Luego de cambiar de alineación y de finalizar la extensa promoción de su debut, “Garden Window”, el quinteto de Atlanta entrega un contundente álbum que recoge los mejores pasajes de su catálogo y refleja la valiosa experiencia ganada en los dos años transcurrido desde aquel lanzamiento. Si bien “Disillusion” no se aleja mucho de lo mostrado en trabajos anteriores -el contraste entre suaves atmósferas y riffs pesados sigue estando presente-, la sorpresa se encuentra en la ambición y la grandilocuencia de estas nuevas composiciones que a ratos adquieren tintes sencillamente abrumadores.
Una diferencia fundamental con aquel primer álbum es la naturalidad con que este exitoso sucesor se desarrolla. Sin comprometer su identidad ni su arte la banda entrega un disco aún más denso pero al mismo tiempo más fácil de escuchar. Desde la lenta y atrapante introducción de ‘Come Into the Divide’, donde Tanner Merritt cautiva con su peculiar timbre vocal, el disco logra mantener la atención incluso al llegar a las más violentas ‘Context’ y ‘Perilous Love’, donde los quiebres instrumentales y los ritmos sincopados de Michael Martens y Anton Dang lideran la instrumentación. La llegada del guitarrista Jordan McGhin también representa un aporte innegable en la construcción de texturas y en la adición de armonías vocales (‘Parasitical’) que anteriormente sólo fueran levemente explotadas.
Una vez más, los cambios anímicos y de volumen son extensamente desarrollados, mezclando las referencias a “The Death of Day”, donde las variaciones se daban en una misma canción, pero también citando a “Garden Window”, donde ese rango se exploraba a través de distintas pistas. La secuencia ‘Path of Folly’/’Oblivion’ aúna guitarras limpias, tonos menores y pedales de eco que recuerdan a “Amnesiac” de Radiohead con cuerdas ruidosas que de a poco construyen un muro infranqueable de sonido. Son quince minutos que condensan todo lo que O’Brother es capaz de presentar hoy en día y que prueban que el sonido de la banda es sólido hasta niveles difíciles de comprender.
Hacia el final, las influencias de Muse en la radiable ‘Transience’ dan paso al épico cierre con ‘Disillusión’, ‘Absence’ y ‘Radiance’, otra cadena de veinte minutos que revela el deseo de la banda de expandir sus fronteras, con guitarras texturadas, secuencias instrumentales cambiantes, voces que van desde la rabia extrema hasta delicados susurros y un vaivén dinámico excepcionalmente logrado.
La sensación que deja “Disillusion” es de inconfundible satisfacción. Pese a jugar una carta segura al apegarse a ingredientes ya conocidos, la agrupación demuestra una vez más la inteligencia de sus composiciones y los buenos resultados que pueden lograrse al concebir un álbum como un concepto unitario en lugar de una serie de piezas individuales. La banda de Tanner Merritt va mucho más allá de lo que se espera en un segundo disco y nos mantiene cautivos con su mejor trabajo en sus siete años de carrera.
Por Álvaro Rojas.
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