Cuando vamos a la raíz y recordamos a qué se refería la categoría ‘emo’ en la década de los ochenta y, por ejemplo, volvemos a oír “End of End” de Rites of Spring –quizás el primer disco que defendiese orgulloso la etiqueta-, asentimos recordando la famosa frase que la caracterizaba como el “de punks que escucharon mucho a The Smiths”.
Es decir, más que un estilo remitía a una actitud y así lo confirmaría su desarrollo con los años: de la hermética virilidad y agresividad punk se pasó a enarbolar las banderas de las angustias personales –que siempre son sociales- como ejes reflexivos en la lírica, bajo una interpretación desesperada. Luego de eso, algunos intentos más dignos que otros fueron definiendo una manera que con el tiempo fue despojada de sus aspectos más corrosivos y críticos, transformándose en nicho de adolescentes emocionalmente confundidos, un subproducto de la decadencia MTV. Una reducción injusta, por cierto, ya que, en cierto sentido, lo ‘emo’ es mucho más que un estilo.
¿Vale la pena entonces hablar de ‘emo’ para referirse al nuevo disco de Jimmy Eat World? No está claro, aunque siempre se les relacione con ello. En un sentido amplio, sí, aunque a esta altura de la historia la etiqueta pueda hacernos una muy mala idea de lo que ocurre en “Damage”, octavo disco de los de Arizona. Y este último dato no es menor. Definieron este subgénero con “Clarity” en 1999, pero en sus más de quince años de carrera han construido un universo muy particular, a pesar de no presentar demasiadas exploraciones. En ese sentido, Jimmy Eat World puede considerarse una banda entrañable, de esas que acompañan la vida de sus auditores, y donde los cambios personales y musicales de ambos lados están en sintonía.
Si bien este disco no representa un cambio en la forma de hacer que ha desarrollado la banda, las canciones estilísticamente decantan en un power pop de sonido prístino y líricamente denotan una vuelta que bien podría caracterizarse como “madurez”. Vale destacar en primer término la colaboración técnica de Alain Johannes, responsable de un registro que destaca por su calidez y organicidad. Lo segundo está dado, principalmente, por unas letras que parecen reflexionar desde un lugar distante, como si de la urgencia de comunicar lo que se siente sin pensarlo, los años tuvieran a Jim Adkins (vocalista, guitarrista y quien escribe las letras) con la capacidad de mirar atrás y mirarse adentro de manera inspirada.
Momentos destacados los hay, y en general no están dados por sus recovecos, sino por su transparencia: Desde la texturosa y muy compuesta ‘Damage’, pasando por la gema llamada ‘Lean’ (¡como recuerda a Teenage Fanclub!), la sincera ‘Book of love’, o la atormentada balada ‘Byebyelove’; “Damage” es un disco vivo, porque en él se tensionan las sensaciones y confusiones juveniles con el paso a una vida adulta, solitaria o en compañía. Es decir, todo ocurre a un nivel de fondo, no en la superficie, y eso no es una característica muy extendida en el desarrollo actual de las tendencias sonoras y líricas. “Damage” recuerda que aún puede haber ejercicios poéticos e intimistas en el rock actual más chillón. Dependerá del clima, quizás, si uno los escucha como llorones o como valientes.
Por Cristobal Cornejo.
Si deseas escuchar su nuevo disco, haz click aquí:
https://www.youtube.com/watch?v=-E0N-5FjUrI&feature=c4-overview&list=UUFeCvEjX56ReS-O3QHdyjbA
¿Vale la pena entonces hablar de ‘emo’ para referirse al nuevo disco de Jimmy Eat World? No está claro, aunque siempre se les relacione con ello. En un sentido amplio, sí, aunque a esta altura de la historia la etiqueta pueda hacernos una muy mala idea de lo que ocurre en “Damage”, octavo disco de los de Arizona. Y este último dato no es menor. Definieron este subgénero con “Clarity” en 1999, pero en sus más de quince años de carrera han construido un universo muy particular, a pesar de no presentar demasiadas exploraciones. En ese sentido, Jimmy Eat World puede considerarse una banda entrañable, de esas que acompañan la vida de sus auditores, y donde los cambios personales y musicales de ambos lados están en sintonía.
Si bien este disco no representa un cambio en la forma de hacer que ha desarrollado la banda, las canciones estilísticamente decantan en un power pop de sonido prístino y líricamente denotan una vuelta que bien podría caracterizarse como “madurez”. Vale destacar en primer término la colaboración técnica de Alain Johannes, responsable de un registro que destaca por su calidez y organicidad. Lo segundo está dado, principalmente, por unas letras que parecen reflexionar desde un lugar distante, como si de la urgencia de comunicar lo que se siente sin pensarlo, los años tuvieran a Jim Adkins (vocalista, guitarrista y quien escribe las letras) con la capacidad de mirar atrás y mirarse adentro de manera inspirada.
Momentos destacados los hay, y en general no están dados por sus recovecos, sino por su transparencia: Desde la texturosa y muy compuesta ‘Damage’, pasando por la gema llamada ‘Lean’ (¡como recuerda a Teenage Fanclub!), la sincera ‘Book of love’, o la atormentada balada ‘Byebyelove’; “Damage” es un disco vivo, porque en él se tensionan las sensaciones y confusiones juveniles con el paso a una vida adulta, solitaria o en compañía. Es decir, todo ocurre a un nivel de fondo, no en la superficie, y eso no es una característica muy extendida en el desarrollo actual de las tendencias sonoras y líricas. “Damage” recuerda que aún puede haber ejercicios poéticos e intimistas en el rock actual más chillón. Dependerá del clima, quizás, si uno los escucha como llorones o como valientes.
Por Cristobal Cornejo.
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