domingo, 27 de julio de 2014

MANUEL GARCÍA - RETRATO ILUMINADO

Manuel García jamás ha enfrentado con timidez la música. De hecho, su lanzamiento anterior, “Acuario”, sorprendió por el brusco viraje del género de la cantautoría al electropop, donde se vio más como crooner que como cantante y guitarrista. 

En ese sentido, Manuel da otro salto incluso más arriesgado, y presenta un disco doble –un formato totalmente ajeno para la época- que reúne diecinueve temas que lo muestran como jamás se lo ha escuchado. Eso, unido a la producción musical de Ángel Parra, resume un trabajo que une dos personalidades muy reconocibles y que logran, por sobre todo, conmover.

En la primera parte, la rockera, se encuentran nueve cortes, dos de los cuales ya habían sido estrenados el año pasado en vivo, ‘La aguja’ y ‘la luz’. El primero, sumamente tierno, con una historia de amor bañada por las guitarras de Ángel. El otro, bailable y pegajoso, que invita a la fiesta, a la congregación social, pero aún así, con resquicios de lo que se ha conocido de Manuel. En cambio, a partir de ‘Raíces’, ya viene un punto claro de inflexión: el comienzo a lo Kraftwerk, dramático, y la forma de cantar del ariqueño, más arrastrada, muestran la apertura con que se planteó al momento de trabajar estas canciones: ya no hay límites para los géneros, todo puede ser posible.

Posteriormente, llega ‘Medusa’, el primer single del álbum, que también exhibe a Manuel en un tono interpretativo distinto, desgarrado, con el dolor que muestran los charros mexicanos en sus melodías. No hay pudor, tanto en las letras, que abarcan la historia de un quiebre amoroso, como en su alcance vocal. Luego, llega el progresivo track ‘María’, el tema que toca la transexualidad, obtiene un tono que –por muy descabellado que parezca- rememora a algunas de las obras más sombrías del catálogo solista de Steven Wilson. Pero el rock, en su tono más tradicional, con guitarras y riffs, está en dos canciones notables, ‘Letras chinas’ y la poderosísima ‘Tu sombra en mí’, donde, se entrecruzan las personalidades de Ángel Parra y Gustavo Cerati. Las guitarras a lo largo de todo el disco tienen protagonismo, pero no de la forma más superficial, ni tampoco entendiéndose como un sinónimo de alta velocidad, sino que trabajan en torno a la melodía, al embellecimiento de las canciones, y, cuando mucho, en capas que sostienen la estructura. Hacia el final llega el instrumental ‘El clan Parra’, que sirve como introducción para lo que viene en la segunda parte.

La virtud de este disco dos pasa por la tremenda familiaridad que tiene cada uno de los tracks. Es un sonido que está en el inconsciente, escondido, a la espera de salir pronto. Y son estas melodías el medio por el que brotan todo tipo de recuerdos y de sensaciones, que traen a la vista un Chile que se conserva más en la memoria que en el día a día. Sin la necesidad de acudir explícitamente al catálogo del folclor, lo que ocurre es que cualquiera que haya aprehendido experiencias de lo chileno entiende lo que sucede acá: es un cuerpo de obra mucho más emotivo que mental.

No hay una época en particular a la que Manuel García transporta a su público. Es un imaginario y un léxico, tal como lo presenta en ‘Retrato iluminado’, “jura arreglarnos de frente, el traje y hasta el caracho…”. Y cuando se suma la voz de Ángel Parra padre, el track agrega solemnidad: Pareciera que esta canción siempre hubiese existido. Así es con cada una de sus participaciones en esta segunda parte: ‘Noche montuna’, ‘El diablo’, y ‘El huerto de los deseos’, todas atravesadas además, por la narrativa oral rural, como la amistad del hombre y el caballo, la mítica aparición del diablo, y lo de pedir un deseo cuando se cae una pestaña.

También está otro grupo de canciones donde se encuentran las conmovedoras ‘Canción del desvelado’ y ‘Carbón’. En ambas, Manuel se expresa tan puramente, que impacta la crudeza de una frases como “no es como una esfera/es como una hembra/que está pariendo una estrella” y la ternura de “tal vez también tenga en mi corazón/carbón/que encienda para ver si abrigo a una mujer”. La interpretación de García es transparente y logra trascender su propia figura para convertirse en el personaje de la canción que entona.

Hacia el final, ‘Caballito de mar’ y la maldita versión de ‘Pupila de águila’ de Violeta, ambas cantadas a dúo con Ángel Parra hijo, superan lo analítico y se vuelven íntimas y propias. De alguna forma,  en “Retrato iluminado” Manuel García deja de ser la voz, y es la memoria emotiva y genética la que sale a flote. El quinto álbum en solitario del músico pertenece a la gente, es un disco triunfante, que maravilla a cada minuto, y dueño de una atemporalidad que estremece.


Por María de los Ángeles Cerda.



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