Cuatro años y un mes pasaron antes de que Pearl Jam lanzara un nuevo disco de estudio. Cuatro años que aunque en el papel parezcan mucho tiempo, fueron un período de intenso ajetreo para sus integrantes, tanto en proyectos paralelos como en actividades relacionadas con la banda.
Tras aventuras solistas, nuevas agrupaciones, celebraciones, aniversarios y relanzamientos, el quinteto más emblemático de Seattle vuelve a demostrar su jerarquía con un álbum contundente que supera el bajo nivel de “Backspacer” y muestra a una agrupación más madura pero que aún conserva una incombustible energía juvenil.
El tiempo ha dejado una huella y hoy Pearl Jam suena más relajado que nunca. Ya sea por la paternidad de sus miembros, por la aparente mejora en la situación política estadounidense tras la salida de George Bush o por una evolución natural luego de veintidós años juntos, esa comodidad se traduce en canciones más optimistas, menos enojo y tranquilidad, con sonidos que recuerdan al período comprendido entre “Yield” y “Riot Act”.
‘Getaway’ y sus guitarras sucias abren el disco en un midtempo conducido hábilmente por el bajo de Jeff Ament y la batería de Matt Cameron, mientras que el punk tributario a Dead Kennedys de ‘Mind Your Manners’ suena intencionalmente desenfrenado, cobrando en el disco el sentido del que carecía como un single aislado. El guiño a Soundgarden y ‘Dusty’ de ‘My Father’s Son’ hace relucir nuevamente las habilidades de Ament con una base rítmica tan sólida que relega a las seis cuerdas a la mera creación de atmósferas, urgencia que contrasta con la sutileza de ‘Sirens’, balada de estadio con las melodías más coreables que la banda haya escrito, pero con letras elegantes y suficiente buen gusto para no caer en la cursilería que en general ahoga a este tipo de canciones.
En ‘Lightning Bolt’ Eddie Vedder se adueña de la composición e imprime su inconfundible sello con una guitarra en sintonía con ‘Unthought’ Known’ y líneas vocales prestadas de ‘Hail Hail’ que muestran la grandilocuencia heredada de Roger Daltrey y Pete Townshend. Cuando el álbum se acerca peligrosamente a la repetición Stone Gossard pone su firma y muestra la acidez de sus creaciones en ‘Infallible’, cuyos cortes rítmicos y peculiares sonoridades refrescan el disco tal como lo hiciera ‘You Are’ en 2002.
Alejándose del alto volumen del comienzo del álbum, ‘Pendulum’ y sus notas a Pink Floyd evitan la sobrecarga con atmósferas espaciosas y un pesado estado anímico en el que Vedder sacar a relucir la oscuridad que tantas de sus líricas han explorado, mientras que ‘Swallowed Whole’ inyecta las vivencias recogidas por el vocalista en experiencias como “Into the Wild” –función que antes cumplió ‘Just Breathe’.
En ‘Let the Records Play’, Gossard coquetea con el blues y el rockabilly con un shuffle pesado que toma rasgos de Tom Waits y que contrasta con ‘Sleeping By Myself’, que respecto a su versión de “Ukulele Songs” intercambia intimidad y atmósfera por dinámica y buenos arreglos. Las instrumentaciones acústicas predominan hasta el final del disco en la letanía sureña de ‘Yellow Moon’ y en ‘Future Days’, una transparente canción de amor donde Eddie Vedder muestra su lado más vulnerable, romántico y desprovisto de barrocas encriptaciones líricas.
“Lightning Bolt” es un álbum donde las influencias, estilos y composiciones de cada integrante son fácilmente reconocibles, con una contraposición de estilos y estados anímicos que logra superar la superficialidad que aportillaba a “Backspacer”. Pese a que el deseo de experimentar sólo queda a medias, la banda mantiene su intacta su capacidad de entregar canciones honestas, bien logradas y que no se someten a tendencias musicales pasajeras. Esa cualidad atemporal es probablemente el mayor mérito de “Lightning Bolt”, la particularidad que hace que pese a los años Pearl Jam siga sonando tan fresco como siempre sin necesidad intentar una reinvención forzada. El cuidado, profundidad y elegancia con que la banda aborda su trabajo son atributos que llenan el disco de buenos momentos y mantienen a la banda en un sitial digno de admiración reservado sólo para unos pocos.
Por Álvaro Rojas.
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