible) al poder (la uniformidad de opinión). En lugar de considerar la centralización como un elemento necesario de la praxis colectiva, circunscribiéndola a los imperativos de la práctica viva, el partido funciona como un mecanismo de uniformización de sus militantes. El programa del partido no es el resultado sintético de las opiniones comunes que mantienen todos o la mayoría de sus miembros, sino que implica la supresión autoritaria de la multiplicidad de opiniones divergentes, ya que el partido exige un criterio uniforme para funcionar. La eficacia del poder depende de esta unidad de propósito forzada. En cambio, cuando lo que se busca es la verdad, es necesario combinar la unidad con la multiplicad, no subsumir esta última bajo la primera, de tal modo que la unidad de propósito se combine con la multiplicidad de opiniones. En esta visión, la verdad es algo que sólo puede determinarse colectivamente, a través de la práctica de la clase y de la democracia y debate permanentes. Por consiguiente, ninguna forma de autoridad colectiva o individual, asamblearia o delegada, puede imponer criterios teóricos. La necesidad de la clase obrera consiste únicamente en imponer los criterios prácticos a la hora de la acción, en tomar decisiones prácticas. Y su unidad no excluye, ni ha excluído nunca, la multiplicidad subjetiva, como efectivamente se reconoce en el texto de Izquierda Revolucionaria.
Por estas razones los grupos revolucionarios teóricos funcionan, también internamente, como grupos de opinión. Sólo exigen centralización democrática a la hora de definir las acciones, aunque éstas requieran de una unidad teórica que, en esa forma inmediata, excluye hasta cierto punto las opiniones minoritarias (a las que, de todos modos, no priva de la libertad de expresarse públicamente). Los partidos, en cambio, tienen en el centralismo su eje, y de esto mismo se deriva su carácter esencialmente jerárquico. El que la autoridad que se delege lo sea con la firme convicción de que esa forma de mando político es necesaria y que representa los propios intereses de la base, no altera en absoluto la cuestión. Al contrario, es evidente que la relación de poder interna al partido tiene que ser esencialmente la misma que la relación de poder externa que el partido combate, pues ello es un requisito de la eficacia del partido como fuerza política que compite con otras y como aspirante al poder sobre la sociedad frente al Estado existente, que para él no es más que el gran partido general de la burguesía.
En cambio, en la clase obrera el verdadero poder revolucionario, la verdadera unidad de las capacidades transformadoras de los individuos en una totalidad -que supera así a todas las formas de poder de la sociedad de clase, que en su base sólo tienen a una minoría de la sociedad-, no es un resultado de una centralización organizativa. Resulta de un proceso de autoliberación colectiva, que se desarrolla a través del despliegue de la autoactividad de l@s proletari@s en la lucha de clases, y que se extiende al conjunto de su vida social y personal. Sin esta autoliberación las formas de poder que puedan existir no tienen un carácter revolucionario más que en el sentido burgués. Lo mismo vale para las formas de organización en general.
Los partidos revolucionarios se quejan siempre de que la mayor parte del proletariado no actúa o piensa de modo revolucionario. Pero los propios partidos existen, de hecho, porque ni siquiera sus miembros son verdaderos revolucionarios proletarios. Comprenden la necesidad de la revolución, pero no su contenido necesario. Su asunción y apología de la necesidad del partido reemplaza al esfuerzo por su autoliberación y por la autoliberación de la clase en su conjunto. Son ellos los que necesitan el partido, como expresión de su nivel de autoactividad y de su conciencia, o sea, de su praxis; no la revolución.
El partido revolucionario no es la solución al dilema entre la necesidad de la organización y el rechazo de los partidos existentes. Todos los partidos revolucionarios han pretendido ser "una organización basada en las luchas cotidianas, en el activismo de sus afiliados y en una política clara y honesta en cuanto a la necesidad de acabar con el capitalismo". Pero la forma partido está en contradicción con esta base y tiene que deformarla hasta hacerla irreconocible. Es, finalmente, el partido el que se convierte en la base de las luchas cotidianas y de la actividad de los afiliados; el que convierte su existencia misma en la medida de la claridad y la honestidad de su política, y el que reemplaza la necesidad de acabar con el capitalismo por la necesidad de su propio autodesarrollo como organización autoritaria.
La deformación de la teoría revolucionaria, o el partido como intelectual colectivo
El partido convierte la teoría en el fundamento de la acción. Para el proletariado, sin embargo, el fundamento de la acción es únicamente la experiencia y la conciencia práctica derivada del lento aprendizaje experiencial. La teoría tiene como función generalizar conclusiones para posibilitar la extensión de la conciencia de clase mediante la comunicación, no homogeneizar la conciencia de l@s proletari@s.
El partido, como no se fundamenta en la conciencia práctica, en el sector más avanzado en la lucha de clases real, y se esfuerza por hacerle ver que la teoría revolucionaria es la generalización de su propia experiencia, tiene que destruir este papel de la teoría como mediación viva y transformarla en una ideología. Al mismo tiempo, mediante la uniformización teórica de sus miembros y su organización independizada de la clase, el partido supone la abstracción cada vez mayor de la teoría en relación a la conciencia práctica, hasta el punto de que sirva para justificar cualquier cosa y que los conceptos pierdan su sentido práctico original para adquirir otro sentido, puramente abstracto e ideológico. La emancipación del proletariado del capital pasa a significar, en las mentes de los adeptos al partido, la emancipación del partido de la opresión del Estado capitalista.
Al concebir su propia teoría como la conciencia revolucionaria, el partido actúa como una fuerza idealista que quiere imponerse a la clase en nombre de la autoridad intelectual. Actúa, entonces, de facto, como el representante espiritual de la burguesía. En lugar de ayudar a l@s proletari@s a expresar su experiencia teóricamente -y así, cuando tengan la necesaria madurez experiencial, que puedan ellos mismos desprenderse de las ideologías burguesas-; en lugar de suministrarles las armas teóricas para su autoliberación, los partidos quieren "ilustrar" a l@s proletari@s, vistos por ellos como "ignorantes" o estúpidos. Y cuando l@s proletari@s ateóricos reniegan de la teoría sólo puede deberse, en su visión, a que están prisioneros de la ideología burguesa o a que son incapaces de captar las elevadas nociones teóricas (todo lo cual tiende a llevar a giros oportunistas). Las complejidades de la alienación espiritual y su superación no son importantes. La pasividad o actividad de la clase como sujeto revolucionario pasa a medirse por su aproximación o alejamiento a la teoría y actividad del partido.
Los esfuerzos del partido no se han de dirigir a impulsar y ayudar al desarrollo de la capacidad intelectual de la clase obrera. De lo que se trata es de que ésta asuma sus propuestas. En cambio, según IR, el partido debe convertirse en "el lugar donde la historia es debatida y las lecciones de la lucha aprendidas". Resulta entonces que lo que la clase obrera puede hacer por sí misma a través de círculos de debate y otros medios abiertos, se convierte en monopolio del partido frente a la ’masa ignorante’.
El partido como tecnólogo político
Cuando IR defienden el papel del bolchevismo en la revolución rusa del 17 plantean que lo decisivo para la victoria de la revolución fue la "habilidad de un partido revolucionario en Rusia, el Partido Bolchevique, que supo guiar a la clase obrera hasta la toma del poder". Más en concreto, la "habilidad a la hora de examinar la situación, debatir intensamente sobre ella y llegar a una conclusión unificada que fuera posible llevar a la práctica".
Todo eso es históricamente falso. El partido bolchevique no llevó a la clase obrera a la toma del poder, lo tomó por su cuenta, apoyándose para ello en el respaldo de la clase obrera a sus posiciones políticas ’de puertas afuera’. En realidad, se sirvió del poder para sus propios fines. Además, en absoluto el partido bolchevique se caracterizó por su "habilitad" teórica. Será, en todo caso, por la habilidad teórica y política de Lenin para cambiar su táctica de la noche a la mañana y así guiar al partido hasta el poder, lo cual dice muy poco a favor de la concepción leninista del partido y sí mucho en contra.
Un poco más adelante tenemos una "joya" teórica. Dice: "Una pieza clave de la teoría marxista sobre el partido revolucionario es el concepto de liderazgo". Lo que significa que "cada miembro debe verse a sí mismo como un líder, sea en el trabajo, sea en el instituto o sea en su barrio". Y la "habilidad" para exponer las posiciones del partido en cada situación concreta es lo que "da a los revolucionarios el derecho a liderar dentro del partido y dentro de la clase obrera". Pero lo mejor de todo es lo siguiente: "La gente que tiene el conocimiento, la experiencia y la habilidad de liderar huelgas, protestas y campañas son la sección más consciente de la clase obrera y del partido."
Según todo esto, lo fundamental del partido es la cualificación técnica política a la hora de mandar y ejecutar, y por supuesto la convicción de sus miembros de que esto es bueno y necesario. Es más, cada miembro debe considerarse como destinado a comandar a sus compañeros "más atrasados". El que esto se plantee de tal modo que dé la impresión de que su autoridad sobre l@s otr@s derivará del convencimiento voluntario acerca de su superioridad teorica y práctica, no cambia en nada la cuestión, ni aclara cuales serán los métodos prácticos de dirección -da igual, de todos modos ya nos los imaginamos...-. Si lo que importa es la habilidad para el liderazgo, entonces quienes deben liderar el movimiento de clase son los dirigentes sindicales y de partido entrenados en la lucha de clases práctica, que todavia están "en la base". ¡Es la solución a todos los problemas, sustituir a los viejos dirigentes reformistas, ahora convertidos en burócratas apoltronados, por otros bien entrenados y con ideología revolucionaria!
Esta concepción de la política como una técnica, como un medio desconectado de su fin, es algo inherente a los partidos. Son incapaces de diferenciar entre su política de jefes y la política de clase, entre la praxis de partido y la praxis revolucionaria comunista. Toda esta teoría del liderazgo es completamente ajena no sólo al marxismo, también a la inteligencia del proletariado un poco consciente. Supone, en la práctica, que los miembros del partido se ven a sí mismos como independientes respecto al grueso de la clase (igual que lo hace el partido) y definen su acción en función de su propia visión teórica particular de lo que debe hacerse.
Pero, se dirá: eso es lo más normal del mundo, todo el mundo actúa según su propia conciencia, etc., etc.. No obstante, lo que nosotros afirmamos es simple y claro: sólo la clase en conjunto puede elaborar una conciencia colectiva; sólo la conciencia colectiva puede tener en cuenta la infinidad de aspectos a considerar; sólo a través de la deliberación y reflexión colectivas dentro de la lucha puede liberarse y comenzar a desarrollarse la capacidad del proletariado para pensar autónomamente, además de estimularse su máxima involucración activa en las acciones que se decidan. Lo otro es meramente hacer que los demás repitan lo que uno mismo dice y provoca, o bien la inhibición de la iniciativa de la clase, o bien su seguidismo servil. En cualquier caso, no es una praxis revolucionaria.
Otra necesidad, según IR, es que, "a través del debate ideológico y del trabajo práctico", el partido tiene que "probar constantemente" que sus políticas "son fundamentales para conseguir la victoria". Pero el debate ideológico sólo tiene valor cuando existe conocimiento práctico y una voluntad de reflexión activa, crítica, lo cual es bastante dificil de encontrar. Y cuando existe, dificilmente pueden l@s obrer@s ’normales y corrientes’ hacer frente a la jerga intelectual de los dirigentes de partido.
Además, si por un lado el partido no promueve una verdadera autoactividad intelectual, tampoco por otro estimula el desarrollo de la conciencia práctica. Más bien, la ideología reemplaza a la conciencia práctica, y así ocurre que los miembros de los partidos defienden ciertas prácticas no por experiencia propia, sino por simple convicción ideológica. En esto subyace el antagonismo básico entre la maduración de la clase obrera y las ideologías burguesas, y esto explica por qué una parte muy grande de la militancia de los "partidos revolucionarios" ha llegado hasta ellos con una experiencia práctica en las luchas extremadamente escasa o superficial. Así, llegamos al caso en que el supuesto "líder" tiene, en realidad, una visión práctica más atrasada que los sectores avanzados de la clase, y en consecuencia una conciencia teórica reaccionaria (o, al menos, refractaria). Sus propuestas de organización no son aceptadas por l@s proletari@s conscientes, no porque ell@s sean ideológicamente reformistas, sino porque su experiencia les ha demostrado la inviabilidad y falsedad de tales planteamientos (aunque no sean todavia capaces de sacar conclusiones positivas o de explicar racionalmente su experiencia). Pero, por supuesto, el/la militante de partido considera la "incomprensión" de la "masa" como un síntoma de atraso; es impensable para él/ella que la clase obrera pueda estar "más a la izquierda" que él/ella y su partido. Entonces, en lugar de abandonar sus dogmas y profundizar en esa conciencia práctica avanzada, lo que el/la militante de partido tiende a pensar es en formar su propio "frente único" de acólitos para así ganar presencia en la clase y poder mantener la afiliación del partido.
La construcción de agrupamientos revolucionarios y las perspectivas futuras
"No se puede esperar a un momento de auge en la lucha para, entonces, formar este partido". Este postulado parece completamente evidente si la idea básica es que el problema es la dirección de la lucha y no el autodesarrollo de l@s proletari@s individuales como sujetos revolucionarios.
Para nosotros, al contrario, lo decisivo es precisamente el despliegue de la autoactividad que tiene lugar en las fases ascendentes de la lucha. Es entonces cuando l@s proletari@s se pueden abrir a una comprensión más avanzada y a una práctica más radical. Pero esto sólo es una posibilidad. Es necesario esperar a que exista su necesidad, y que exista no en abstracto, sino que sea sentida por la clase obrera.
La consideración vulgar sobre los periodos de aflujo y de reflujo de la lucha de clases no tiene en cuenta su contenido histórico. Lo que afirman IR es que "es importante construir un partido revolucionario hoy y ahora", "participando, día tras día, en las luchas que se dan", aun cuando "la lucha de clases es de baja intensidad durante años". Entonces, dicen, los partidos revolucionarios serán pequeños, pero crecerán cuando se produzca una dinámica ascendente. (En la práctica, esto se traduce en: los partidos revolucionarios serán sectarios en un primer momento, pero luego crecerán cada vez más en oportunismo).
Para nosotros, los comunistas de consejos, la construcción de agrupamientos revolucionarios no es una cuestión de dinámica ascendente o descendente de la lucha de clases. Esto es importante, pero no determinante. El ascenso y descenso de la lucha de clases está influido por los ciclos económicos capitalistas de crecimiento y recesión; pero su forma, ritmo, calidad, dependen del curso de la lucha de clases, de las condiciones históricas y de la maduración del proletariado.
La visión vulgar atribuye al crecimiento de la lucha de clases potencialidades revolucionarias porque su concepción de la lucha de clases es reformista: que la acumulación de luchas por reformas llevará a la revolución. En el fondo, es una visión gradualista y ahistórica. Habla de la revolución como de un salto cualitativo en la lucha, pero concibe la transición entre la lucha por reformas y la revolución como un mero proceso acumulativo. Esta es la visión práctica tipicamente leninista. Todas sus tácticas se resumen en desarrollar la lucha por reformas hasta que ésta se haga insoportable para el capitalismo y se detone así una situación revolucionaria. Entonces, tiene que estar ahí el partido para poder explicar a la clase obrera que el reformismo ya no tiene sentido y que debe hacer la revolución. Es la concepción del maestro de escuela.
La realidad es muy diferente. La clase obrera no progresa a través de la lucha por reformas, sino del enfrentamiento cada vez más radical y total con el capital, proceso que conlleva sucesivas derrotas, divisiones y retrocesos, y que no se produce gracias a la voluntad o al convencimiento racional por parte de la clase de que el capitalismo es un sistema social "malo", desagradable, irracional, limitado, etc.. Sólo puede producirse porque las condiciones en que viven l@s proletari@s se vuelven cada vez más insoportables, sin que el capitalismo pueda enmendar esta situación, haciendo que el antagonismo de clases se extreme y se presente de inmediato como un conflicto absolutamente irreconciliable. Es entonces, cuando no hay otra salida, cuando se desencadena el proceso que tiene su apogeo en la revolución. Es a medida en que el capitalismo avanza en su declive histórico, degradando más y más la existencia humana, como se crean las bases para que la lucha de clases adquiera un carácter cada vez más radical y la clase obrera se vuelva receptiva a las ideas revolucionarias.
Hay que abandonar la falsa idea de que el ascenso de la lucha es bueno y el reflujo es malo. Ambos tienen su función. La cuestión es la tendencia, revolucionaria o no, que determinan las condiciones sociales a raíz del desarrollo de la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción. Entonces, si bien los períodos ascendentes de la lucha contienen sus elementos positivos, también lo tienen los descendentes, en los que la clase debe reflexionar sobre sus experiencias y sus perspectivas. En un contexto no favorable a la perspectiva revolucionaria, los períodos ascendentes derivan en la mayor integración del movimento obrero en el capitalismo, no en la ruptura con él, y los períodos descendentes de la lucha de clases se convierten en períodos de aturdimiento y conformismo, en lugar de en períodos de reflexión crítica sobre la sociedad.
Lo que no puede hacerse es pretender construir organizaciones revolucionarias cuando las condiciones para ello no existen. La ilusión de la construcción del partido revolucionario consiste en que, en realidad, no es una agrupación de revolucionarios, unidos por el compromiso con el trabajo teórico, sino una agrupación de adherentes a una determinada teoría de la revolución, o sea, a una ideología política. Por esa razón, en la medida en que las viejas organizaciones reformistas van avanzando en su crisis, a medida que el capitalismo da señales -temporales o persistentes- de agotamiento y estas organizaciones se integran en los engranajes del capital y del Estado, estos partidos sirven de canalización del descontento con esas organizaciones, refrenando la ruptura revolucionaria con el reformismo y las tendencias a la organización y la lucha autónomas de la clase.
Eso es así, fundamentalmente porque, por su práctica real, estos partidos no son otra cosa que el ala izquierda del reformismo de izquierda, la extrema izquierda del capital. De lo contrario se darían de bruces con la dura realidad: que l@s "descontent@s" de las organizaciones reformistas lo son, en su mayoria, porque éstas se han vuelto hasta tal punto incoherentes con sus propios fines reformistas que l@s descontent@s se desidentifican de ellas y buscan un nuevo referente ideológico que conlleve el menor esfuerzo adaptativo (intelectual, psicológico y físico), y que les permita seguir llevando a cabo la lucha por reformas. Se trata, pues, de una transferencia de militantes y de una metamorfosis ideológica, no de una maduración real como sujetos revolucionarios. Si este fenómeno no se muestra abiertamente como lo que es, es porque se trata de proletari@s que siguen alienados respecto a sí mismos. En realidad, pueden creer sinceramente que son revolucionarios, a pesar de que toda su práctica cotidiana lo desmienta. Es sencillo. Basta con no pensar críticamente la propia práctica, y más en general, en preferir los prejuicios y dogmas que sirven para justificar una práctica determinada al uso de la inteligencia y a la lucha contra todas las concepciones que se oponen al desarrollo de una nueva práctica.
Lo que ha de marcar la diferencia en las luchas futuras, en el desarrollo en un sentido revolucionario de la lucha de clases, es la maduración general de la clase y la agudización del antagonismo de clases hasta hacerse cada vez más intolerable. Entonces se hará cada vez más patente, como ha ocurrido siempre, que la revolución no es un asunto de partido, es un asunto del conjunto de la clase obrera. Cuanto mayor sea el nivel de desarrollo material y cultural del que se parta, más dificil será convencer a la clase obrera, una vez haya entrado en acción movida por la necesidad histórica, de que entregue voluntariamente su poder a una minoría ideologizada. En momentos así es cuando los partidos revolucionarios se muestran inmediatamente como lo que son: una organización de proletari@s ideologizados como vanguardia política de la burguesía.
Roi Ferreiro
06/11/2005
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