Las miradas sobre el verdadero aporte de las drogas en la composición de música rock oscilan desde gente que declara no necesitar nada –Josh Homme por ejemplo, a pesar del aura narcótica de Kyuss y QOTSA-, a promotores majaderos como el sobrevalorado líder de Spiritualized, Jason Pierce, cuyo discurso artístico jamás olvida los alcances sicotrópicos. En rigor, la gente del jazz se clavaba agujas y aspiraba polvos mucho antes, sin el pavoneo que la cultura roquera ha hecho del asunto.
The Beatles fueron (casi) pioneros desde que Bob Dylan sacó uno y convirtió al cuarteto en marihuaneros empedernidos, al punto de dedicar canciones a la cannabis como 'Got to get you into my life', verdadera declaración de amor y fidelidad diaria de Paul McCartney a la planta, publicada en "Revolver" en 1966. Al año siguiente, "Sgt. Pepper’s lonely hearts club band" inauguró los discos conceptuales con el gesto iniciático de imprimir las letras, en una de las más elaboradas y recordadas carátulas de todos los tiempos, como una manera de estampar literalmente el peso lírico de la obra.
Un artefacto complejo, piedra angular del rock progresivo, reflejo de una época en que la lisergia era como una sonda exploratoria ampliando campos y referentes, en términos sociales y artísticos. Un medio magnífico si se quiere, pero que debe ser tratado como nitroglicerina, porque las posibilidades de quedar en arenas movedizas son ciertas. La alineación original de Black Sabbath, por ejemplo, bien lo sabe. The Flaming lips, que ha hecho de la sicodelia una forma de expresión con pasajes de alta factura, coge el Sgt. Pepper’s y lo reinterpreta por distintos caminos.
Actúan como productores de artistas invitados y también como intérpretes. Suena bien, lindo desafío homenajear una obra de tamaña influencia, la clase de discos que es capaz de inspirar carreras completas, como es el caso con la banda de Wayne Coyne precisamente con una de las obras mayores de The Beatles.
Rendido canción por canción en el orden original, el resultado se acerca más a una sobredosis, antes que la experiencia grata, lúdica y reveladora, de un buen viaje con boleto sicotrópico. Es el efecto por el efecto, la saturación del sonido empleada sin muchos matices, la deconstrucción porque si. La canción central reúne a My morning jacket y J Mascis, a cargo de un solo típico de su rúbrica, como si el parlante fuera a reventar. Hasta ahí, interesante: el corte queda subdividido en tres segmentos con cierta coherencia.
Sigue 'With a little help from my friends', histérica, angustiada, gritoneada, en las antípodas de la original. Todavía interesante pero un poquito obvia. 'Lucy in the sky with diamonds' incluye a una irreconocible Miley Cyrus y aportes de Moby, una versión que alterna un estribillo dulce y un coro explosivo, uno de los momentos altos. 'Getting better' pierde la chispa y algo parecido le sucede a 'Fixing a hole', reducida a un aburrido minimalismo. 'She´s leaving home' repunta el promedio hasta ese momento, al ser reconvertida en sintetizadores y máquinas de ritmo. 'Being for the benefit of mr. Kite!', con Maynard James Keenan junto a Puscifer, es una enésima confirmación sobre la escasez de brújula del proyecto del hombre de Tool. Luego, desde 'Within you without you' hasta 'A day in the life', el ensayo cae en sopor.
Puede seducir el impacto inicial respecto del tratamiento del sonido, empecinado en repartir detallitos en distintos planos, las voces que parecen venir de otra vida, e infinidad de efectos. Pero esta lectura de The Flaming Lips falla garrafalmente en un punto, principal triunfo de The Beatles en este episodio: jamás perder su vocación pop, a pesar de la complejidad de las canciones, y su sofisticado nivel de producción. Han desgranado las formas y perdido el fondo por completo.
Por Marcelo Contreras.
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