Este es el relato personal de Carmen Castillo, que era la pareja de Miguel Enríquez cuando un centenar de agentes de la DINA, cubiertos por tanquetas y helicópteros, llegaron hasta la comuna de San Miguel, y atacan la casa donde estaba ella, el líder del MIR y dos jóvenes más, uno de ellos médico.
En ese lugar es acribillado por diez disparos, Miguel Enríquez. Alguno de esos tiros son disparados por Krassnoff Martchenko, quien viajaba en un auto de la DINA con su subalterno, Osvaldo "Guatón" Romo, que era el que tenía la información, donde se encontraba el líder del MIR.
Luego de esta refriega, el homenajeado por Cristián Labbé Galilea, alcalde de Providencia y militante de la UDI, fue condecorado por Pinochet y Manuel Contreras. Recibió una medalla al mérito.
Este es el relato de Carmen Castillo, hija del ex rector de la Universidad Católica y ex alcalde de La Reina, Fernando Castillo y sobrina del fallecido emblemático defensor de los derechos humanos y ex ministro de Justicia de Frei Montalva, Jaime Castillo Velasco.
"Hoy me encontraba escribiendo sobre el acto que vivimos el 27 de abril en Villa Grimaldi. Las palabras de Gladys Díaz, los poemas de Gonzalo Rojas, la voz de Pilar y José Saramago recordando que los muertos no están muertos, que el pasado no pasa, que allí estamos juntos buscando siempre cómo convertir la memoria en algo vivo, presente, cómo libremente decidir que hemos vencido y venceremos cada día a la lógica del torturador.
Son las tres de la tarde en París. Mi madre me llama desde Santiago. Por teléfono me lee las declaraciones de Krassnoff Martchenko. La arrogancia y la imbecilidad obtusa del torturador siguen en ese individuo, treinta años después, intactas. Pobre hombre, marioneta de la máquina de matar que fue la dictadura de Pinochet.
Uno de los jefes de la Dina, responsable de tortura, muerte y desaparición, jefe de Halcón 1 y Halcón 2, persiste en declararse un "no-torturador". A partir de allí, de esa "declaración", el resto de sus palabras son lo que son: nada frente a la nada, no se siente ni emoción ni rabia.
La agenda personal del torturador, su objetivo de resurgir limpio de sangre y excrementos, obedece a un sistema totalitario, encerrado en sí mismo. El otro, en este caso yo, no existo en ese juego. No respondo, entonces, ni a sus declaraciones, ni a El Mercurio, ni a aquellos que siempre han hecho suya la versión de la dictadura.Me dirijo, con humildad, a los sobrevivientes, a mis compañeros, al pueblo de Chile. Nuestra vivencia de lucha y resistencia se encuentra cada día viva en mí, aunque les escriba desde lejos.
He escrito tres libros, dos pueden leerse en Chile: Un día de octubre en Santiago y Santiago/París, el vuelo de la memoria, co-escrito con Mónica Echeverría, mi madre. Con sinceridad y rigor he intentado en ambos trasmitir la versión de los vencidos. En esos textos, el señor Krassnoff aparece como lo que es: un torturador, un tornillo más de la máquina de matar. Todos los torturadores se confunden finalmente bajo los rasgos idénticos de una misma marioneta en uniforme, con botas y ametralladora. El señor Krassnoff Martchenko no presenta en sí mismo ningún interés, es simplemente -repito- un torturador más. Testimonios entregados constituyen pruebas irrefutables que pueden ser consultadas por quien lo desee.
En cambio hay algo que no se conoce y de lo cual no hemos hablado suficientemente. Si alguien salvó mi vida, no fue ninguno de los peones del aparato represivo. Fueron seres humanos que sí me maravillan, que realizaron un gesto gratuito, porque sí, para salvarle la vida a alguien que no conocían; fueron la suma de lo que se llama "una buena acción", lo que logró extraerme de la prisión, de la tortura: la vecina Gladys frente a nuestra casa en calle Santa Fe, que viéndome tirada en la vereda y desangrándome llama al hospital Barros Luco; el joven médico de guardia que se encontraba en la ambulancia, que se enfrenta a la Dina y me traslada a Urgencias del hospital; la vieja enfermera de ese mismo servicio que me pregunta "¿qué puedo hacer por usted?" y que le avisa a mi tío Jaime Castillo que estoy herida, pero viva; el médico que me opera en el Hospital Militar, que por casualidad se encontraba allí, y que decidirá unas semanas después que sí puedo viajar, el enfermero del mismo hospital que me susurraba algunas noticias de mi familia... y sí, todo el movimiento de solidaridad en Chile y en el extranjero que exigía mi liberación, horrorizado por el asesinato de Miguel Enríquez, del cual responsabilizo a Pinochet, Contreras y, por supuesto, a Krassnoff Martchenko.
En aquel cuarto del Hospital Militar, pequeño, custodiada por tres hombres armados, penetraban los oficiales, venían a interrogar. Una prisionera no se encuentra nunca en una situación de "conversación" con su torturador, aunque en el juego de roles la marioneta se ponga la máscara del "bueno" de la historia. Al respecto no hay ambigüedad en mis textos.
En agosto de 1993 se filmó en Santiago el documental La Flaca Alejandra. Durante esas dos semanas intentamos obtener una entrevista de Krassnoff Martchenko, confrontarlo a la memoria de sus víctimas y frente a mi cámara. No respondió, pero ese silencio emite ruido y significancia. Ese filme que intenta desmontar el espacio del miedo, del dolor y del horror, ha sido una de mis respuestas a la política de la amnesia y el olvido del poder en Chile. ¿Por qué ese documental aún no es transmitido en nuestro país? Una aproximación a ese trabajo audiovisual puede consultarse, mientras tanto, en el capítulo 11, "La Memoria no se rinde", de Santiago/Paris, el vuelo de la memoria.
En la trinchera de la lucha somos muchos, no se nos escucha pero existimos. Resistimos y creamos a partir de nuestra memoria, sin nostalgia y con un inmenso deseo de vivir. Vale la pena continuar, a pesar de todo.
CARMEN CASTILLO
París
La Versión de Krassnoff Martchenko
La furia de Carmen Castillo ante las declaraciones formuladas por Krassnoff Martchenko a El Mercurio dicen relación con su relato de cómo ocurrieron los hechos el 5 de octubre de 1974 en una vivienda ubicada en la comuna de San Miguel, lugar donde Miguel Enríquez murió. Esta es su versión:
"Ese sábado, cerca de las 14 horas, recorremos en dos vehículos varias veces las calles. Van conmigo dos agentes, más una ayudante de 19 años que operaba como mi secretaria. No obtenemos nada, pero cuando nos retirábamos vecinos nos dicen que en una casa entran y salen vehículos, escriben a máquina toda la noche y hay un señor que parece inválido porque entra sin bajarse".
"La información había que comprobarla tocando el timbre y si salía una señora diciendo que no pasa nada, nos íbamos, así de simple. Pongo a la mujer a cargo de los vehículos, a un segundo en una esquina y voy con el otro integrante hacia la puerta de la casa. Cuando cruzábamos frente a la ventana, quien iba a mi lado me dice ‘¡Cuidado Miguel!' y me empuja y me tira al suelo. Había escuchado el movimiento del cierre de un fusil cargándose. Entonces pasa sobre nosotros una andana de tiros impresionante".
"No disponíamos de ningún tipo de comunicación y la única manera de llamar a la central era por teléfono. Mandé a ubicar uno y mientras disparé mi fusil Aka parapetado en un poste frente a la casa. Escuché tiroteo en otro lado, pero no vi a ningún adversario. De repente apareció un fulano en la azotea con un lanzacohetes soviético antiblindaje y me dispara. Afortunadamente, por la poca distancia, el proyectil no alcanza a desarrollar su máxima explosión y vuela una moto y parte de la casa que tenía detrás, pero a mí no me pasó nada. En eso se me acaba la munición y me tengo que retirar".
"Cuando vuelvo, un equipo de Investigaciones se introducía en la casa. Lo detuve porque podría haber cazabobos y explosivos, y entro. Me encuentro con una mujer embarazada desangrándose, tendida en el piso con su fusil. Creí que estaba muerta, pero vivía. Con su ropa traté de parar la abundante sangre de su hombro y antebrazo. Y cuando me avisaron que llegaron ambulancias la tomé bajo mi protección, la puse en una de ellas con un ayudante mío y la llevaron urgente al Hospital Militar. Sobrevivió gracias a la oportuna atención médica. Era Carmen Castillo Echeverría, conviviente de Miguel Enríquez, sobrina de Jaime Castillo Velasco, actual presidente de la Comisión de Derechos Humanos e hija del actual alcalde de La Reina".
"En eso, el hombre que dejé a un costado de la casa se enfrentó con Enríquez. Estaba herido, trató de subir por una pared y, al asomarse, fue conminado a levantar las manos y a no moverse. Pero siguió, se le volvió a insistir y sacó un revólver calibre 38. El agente reaccionó en defensa propia y Enríquez cayó muerto".
"A las cuatro o cinco de la tarde (más de dos horas después) llegaron fuerzas de Carabineros y militares para cercar el perímetro. Yo estaba en el hospital verificando el estado de Carmen Castillo. Cuando comenzó a recuperarse tuvimos conversaciones muy largas hasta que se fue a Inglaterra (yo mismo la fui a dejar al aeropuerto) y nunca más supe de ella. En 1992 me llamó por teléfono, pero no la atendí. Me mandó un mensaje a través de un personaje político importante en el gobierno militar. A éste le impresionó cómo se refería a un adversario. Quería tomar contacto para agradecerme. No acepté porque cumplí con mi deber y no tenía que aceptarle agradecimientos a quien me quiso asesinar."
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