Tienta saber qué pasa cuando Bob Dylan se mete con Frank Sinatra. Cuando uno de los culpables de la decadencia de los crooners, en su calidad de arquitecto del rock, se apropia del repertorio del mejor de ellos.
Sobre todo porque era de esperar: Dylan ya había versionado a uno de los integrantes del Rat Pack y a una ex novia de La Voz. Primero, cubrió "Return to Me" de Dean Martin para "Los Soprano" (era seguidor de la serie), y después incluyó "Have Yourself a Merry Little Christmas" de Judy Garland (mencionada con aprecio en la autobiografía "Chronicles Vol. 1") en el desconcertante "Christmas in the Heart".
Al contrario de ese disco navideño, que parecía obra de su peculiar sentido del humor, Dylan se toma muy en serio su nuevo experimento. Hace de "Shadows in the Night" un artefacto polisémico: no solo es su trigésimo sexta entrega de estudio, sino que representa varios hitos e implica novedades. Por primera vez, el estadounidense suelta la guitarra y se dedica únicamente a cantar. Aburrido de las críticas a su desempeño vocal, como evidenció en su discurso en una premiación de MusiCares, administra con maestría los escasos recursos de su garganta y ofrece sus mejores interpretaciones en años. Taciturnas, vulnerables, anhelantes.
También dedica un considerable esfuerzo a traducir los arreglos a su lenguaje. Con la excepción de tres canciones que cuentan con recatados bronces, la pompa de los originales es reemplazada por la austeridad que proporciona un grupo formado por cinco de sus músicos habituales, entre los que prima Don Herron con su steel guitar. Se conservan, eso sí, los motivos usados por Sinatra. La minimización optimiza el potencial expresivo de estas canciones, sepultado en algunos casos bajo la fastuosidad típica de las big bands.
Dylan se adueña de las letras hasta volverlas personales, como ocurre en 'Why Try to Change Me Now': "¿Por qué no puedo ser más convencional? / La gente habla, la gente mira, así que lo intento / Pero eso no es para mí" (...) "¿No recuerdas que yo siempre fui tu payaso? / ¿Por qué tratar de cambiarme ahora?". Sus preguntas recuerdan aquella clásica e hilarante conferencia de 1965 en San Francisco. Aunque, por lejos, la más "suya" es 'That Lucky Old Sun', parte de su repertorio en vivo desde los 80 y poseedora de versos asimilables a su etapa cristiana y a su sempiterna fijación religiosa: "Querido señor en el cielo, no sabes que estoy suspirando, lágrimas cubren mis ojos / Envíame esa nube con un rayo de luz, elévame al paraíso".
Desde la precariedad, Dylan construye un disco íntimo, acariciante. Para lograr ese efecto de cercanía, grabó en una toma única con sus acompañantes en los mismos estudios de Capitol en los que trabajó Sinatra, pero limitó el uso de micrófonos, audífonos y cableado hasta el punto de complicarle la vida al avezado Al Schmitt, un ingeniero en sonido que colaboró previamente con el Viejo Ojos Azules (y con Elvis Presley, Madonna y Michael Jackson, entre otros). Los dolores de cabeza de Schmitt pagaron en oro: "Shadows in the Night" es como tener a Dylan en persona tocando en el living, compartiendo sus gustos personales y recordándonos cómo eran las canciones (y el mundo) antes del rock.
Por Andrés Panes.
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