No todos los músicos son melómanos, pero Mikael Åkerfeldt si. El líder de Opeth compra todos los discos que puede cuando va de gira, cientos, y su lectura favorita son las biografías de leyendas del rock.
Al igual que Jorge González, le encanta la de Mötley Crüe, un relato literal de sexo, drogas y rock & roll. Piensa en términos de cuánto ha logrado su banda en los aniversarios importantes, y se compara con artistas similares. Aún así, no cree en la nostalgia.
Al igual que Jorge González, le encanta la de Mötley Crüe, un relato literal de sexo, drogas y rock & roll. Piensa en términos de cuánto ha logrado su banda en los aniversarios importantes, y se compara con artistas similares. Aún así, no cree en la nostalgia.
El asunto es progresar y alimentarse de información, de repasar álbumes claves, y trabajar en los mismos lugares donde se grabaron obras maestras. Se sabe que Judas Priest está en su cabecera, que le obsesiona el progresivo de los setenta y su condición de fan de Abba, la banda que le demostró al mundo hace cuarenta años que Suecia era una potencia musical, floreciente e influyente en los más diversos géneros hasta hoy, desde Roxette a Meshuggah.
Todo este bagaje se exhibe con nitidez de alta definición en "Pale communion", un trabajo con un nivel de interpretación superlativo, producido por Mikael Åkerfeldt y mezclado por Steven Wilson. Opeth y la técnica son uno desde los inicios, pero acá la ambición se guía por las ganas de avanzar en términos compositivos. Se anunció que la melodía sería prioritaria en este episodio discográfico, y así figura. El trabajo de voces deja fuera por completo los recursos guturales. La manera de ejecutar los instrumentos, ofrece un ángulo exacto entre ductilidad, toque, gusto, sensibilidad y fuerza.
La batería de Martin Axenrot es una verdadera clase de principio a fin, de una exquisitez que no depende de la ferocidad, sino del acento, de cómo poner el golpe, y una fluidez asombrosa para pasearse por toda clase de escuelas. En 'River', con su primorosa partida acústica y coral, invoca metal y tiempos latinos y folclóricos, donde la impronta de Martín Méndez, el fenomenal bajista uruguayo que compone junto a Åkerfeldt, brilla a la par. La destreza, el vértigo y la emotividad impresos en el tema, lo instalan como una de las mejores canciones del año. Hay pasajes de la instrumental 'Goblin', donde la matemática de la guitarra va cediendo a un ritmo de bajo y batería de una plasticidad propia del jazz fusión.
Las influencias brillan por el elegante trato. King Crimson revolotea con mayor insistencia hacia el final, en 'Faith in Others', perfecta como remate alternativo de la obra maestra de los ingleses, "Red" (1974). 'Cusp of eternity' concita el sabor del galope de Maiden, una ambientación fría como Tool, guitarras espectrales en el estribillo a la manera del dark británico de los ochenta, y acrobacias en los quiebres con link a Rush. El recuerdo de la banda de Adam Jones vuelve perfectamente reinterpretado en 'Moon above, sun below', pero con un fino toque de cepa setentera gracias al sonido del teclado, vital en todo el álbum. Luego el tema gira hacia un paisaje acústico que bien podría ser Yes, Genesis o Jethro Tull.
"Pale communion" marca la diferencia entre tributar épocas y figuras en la superficie, y artistas que se sumergen en un periodo musical y sus referentes, viajan y regresan con su lenguaje reforzado. La elocuencia de Opeth radica en cómo hilvanan modernamente ese bagaje, un idioma clásico y fresco por igual.
Por Marcelo Contreras.
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