En una vieja entrevista con Rockdelux, previa a la salida de "Mellon collie and the infinite sadness", Billy Corgan enumera cuatro cosas que le desagradan: la estética Sub Pop, tocar en grandes festivales, que el público se distraiga en sus conciertos y el autobombo. Con el revival grunge en plena marcha, la fiebre festivalera en su máximo apogeo, los celulares con cámara e internet al alcance de todos y la proliferación de la egolatría mediante las redes sociales, suponemos que los últimos años deben haber sido infernales para el único integrante estable de Smashing Pumpkins.
Su discografía reciente apoya la conjetura: los palos de ciego han sido la tónica de una carrera antes primorosa. Si bien "Adore" y los dos "Machina" sufrían falencias, simbolizaban movimiento en nuevas direcciones, una inquietud que dejó de manifestarse desde "Zeitgeist" en adelante. Los Pumpkins se quedaron atrás y su líder acabó convirtiéndose en algo así como el Internet Explorer de los rockeros alternativos: un producto desfasado en el tiempo, incómodo de mirar y de rendimiento decepcionante.
Justo cuando casi nadie daba un peso por el "grupo", aparece "Monuments to an elegy" para recordarnos que un genio, aunque esté en apuros, sigue siendo un genio. A partir del powerpop de 'Tiberius', guiado por una guitarra con un zumbido muy Rivers Cuomo, la ansiada rehabilitación creativa de Corgan entra en marcha por fin. Atrás quedaron los delirios progresivos de "Oceania": los 32 minutos que dura el álbum, repartidos en apenas nueve canciones, sorprenden por su concisión y economía, términos recién incorporados al vocabulario de un músico famoso por su pomposidad.
Incluso la participación de Tommy Lee, sentado en la batería en reemplazo del joven Mike Byrne -un tipo con menos de la mitad de su edad-, se mantiene austera, a menos que sea necesario que acentúe un verso ("tocaré esta batería hasta el día de mi muerte") en la sentida 'Drum + fife' o que intervenga con ahínco en el par de canciones que cumplen a cabalidad la promesa de Corgan sobre el contenido del disco: "guitarras, guitarras, guitarras y más guitarras". Hablamos de 'One and all' y 'Anti-hero', dos cortes destinados a satisfacer el paladar de fanáticos antiguos en búsqueda de sabores tradicionales.
Ornamentado por sintetizadores que no ocultan su admiración por New Order, y que de tanto en tanto asumen las riendas ('Dorian', 'Run2me'), "Monuments to an elegy" se basa principalmente en las seis cuerdas. Evade, eso sí, la categorización de rock simple y llano gracias a temas con aroma funk (la contundente 'Anaise!') o emo (la sensiblera 'Being beige'). Como las obras cumbres de los Pumpkins, fue hecho con un equipo de rostros familiares: el guitarrista Jeff Shroeder, miembro oficial desde 2007; el productor Howard Willing, técnico de "Adore" y "Machina/The machines of God", detrás del vidrio; y el masterizador Howie Weinberg, partícipe de los gloriosos "Gish" y "Siamese dream". Moraleja: hasta los tiranos como Corgan necesitan rodearse de gente de confianza para sacar lo mejor de sí.
Por Andrés Panes.
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