Finalizada la dictadura militar, la transición a la democracia dio inicio a una era de consolidación del legado neoliberal del régimen de Pinochet. Este sistema, que es reconocido por diversos autores como “el modelo chileno”, generó una despolitización social profunda, aumentó la posibilidad de consumo, descendió la pobreza pero acrecentó la brecha de la desigualdad en el interior de la sociedad. Esto ha llevado a señalar lo exitoso de la transición democrática, que detuvo la conflictividad social permitiendo una estabilidad política a pesar de las movilizaciones militares encabezadas hasta 1998 por Pinochet.
No obstante, los grupos indígenas marginados del las bondades del capital, comenzaron una lenta pero constante politización, que ha gatillado uno de los conflictos con mayor repercusión dentro del “modelo” chileno. En efecto, la pax neoliberal se vio sacudida en diciembre de 1997 cuando militantes Mapuche, que luego fundarían la Coordinadora Arauco-Malleco (CAM), incendiaron en cosas de minutos tres camiones de la forestal Arauco, creando de facto una nueva forma de hacer política que unió la práctica y la teoría en la lucha contra el capital en la resistencia a este sistema como primera etapa de la Liberación Nacional y la autodeterminación como el ejercicio directo de la autonomía política y la reconstrucción del “ser Mapuche”.
De acuerdo a los diagnósticos que realizaron los miembros de la CAM, el capital era el principal culpable del empobrecimiento económico, cultural y político del pueblo Mapuche, siendo su fase neoliberal una tercera oleada capitalista sobre el territorio Mapuche como la denominaron. Según esta organización, la primera oleada se produjo durante el siglo XVI, con la llegada y expansión del mundo hispano; la segunda, con la expansión territorial del Estado chileno, que sintonizó con la maduración del capital decimonónico a través de sus barcos y trenes a vapor. Estas dos modalidades, tuvieron como respuesta la resistencia desde el mundo Mapuche, lideradas por distintos Toqui, como Leftrarü, Pelantarü y Mañil Wenü, Kalfukurra y Kilapan respectivamente.
El neoliberalismo, comenzó rápidamente a instalarse en territorio Mapuche a través de los complejos forestales. Un reconocido miembro del régimen militar señaló que la “madera era el nuevo cobre” de Chile en el marco de una revolución silenciosa que azotaba al país a manos de la refundación nacional (Lavín, 1987). Sin embargo, este producto artificial generó consecuencias ambientales irrecuperables como el cambio climático en la región, la sequedad de la tierra, contaminación de las aguas que golpeó la coexistencia entre la tierra y la cosmovisión indígena. Machi sin medicina, migración de aves y peces, además de la imposición de vecinos con enorme poder político que no benefició en una primera etapa en nada a las comunidades, fue una realidad objetiva que hizo madurar un descontento en la juventud Mapuche. Paralelamente, la construcción de la represa Ralco en el Alto Bío-Bío, sacudió al mundo indígena, que vio como cementerios y una naturaleza intocada hasta ese momento, cayeron al suelo a manos de muros de cemento que rompieron la marca natural de lo que fue la frontera entre la nación Mapuche y el resto de las sociedades del pasado. En otras palabras, se dejó “en claro que los derechos de los pueblos indígenas estaban supeditados al desarrollo productivo vinculado a la economía mundial” (Aylwin, 2007).
Por este motivo, la CAM estimó que el pueblo Mapuche estaba en un proceso de exterminio y que la única manera de resistir a ese holocausto, era otorgándole un carácter anti-capitalista a la resistencia Mapuche. De la mano, los futuros militantes indígenas nacieron y crecieron al mismo tiempo que un árbol forestal que se demora entre 20 y 25 años para su maduración. Así, dos realidades opuestas fueron acompañándose en los senderos de tierra que en algún momento se toparían cerro arriba siendo inevitable su confrontación.
Por lo tanto, la resistencia al capital neoliberal, era a la vez la posibilidad de reconstruir la nación Mapuche subsumida en la colonización económica, social y política luego de la Ocupación de La Araucanía en 1883. En ese ámbito, emergieron las quemas de camiones y plantaciones forestales; incendio a casas patronales y recuperación de tierras como un ejercicio directo de la libre determinación. Al mismo tiempo, ello era reforzar el ser Mapuche como individuo, dando los primeros pasos en la creación de un nuevo tipo de militante: el mapuchista. Una persona que hace ejercicio, estudia, trabaja, no consume alcohol y se prepara en la cotidianidad para la reivindicación de tierra. Estábamos ante el resurgimiento del Weichafe (guerrero), comunero que se fue perfeccionando en la contradicción de la conflictividad, mirando, estudiando y aprendiendo de sus antepasados que lucharon durante la época heroica, para comenzar un proceso de resistencia con el fin de construir un futuro comunitario que hemos llamado la Nueva Guerra de Arauco. Esta nueva forma de hacer política, en su teoría y práctica, se vio acompañada de una mística, que señalaba la forma en que “debía ser” un Mapuche. Este principio se fundamentaba en la convicción de querer transformar la desestructuración del mundo Mapuche provocada por la imposición del capitalismo, tanto en lo referido a la destrucción física de sus territorios, como a la forma de vida de los hombres y mujeres “de la tierra”.
Como gran parte de los procesos que se autocalifican como anti-capitalistas, trae consigo una respuesta desde los afectados como individuos y del Estado. El mundo Mapuche no fue la excepción, raudamente se inició una criminalización a través de la judicialización de la protesta indígena (Mella, 2007), comenzado a ingresar a las cárceles un centenar de comuneros por distintos casos: “Lumaco” (1997); “Los Loncos”, “Poluco-Pidenco” y “Asociación Ilícita” (2003). Recientemente, “Elgueta” y en espera están otros procesos que tienen como fecha de inicio el 5 de septiembre de este año. De los casos mencionados, “Lumaco” tuvo en la cárcel por tres años a Aníbal Salazar; “Los Loncos” a Pascual Pichun, Aniceto Norin y Patricia Troncoso; “Poluco- Pidenco” a los tres anteriores, además a José Huenchunao, José Llanquileo entre otros.
No obstante, el caso más emblemático de la historia reciente es “Elgueta”, que tiene en prisión a José Huenuche, Jonathan Huillical, Ramón Llanquileo sentenciados a ocho años y Héctor Llaitul a quince. Estas detenciones se han dado luego de trabajos de inteligencia y militarización de las comunidades en conflicto. La más reconocida fue la propiciada por la DIPOLCAR y el Ministerio del Interior a fines del 2002 que se denominó Operación Paciencia. Ella buscó la desarticulación de la CAM, qué si bien no logró su objetivo, forzó el paso a la clandestinidad de dicha organización. Además, a lo menos tres comuneros han muerto en recuperaciones territoriales, como Lemún (2002), Catrileo (2008) y Collío (2009). Los dos primeros integrantes de la CAM y el tercero de la Alianza Territorial Mapuche.
Paralelamente, el Estado ha invertido en los territorios indígenas elevadas sumas de dinero a través de sus organismos sociales como MIDEPLAN y CONADI. Entre los más reconocidos han sido el Proyecto Orígenes (2006) y la elaboración de documentos políticos como Verdad Historia y Nuevo Trato (2003). El que se han reinventado bajo el gobierno de Piñera con el Plan Araucanía (2010). Ello en conjunto con la actuación empresarial, que como Forestal Mininco han creado la política del “Buen Vecino”, edificando escuelas, entregando cuadernos, siembras forestales en conjunto y cupos laborales. Distinta ha sido la actuación de los agricultores, que bajo la promesa de auto-defenderse de la agresión de los “indios”, desempolvaron las armas y las tácticas aprendidas de sus antepasados, siendo el Comando Hernán Trizano durante el 2002 el conjunto más acabado de la actuación del agricultor de La Araucanía. Con todo, el ascenso de la movilización ha generado un nuevo orgullo en los Mapuche.
Ello se ve en los mismos nombres que resurgen en los campos en liberación, ya no se llaman ni Juan ni José, al contrario, Lefküruf, Neyen, Pelantarü, Mañin se expande en este renacimiento. Además, es posible afirmar el fin del estado subalterno, con la creación de una propuesta política en torno a la autonomía y edificando un nuevo tipo del “deber ser” del Mapuche como militante.
Acompañado lo antes dicho, con el florecimiento de poetas, historiadores, pintores y músicos que enarbolan la sabiduría antigua y complementan con su arte al Movimiento Político Mapuche desde 1997, es posible afirmar, que estamos ante una época dorada del conocimiento Mapuche que no hubiera sido posible sin la búsqueda de mejorar el estado subalterno en consonancia con la realidad indígena de América Latina de la década del 90’ que vio como Bolivia, México, Ecuador y Guatemala iniciaron sus propios procesos indígenas teniendo como eje la defensa de la tierra. Como dijo el poeta Elicura Chihuailaf: “La Tierra no pertenece a la Gente. Mapuche significa Gente de La Tierra, nos dicen. Nos consideramos sus brotes, sus hijos e hijas. La Ñuke Mapu/Madre Tierra nos regala todo lo que necesitamos para vivir. Y nos dicen: ¿Qué hijo, qué hija, agradecido/agradecida no se levanta para defender a su Madre cuando es avasallada?”.
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