Ver a Jack White en titulares del portal TMZ en 2013, La Meca estadounidense del chismorreo farandulero, resultó curioso. Una prueba de su popularidad transversal en una época en que solo los rockeros viejos son ubicados literalmente por todo el mundo, también la señal de que el personaje se estaba devorando al músico, con aquella paranoia sobre Dan Auerbach, a quien hace rato acusa de robarle su rúbrica, como si White fuera dueño exclusivo del pasado y del cancionero estadounidense profundo.
Con “Lazaretto”, el segundo título con su nombre tras el auspicioso “Blunderbuss” (2012), la atención vuelve al lugar que corresponde, al terreno de las canciones. Para despejar su propio camino, el músico de Detroit acompañó el lanzamiento con disculpas públicas por su mala onda, aludiendo al líder de The Black keys, otros damnificados por su lengua como la cantante Lana del Rey (recién producida por Auerbach), e incluso su ex compañera Meg White, a quien había repasado hace poco aludiendo su personalidad huraña.
“Lazaretto” hojea la bitácora musical de Estados Unidos durante el siglo XX con una propiedad abrumadora. Aunque cada estilo y cita fácilmente se descifran –el country perfecto de ‘Temporary ground’ y ‘Entitlement’, ‘Just one drink’ pellizca a The Velvet undeground-, la cualidad de White está en como se apropia y personaliza cada veta. En sus manos el pasado se trabaja como un material palpitante, no es mármol para un museo. ‘Three women’ da la partida a la manera de un vendaval rockero bien asestado, con un teclado protagónico que recuerda los primeros años de Santana, y algo de la etapa dorada de Deep purple, mientras la canción homónima al título bebe de la vitalidad de Beastie boys para componer hip hop con instrumentos tradicionales del rock. La presencia femenina, una huella permanente en la carrera del artista desde The White stripes, hasta la presencia de Alison Mosshart en The Dead weather, está delineada mejor que nunca gracias a The Peacocks, la banda de mujeres que le acompaña en vivo y en varios segmentos del álbum. Aportan precisas armonías y una instrumentación copiosa de violines (‘That black bat licorice’), pianos y pedal steel.
“Lazaretto” define mejor que nunca los terrenos fértiles y cómodos del compositor y multi instrumentista. Así como hace más de cuarenta años Led Zeppelin supo retocar y adaptar oscuras y polvorientas joyas del blues, Jack White opera de manera similar con las piezas de este álbum, con la diferencia que son todas creaciones absolutamente personales. El gran detalle que aflora mediante su talento, es que junto a su indiscutida categoría rockera, también se trata de música popular en el mejor sentido del término.
Por Bernardo Devia.
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