jueves, 18 de junio de 2015

EL NEGOCIO DE LA COPA AMÉRICA CHILE 2015

La sana, libresca y necesaria práctica del deporte como afán de recreación y colectividad para el ser, hace tiempo quedó en la esfera de lo utópico como bien dice Carpentier. El deporte moderno se ha degradado al lamentable estado de la competencia pura gracias al Estado, el mercado y su espectáculo. 

Este tridente ha hecho del deporte un embrutecedor fenómeno de masas. Sólo para hacernos una idea, el partido final de la Copa Mundial de Brasil 2014 fue seguido por más de 909 millones de telespectadores, cifra que supera los 745 millones de habitantes de Europa y que se acerca a los 953 millones de habitantes de todo el continente americano. Si bien en algún momento el deporte, y precisamente el fútbol, aparecieron en la historia para entrenar el cuerpo y despertar los sentidos, la realidad de lucro, corruptela, divisionismos locales y chauvinismo nacional que se despliega reafirmando la ideología capitalista, no puede generarnos más que repudio a la hora de ver en todas las pantallas el inicio de la Copa América aquí, en Chile.

El fútbol y su origen se puede situar muy atrás en la historia, por allí por el siglo III A.C, momento en que se registran los primeros juegos con pelota, pero la forma que actualmente ha tomado este deporte se gestó en las Islas Británicas desde donde comenzó a tomar los ribetes de la modernidad para institucionalizarse en 1863 con el surgimiento de “The Football Association”, organismo que 41 años después se conformó en lo que hoy se conoce como ese real pero etéreo, itinerante y del todo mafioso estado-nación-corporativa de la FIFA.

En pleno siglo XIX y a espaldas de la clase obrera británica fue que el fútbol se difundió y extendió por el planeta, llegando a todas las colonias y puertos con presencia inglesa. Y como no, si para el año 1914 el 84% del territorio total del planeta se encontraba bajo dominio Europeo. Desde aquella época, todo quehacer humano se ha destinado a la desmedida y afanosa necesidad de ganancia del capital. Preso de este margen, el fútbol no ha quedado ajeno a los intereses del valor y su crecimiento infinito.


Ilusión, espectáculo y mercancía


La inagotable capacidad que tiene el mercado de hacer suyo todo aquello que por historia no le pertenece, es realmente, total. Su afán colonizador ha traspasado todas las fronteras y su discurso esquizoide ha logrado cuajar dentro de un solo relato, el del consumo, experiencias incompatibles e iconos que son totalmente antagónicos a su proyecto. Así, secuestran referentes que en su momento fueron perseguidos a través de la más brutal represión, convirtiéndolos en imágenes inofensivas, canonizadas por su propio “merchandising”, vaciando su nombre de toda aquella potencialidad revolucionaria que los hizo peligrosos en vida, para dejar su imagen flotando en la tramposa esfera del espectáculo. De este proceso nada ni nadie se escapan, llegando a generar bienes culturales que en forma masiva llenan cada uno de los espacios de la vida. El arte, la entretención, el deporte, la sociedad en su conjunto, han sufrido este secuestro y a días del inicio del campeonato entre selecciones más antiguo del planeta vale la pena preguntarse algunas cosas. Por ejemplo ¿Cuál es la necesidad social de organizar la copa América en la región chilena?

En términos urgentes, las necesidades del grueso de la sociedad se encuentran lejos de lo que significa la inversión millonaria (más de 100 millones de dólares sólo en remodelación de estadios) que está haciendo el Estado chileno para cobijar tal evento. La falta de las mínimas necesidades básicas es generalizada, pero las prioridades del Estado siguen orientadas a las necesidades que él mismo crea: cohesionar una realidad del todo fragmentada. Dentro de este orden la estrategia del capitalismo para garantizar la unión de los antagonismos de clase requiere de una producción especializada, concretando un vínculo directo entre industria pesada y la industria simbólica, vinculo que se ancla en un lugar imaginario en el que todos pueden participar, ya sea como consumidor-espectador, ya sea como hincha. Y qué mejor lugar que el deporte rey, el fútbol, pasatiempo propio de las clases populares que ha servido de elemento distractivo y aglutinador de las más terribles diferencias, arrojando sobre estas contradicciones un aire de semejanza e igualdad. Ambos extremos de la sociedad de clases se tocan en la cancha y el estadio, para ser traspasados por una turbia identidad en donde lo universal puede sustituir a lo particular y viceversa.

Actualmente el fenómeno del fútbol es generador de potentes comunidades vertebradas por sentimientos colectivos gestados en torno a los diferentes clubes del mundo, sentimientos que en definitiva no tienen ninguna justificación más que el color, éxito deportivo o rasgos identitarios que no pasan de la mistificación de una historia. Durante el ritual futbolístico las hinchadas realizan un acto de comunión cuasi religioso, expresando devoción hacia su club durante la temporada de fútbol ordinaria y a la propia nación cuando juega la selección de sus respectivos países, operando como verdaderas comunidades imaginarias. Todo ritual religioso cumple así una función unificadora de la comunidad que lo practica. Estos ritos suelen consistir en actos de comunión conjunta que constituyen finalmente una suerte de alabanza y reafirmación de la propia comunidad en sí y la de su propia estructura social.

Pero el fútbol no es el único espacio de congregación colectiva que cumple este tipo de funciones cohesionadoras, junto a él convive toda una forma de consumir casi cualquier otro tipo de espectáculos, como el cine, la música, la televisión, o las redes sociales virtuales, herramientas que también se acercan en gran medida al culto religioso. Toda esta enorme industria cultural tiene un auspiciador principal, el Estado, el cual ha sido el más importante promotor del espectáculo en todas sus formas en el mundo. De allí que las decisiones sobre qué se va a privilegiar, potenciar y financiar en el marco de las industrias culturales, sean decisiones estratégicas del Estado. Así el fútbol, instrumentalizado por éste, el mercado y la industria espectacular se ha convertido en un nicho de lucro económico, chauvinismo nacional, divisionismo alojado en el seno de la clase proletaria y de machismo recalcitrante. ¡¡Qué mejor!!


FÚTBOL-NEGOCIO = Sociedad de consumo, publicidad y colonización del sujeto popular


Si ha existido un vehículo eficaz para que el mercado imponga su proyecto de la sociedad de consumo en sectores de escaso poder adquisitivo, ese ha sido el fútbol y más específicamente, los futbolistas. Es precisamente sobre estas figuras, donde se ha masificado el uso de la marca como medio de legitimación del ser, degradándolos al estado de la mera apariencia, pura imagen. Común resulta escuchar en las poblaciones expresiones tales como “andai tapisao”, desde el jockey Adidas hasta las zapatillas Lacoste, el vestisaje de marca se ha vuelto parte del paisaje natural de los territorios más violentados por el capital. Y un vestuario de otra clase, no es más que un disfraz auto-humillante, ¿cómo es posible que alguien se pueda identificar con todo aquello que lo niega y excluye? Tal vez se podría decir que esta actitud no es una intimidad que se vierte en otra cosa, sino una llaga que se muestra, una herida que se exhibe. Una herida que también es un adorno bárbaro, caprichoso y grotesco; una herida que se ríe de sí misma y que se engalana para ir de cacería. 

Si bien la falsa conciencia es un fenómeno propio del extrañamiento que genera el producto del trabajo al interior de las fuerzas productivas capitalistas, él fútbol ha ejercido una presión indiscutible sobre la creación del imaginario colectivo que hoy posiciona la marca como indicador del verdadero valor humano de cada sujeto. Pero esto no es más que el inicio de una realidad mucho más terrible y que tiene relación con el estereotipo que transmite el futbolista inserto en la sociedad de consumo, desarrollando su rol protagónico dentro del espectáculo, presentándose como una guía orientadora de modelos de hombre y mundo, recreando estereotipos de personalidad, moda y comportamiento.

Para reafirmar esta identidad del todo impostora, el discurso hegemónico agota todas las instancias a su disposición: televisión, internet, periódicos, publicidad, etc. Todo para enquistar hábitos mentales que transforman las prácticas humanas en meros artefactos, instalaciones de una realidad ajena direccionando la convivencia sobre un escenario que domina y agrede. Así, la sociedad actual, condena de todas maneras a sus miembros, imponiéndoles sin cesar los esquemas de su comportamiento, logrando una dependencia y una servidumbre de los hombres hacia lo que de ellos demanda la norma social, objetivo último de la industria cultural. Sobre este aspecto, se configuran en torno al futbolista auténticos modelos de hombre para la clase popular, debido principalmente a que la mayoría de los astros futboleros provienen de los sectores más precarizados de la sociedad y han logrado el “éxito” por sus habilidades en el campo y “heroica” entrega. El futbolista se convierte entonces en el mejor ejemplo de meritocracia y auto-superación, traspasando los intereses de la burguesía a la fracción mayoritaria de la población, cuyas condiciones materiales niegan todo lo que se traga.

Desde la industria publicitaria a los informativos televisivos, se nos muestran continuamente las hazañas deportivas de estos superhombres sobre el terreno de juego y, cada vez más, se introducen las cámaras en sus vidas cotidianas para mostrar la opulencia en la que viven, las mujeres estereotipadas que tienen o el nuevo auto que han adquirido. El espectador medio de clase trabajadora podrá ver así a un par suyo que ha ascendido hasta la cima del éxito social por sus propios medios, quedando él como único responsable de sus circunstancias socioeconómicas, acusado por la pantalla y su reflejo en la imagen, hundiéndose solo en el sillón.

Dentro de esta dantesca orquesta, no puede faltar la publicidad, arma esencial de la mega industria cultural. La publicidad, que desde sus inicios ha tenido un enorme impacto social, político, económico y emocional, es de los principales generadores de divisas a la hora de hacer caja sobre las utilidades que estos magnos eventos generan, además de trabajar psicológica y afectivamente con los sentimientos y valores de sus consumidores, inyectándole al público una cierta opinión sobre un producto, un servicio o una persona.
Consciente del poder que encierra la publicidad, la FIFA exige como condición restrictiva para celebrar el torneo la exclusividad de toda la publicidad y ventas que se ubiquen en un radio de 2 kilómetros en torno al estadio, prohibiendo el trabajo de vendedores ambulantes e invadiendo el perímetro con publicidad, donde la mercancía se convierte en espectáculo. De este modo, la FIFA consiguió recaudar 3,000 millones de dólares en concepto de auspiciadores, marketing y derechos de televisión durante el Mundial de Brasil 2014.


La explotación sexual


Es un hecho conocido que cuando hay mundiales de fútbol, las ganancias para la explotación sexual también se incrementan. Y es que el espacio social del fútbol no escapa de los arquetipos de masculinidad del capitalismo tecno-financiero patriarcal en el que se configura. En esa configuración es que se permiten distintas expresiones y manifestaciones, distintas prácticas de abuso y agresión discriminatorias, muchas provocadas por el exceso de alcohol, que lleva a parte de esa hinchada a pagar por sexo e incluso aceptar la pedofilia.

Sin ir más lejos, para recibir el Mundial 2006, Alemania no sólo se preocupó de la superproducción de cerveza. Para estar a tono con la industria capitalista del fútbol, legalizó la industria sexual algunos años antes (2001) e instó a invertir en la construcción de burdeles de primer nivel para el mega-evento que se acercaba. Así, mientras se satisfacía el apetito sexual de los turistas y fanáticos que arribaban al país, eran constantes las denuncias sobre tráfico de mujeres, niñas y niños provenientes, en su mayoría, de África y Europa oriental. Se necesitaron alrededor de 40,000 mujeres para aplacar la demanda de los nuevos megaburdeles levantados en Alemania, incluso en Berlín, llamada “La ciudad del sexo” por esos días, se vanagloriaban por tener una capacidad de atención para 650 clientes simultáneos por megaburdel. Más de la mitad de ellas fueron engañadas con promesas de empleos temporales, o simplemente secuestradas de su país de origen para ser convertidas en esclavas sexuales.

En el Mundial de 2010, hubo una gran controversia que no hizo más que demostrar el poder soberano e invasivo que tiene la FIFA ante cualquier Estado. En Sudáfrica, donde es ilegal la prostitución, la FIFA ejerció presiones para que se despenalizara la prostitución durante el mes del campeonato, argumentando que la asistencia de los fanáticos dependía de ello, pues un mercado negro sexual propiciaba las condiciones para el contagio de VIH en turistas y fanáticos del fútbol (Sudáfrica es el país con más infectados en el mundo, 6 millones de habitantes lo padecen). Por otra parte, al igual que en Alemania, mujeres fueron reportadas desaparecidas en países vecinos como Zambia, siendo halladas posteriormente en distintos prostíbulos de Sudáfrica.

Brasil no fue la excepción a la mísera industria deportivo-sexual. Meses previos al mundial, niñas huérfanas de 14 años en las favelas de Sao Paulo, vendían su cuerpo por 4,7 dólares a los trabajadores del estadio Arena Corinthians durante su hora de colación. Ante este escenario de prostitución y explotación sexual, el gobierno de Dilma Rousseff, en la antesala del Mundial de fútbol, ejecutó distintas políticas en torno al tema. Se preocuparon de impartir clases gratuitas de inglés a prostitutas para facilitar la comunicación con turistas extranjeros y se lanzó una campaña publicitaria bajo el slogan “Soy feliz siendo prostituta”. Esta campaña reafirmaba la legalidad de la prostitución en mujeres a partir de los 14 años de edad, con el objetivo de promover el sexo seguro y reducir la estigmatización del rubro. Incluso la asociación de prostitutas de Belo Horizonte, durante el año 2013, anunció un nuevo servicio titulado “Disfrute ahora y pague después”, un convenio con la banca privada, para facilitar el pago del servicio con tarjeta de crédito extranjera.

La prostitución, el proxenetismo, y todas las manifestaciones de explotación sexual y trata de human@s, son incrementados cuando se hospedan al alero del gran espectáculo. Grandes negocios de sexo al por mayor en la metrópolis, facilitadas por el aumento en el flujo de turistas sedientos de triunfo, hacen notar que fútbol y sexo van de la mano. La naturalización que se hace ante esta relación, revela que los fans no muestran sólo un idolatrismo enajenante, sino también un apetito descarnado por el sexo industrializado en su sed de gol y cerveza, una penetración ideológica hacia los deseos más íntimos del consumo personal.


Fútbol, entretenimiento para unos, explotación y miseria para otros


Se dice del entretenimiento, que es el tipo de actividades placenteras que permiten a los seres humanos ocupar su tiempo libre en divertirse, evadiendo sus preocupaciones de forma temporal. El fútbol es una actividad muy atractiva para pasar el tiempo, esto por su simpleza de juego y azar. Para algunos es deporte y en otros una religión, acaparando la atención de millones de personas de todas las edades, presas todas de la incertidumbre del gol. Es ésta forma de entretención la que despertó el apetito inagotable de la gran industria tecno-capitalista de mercantilización del ocio. Esta última siempre desplazándose en torno a las dimensiones de la actividad humana para capturarlas y cosificarlas. De esta manera se apropió del ocio del deporte hace décadas, institucionalizándolo y convirtiéndolo en una máquina de trabajo para sus deportistas y el proletariado global. Esta maquinaria transformó al partido en un medio para incentivar el consumo asociadas a grandes marcas de tecnología, videojuegos, viajes y muchos más.

Sin ir más lejos en Chile, en el marco de la Copa América 2015, más de 10 mil trabajadores fueron explotados a lo largo del país para, en un corto plazo, mostrar al mundo una señal de progreso y desarrollo a través de estadios de última generación, dotados de todas las comodidades para albergar a los fans, además de la alta tecnología en iluminación diseñada para la televisión digital. Las extensas jornadas de trabajo fueron tal, que en el estadio Ester Roa de Concepción, en cuya remodelación se trabajaba día y noche, los trabajadores se vieron obligados a paralizar las obras en más de una ocasión, exigiendo mejoras salariales, pago de horas extra, y el pago de finiquitos para los trabajadores que no siguieran en las obras. Se estima que en la remodelación y mejoramiento de todos los estadios de región para el campeonato, se invirtieron sobre los 113 mil millones de dólares.

En síntesis, el fútbol como herramienta de alienación de masas, consumo, turismo, emociones disociadas, nacionalismo y fanatismo se instalan de local en los distintos territorios de la región chilena en el contexto de la “Copa América 2015”. Veremos cómo se desarrollan las consecuencias de este espectáculo con el correr de los días.

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