lunes, 19 de agosto de 2013

NINE MILES FROM THE WHITE CITY


Los discos en vivo detienen el tiempo y retratan una época. Esta cápsula es de 2003, un año clave para The White Stripes. Editaron “Elephant” con un sello legendario por la diversidad y el gusto de su catálogo como V2 Records (The Black Crowes, Cold War Kids, The Crystal Method), y lograron un punto de inflexión: el sonido de garaje se convertía en una moda.

A la distancia, es el último periodo en que el rock disputó el trono de la cultura popular y la masividad. Había un pequeño ejército junto a The Strokes y Yeah Yeah Yeahs, bandas nuevas que sonaban antiguas, la modernidad escrita con el retrovisor. En 2004 compitieron por el disco del año en los Grammy, el tipo de postulación que certifica un nombre de peso en la industria, para finalmente quedarse con el gramófono en la categoría de álbum alternativo. Tantos factores coincidían en hacerlos únicos, que a ratos parecía sospechosamente perfecto: estética con destino icónico, sonido abrasador, misterio en torno a la relación del dúo (como en una teleserie, saber si eran hermanos o pareja), y un gusto extraordinario para citar y mezclar con personalidad el blues primitivo con radar pop. The White Stripes podían encantar a roqueros duros, chicas lindas y estilosas, y los primeros hipsters.

En ese punto de ebullición está registrado este show vibrante de 2003 en el Aragon Ballroom de Chicago lanzado en dos vinilos, siguiendo la honorable tradición del disco doble en vivo tan propia de los setenta. Son 26 canciones, incluyendo versiones de Bob Dylan, Captain Beefheart, y los seminales blueseros Robert Johnson y Tommy Johnson. Del material de “Elephant”, figuran el exitazo ‘Seven Nation Army’, una acelerada versión de ‘The Hardest Button to Button’, una notable adaptación al piano eléctrico de ‘I Want to be the Boy to Warm Your Mother’s Heart’, y una rendición fulgurante de ‘Ball and Biscuit’, con Jack White sacando chispas a la guitarra, como si quisiera estrangularla.

En las antípodas, sobra por completo ‘In the Cold, Cold Night’, una de las escasas composiciones reservadas para la discretísima voz de Meg White, quien además siempre fue tema por sus evidentes limitaciones técnicas. Tanto, que sufrió depresiones en los años de mayor éxito del dúo producto de las críticas. Por cierto, notorio como su elemental aproximación al ritmo sin ninguna clase de ornato, era su aporte estético –la onda en definitiva- a todo el paquete de The White Stripes. Imposible pensar en la banda sin ella.

Ahora, en un disco el poder de la imagen pasa a segundo plano, queda el sonido y el pulso. En ese terreno estricto, el trabajo de Meg es perfectamente intuitivo para descifrar hacia dónde van las erupciones y vendavales sónicos de su compañero. Contiene y da curso a sus embestidas con tranquila determinación, una especie de arrullo fortificado. El contrapunto funciona. El equilibrio resulta exacto en la última carta del rock estadounidense que gozó de respeto e impacto transversal.



Por Marcelo Contreras.



Si deseas escuchar su nuevo disco, haz click aquí:

No hay comentarios: