viernes, 8 de febrero de 2013

MATANZA DE LA PLAZA COLÓN

El 6 de febrero de 1906, obreros del Ferrocarril de Antofagasta a Bolivia realizaron un petitorio para pedir la extensión de la hora de almuerzo, pero la empresa denegó dicho planteamiento. La negativa de la empresa provocó la natural reacción de las mancomunales obreras. Tan solo 30 minutos que significarían 300 muertes, según algunas fuentes, aunque lo oficial no llegó a los sesenta fallecidos, algo que era también frecuente en la época, como lo ocurrido en la matanza de la Escuela Santa María de Iquique.

Se generó entonces una huelga a la que se sumaron también los lancheros –que eran muchos- junto a los marítimos, estibadores y carretoneros. Obreros todos, que alzaron sus voces para solicitar lo que les parecía justo: un tiempo prudente para compartir el almuerzo con su familia.

Las cosas tomaron otro cariz cuando los miles de obreros organizaron un mítin en la plaza Colón. Ante tan delicada situación, el Intendente de la época recurrió al comandante del Batallón “Esmeralda”, Sinforoso Ledesma, quien facilitó fusiles para armar a la llamada “Guardia Blanca”, que fue liderada por Adolfo Miranda, la que estaba integrada por personeros pudientes y comerciantes de la naciente ciudad de Antofagasta. A su vez, desembarcó un piquete de la marinería del crucero “Blanco Encalada”, fondeado en la bahía desde el día anterior.

Los caldereros y los huelguistas todos, subieron por calle Prat a eso del mediodía, gritando consignas contra sus empleadores, alzando los puños y dejando en claro que “Obreros somos trabajadores, no esclavos…” Los manifestantes quedaron entre dos fuegos: la “Guardia Blanca” y la marinería del “Blanco Encalada”. Bastaria un tiro para que se desencadenaran los cruentos sucesos. La balacera segaría vidas por cientos, la mayoría obreros, caldereros, gente de mar… Una vez más el plomo y la metralla mordían la carne obrera, silenciando las voces de trabajadores que solo pedían media hora más para ir a almorzar a sus casas.

Irónicamente, luego de la matanza, se produciria una sangrienta ecuación: diez muertos por cada minuto de trabajo (entendiendo que la demanda era por 30 minutos mas de colacion y la cifra de muertos 300), ya que, días más tarde, la empresa habría de conceder a sus caldereros aquellos 30 minutos que eran la base de su demanda.

Muchos de ellos dejaron un espacio vacío –su lugar- en la mesa de sus hogares. Esos nunca más llegaron a su casa para el reparador almuerzo junto a los suyos... Ellos murieron por pedir tan solo treinta minutos más.

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