La culpa no es estrictamente de ellos. El septeto de Montreal no tiene responsabilidad alguna del momento que les tocó. El rock vive una de sus etapas más bajas, a mucha distancia de representar una fuerza cultural y artística capaz de torcer la marcha de generaciones.
Pero Arcade Fire se deja querer y guarda cómodo silencio cuando las crónicas febriles describen a paladines de exuberante creatividad y personalidad. Menos van a levantar la mano para aclarar que no es para tanto, cuando entre sus seguidores hay leyendas como David Bowie y U2, entre unos cuantos que se despejan la garganta para cacarear su gusto por los canadienses. Solo un detalle: en el pasado, cada vez que proclamaban a Nirvana como la tremenda novedad, tenían la lucidez –y la decencia- de poner en perspectiva sus influencias y resultados, sugiriendo que nunca hay nada nuevo bajo el sol.
En tiempos más propicios para el rock y sus representantes, Arcade Fire sería -a lo sumo- un grupo a considerar en la medianía por su inquietud y postura, una especie de combo indie. “Reflektor” cuenta con James Murphy, el ex LCD Soundsystem, en rol de productor, crédito que comparte Marcus Dravs, un habitué del conjunto, y la propia banda en la misma tarea. La presencia de Murphy se siente desde los primeros temas, el que da título al álbum y ‘We Exist’, construidos sobre un ritmo bailable perfecto para el apelativo música disco. A pesar de los decorados que levantan con mucha calma la temperatura, de inmediato se revelan las falencias que hacen de Arcade fire una banda increíblemente sobrevalorada.
El cantante y guitarrista Win Butler es más bien mediocre. No dibuja melodías de gran destreza, su desempeño es discreto, y la textura de su voz se olvida fácil. El gran capital que maneja es cierta urgencia. Su contraparte vocal, la multi-intrumentista Régine Chassagne, encarna el cliché de la cantante delicada que canturrea en francés, un guiño que en el arte eternamente pasa colado como sofisticación porque si. Toda la instrumentación se plantea con el sentido del collage. Es la sumatoria lo que cuenta, no los desempeños individuales.
Luego vienen largos pasajes donde Reflektor, que por lo demás es un disco doble, recuerda a Sandinista! (1980) de The Clash. Tal como aquella entrega triple de los héroes del punk –su hora más tediosa-, hay que despejar el camino para encontrar piezas de valor, perfectamente agrupables en un solo disco. Son los títulos con ambiente caribeño los que provocan algún interés como Flashbulb eyes y Awful sound (Oh Eurydice), explorando las posibilidades de la percusión y el sentido del ritmo con esa frescura propia de James Murphy.
Es un pop de herramientas alternativas que finalmente falla en su misión seductora y que en el terreno indie juega con el tejo pasado, en un género donde el blufeo en nombre de la música y la pretensión, siempre embauca a los que anteponen la onda a la sustancia y la sangre.
Por Marcelo Contreras.
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