jueves, 28 de agosto de 2014

PATRIOTAS DE LA CIUDAD

Hablamos de los colombianos como los inventores del mal, los embajadores de la flojera, los mas violentos de entre los violentos; los culpamos de los asaltos, del olor a pichi en la calle, de las putas y de los puteríos (mancha indeleble en el discurso oficial de la Antofagasta monogama).

Nosotros, ciudadanos de una ciudad puerto de centro perennemente meado y lleno de perros, hijos, nietos o bisnietos de algún inmigrante, foráneo o interno, transeúntes de una ciudad eternamente bohemia y putera, súbitamente imaginamos Antofagasta como una aldea tirolesa, limpia, ordenada y sobretodo blanca, de felices habitantes que hacían ronda por la verde pradera, hasta que repentinamente llegaron los malvados invasores de piel negra, que con sus modismos y costumbres no han hecho mas que traer el mal a nuestras calles, corrompiendo nuestra tranquilidad de consumidores de camionetas gigantes y parcas “Columbia”.

Gracias a los colombianos nuestra feliz Arcadia se habría tornado un sitio eriazo multirracial, con la complicidad de nuestras incompetentes autoridades que displicentemente no han puesto limites a este torrente de torrantes, incapaces de defender el carácter “chileno” de nuestra ciudad, ante estos invasores culpables de antemano. Colombianos culpables por ser gritones, exagerados y buenos para el baile, colombianos culpables por sus espaldas y culos gigantes, culpables por su color en la vestimenta, por su color de piel que hace ver a nuestra negrura nortina curtida por el sol casi caucásico.

Culpables todos ellos, pero sobretodo culpables por ser tan visibles, violando la regla de oro de la inmigración, la cual es que los extranjeros deben notarse lo menos posible e idealmente parecerse a nosotros, chilenos todos, compañeros en el sombrío silencio, grises, solapados y solo expresando su prepotencia en la privacidad de nuestras casas o en la protección de los espacios cerrados.

Pero peor aún, y paralelamente a toda esta esquizofrenia colectiva que nos permite sufrir cibernéticamente ante la tragedia palestina al mismo tiempo que no encantaría encerrar a nuestros vecinos inmigrantes en alguna especie de ghetto invisible en que no los podamos ver ni notar; al mismo tiempo que acontece todo esto, vemos como en nuestra ciudad se coloca un gigantesco galpón destinado a almacenar minerales, todo en pleno centro de la ciudad. Antecedente que es la consagración del destino que se le ha reservado a Antofagasta, que es el de ser el polígono de tiro ambiental del norte grande, todo con el concurso y complicidad de nuestras muy chilenas autoridades y de sus muy extranjeros y blancos amigos empresarios.

En este caso, ¿donde queda el discurso de nuestros patriotas de shopería que condena a los infiernos las calles llenas de inmigrantes, alegando la pasividad de las autoridades al mismo tiempo que no dice nada ante la permisividad real de esas mismas autoridades que permiten la instalación de un basurero minero en pleno centro de la ciudad, ignorando efectos inmediatos y consecuencias en el mediano y largo plazo?, ¿Dónde están esos fervorosos defensores de la limpieza étnica, incapaces de abrir los ojos ante la suciedad real en la que los están hundiendo sus propios compatriotas?.

La única aproximación a una raza inferior en Antofagasta es la masa estúpida y egoísta en que nos ha transformado la corrupción minera y el espejismo neoliberal. La mentalidad del minero con plata nos ha tornado seres básicos, incapaces de ver más allá de nuestros miserables lugares comunes. Somos capaces de llorar cocodrilamente por los misiles que caen al otro lado de una pantalla, pero no lloramos por los misiles silenciosos que explotan entre nosotros, cada vez más abundantes, cada vez menos silenciosos.


Por Gonzalo Órdenes.

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