Quizás en un restaurante donde el agua embotellada se paga caro y el chef tiene una cocina con aspecto de laboratorio, Chris Martin escuchó un “tenemos que hablar” en boca de la actriz Gwyneth Paltrow, su esposa. Diez años de matrimonio perfecto para portadas con capítulo final anunciado en febrero, justo cuando aparecía la canción ‘Midnight’ como parte de un video de adelanto del sexto trabajo de estudio de los ingleses.
En marzo fue el turno de ‘Magic’ como primer single, y luego en abril ‘A sky full of stars’. Los tres títulos revelan indiscutidamente a Coldplay al mando de una sonoridad aún más depurada en dirección a la electrónica, con ciertos guiños al soul, uno de los tintes del disco gracias a la producción de un especialista en pop como Paul Epworth, fichado por Adele, John Legend y Bruno Mars. Cuando llega el momento de enfrentarse al conjunto de composiciones, esa audacia estilística aparente se destiñe y pierde fuerza. Y surge una contrariedad, porque esos títulos promocionales forman parte de un relato –disco conceptual se ha dicho-, de un tipo que ve cómo su relación de pareja se derrumba. O sea, Martin contando con suma tranquilidad el camino al divorcio.
Se especula y se tilda a “Ghost Stories” como un trabajo transicional, parte de un viraje inconcluso. Puede ser. Ahí tiene sentido el hecho de que las canciones funcionan más como pasajes y ambientes, antes que portadoras de sensaciones emotivas envueltas en un hálito ritual, la rúbrica del cuarteto desde el debut en 2000 con “Parachutes”. Varios temas dan la sensación de ser el preludio de algo más grande, un eventual despegue que nunca llega, una especulación de art rock inconclusa.
Con la excepción de ‘A sky full of stars’, hecha con la mano del dj Avicii –experto en electrónica épica y chiclosa-, y del logrado ambiente nocturno de ‘Midnight’, que recuerda a la banda sonora de la película “Drive” (2011), “Ghost stories” resulta monótono. El single ‘Magic’, que cuenta con la novedad de estar montado sobre un suave fraseo del bajista Guy Berryman (Martin le rogó a la banda que le dieran una manito componiendo), representa esta falta de sorpresas y giros en los temas. En la superficie es posible reconocer la belleza de una canción como 'O', pero también asumir que se trata de una balada al piano con una melancólica secuencia de notas utilizada hasta el hartazgo en la historia del pop rock, donde Martin abraza la esperanza de encontrarse a futuro con la amada que cerró la puerta por fuera.
No deja ser curiosa la manera en que un hombre supuestamente enamorado asume con tanta parsimonia el fin de una vida en pareja. “Todos mis movimientos están fríamente calculados”, decía El Chapulín colorado, y esa frase cargada de ingenio y humor, aquí también cobra sentido.
Por Bernardo Devia.
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