Cuando Kevin Parker empezó con Tame Impala, el proyecto tenía dos aristas: una de estudio, que consistía en un puñado de maquetas caseras grabadas en solitario, y otra en vivo, acompañado de otros músicos y con un repertorio distinto, más simple.
La meta de Parker era sonar como una banda, pese a que se encargaba de registrar todo sin recurrir a manos externas, y con el tiempo prevaleció la idea de que Tame Impala era un grupo, noción reforzada en sus primeros discos, "Innerspeaker" y "Lonerism", ambos caleidoscópicos, transportadores, psicodélicos.
"Currents" llega a poner las cosas en su lugar: esto no es una democracia, acá no hay un colectivo. Se trata de un solista autosuficiente y de inapelable genialidad porque sus melodías, independiente del género musical que las envuelva, son clásicos instantáneos que sobreviven cualquier prueba de la blancura. La forma en que Parker toma la batuta en su tercer álbum es plausible desde varios puntos de vista. Primero, porque reconoce que decisiones del pasado como dejar su voz en segundo plano eran perfectibles (ahora figura protagónico, sus letras importan). Segundo, porque maneja la presión de la notoriedad pública con sorprendente soltura para un tipo retraído cuyo solipsismo definía sus canciones. Tercero, porque habla con la verdad, desprovisto de caretas.
El propio aludido confiesa, en sus últimas entrevistas, que las características texturas yuxtapuestas de sus previos lanzamientos eran proporcionales a su temor a quedar al descubierto. De sobra merecido, el apoyo entregado a Tame Impala por parte de público, prensa y colegas (montones de australianos intentan repetir sus proezas) fue el impulso necesario para hacer de "Currents" un álbum cristalino en comparación a sus hermanos mayores. Desinhibido como nunca antes, Parker bota al tacho de la basura los preceptos rockistas: sin empacho, se entrega de lleno al synth pop romántico ('Eventually'), al soft rock esplendoroso ('Yes I'm Changing'), incluso al hip hop abstracto ('Nangs'). El suyo no es un caso aislado. Este mismo año, otro grupo de origen oceánico, Unknown Mortal Orchestra de Nueva Zelanda, también atravesó una transición desde la lisergia hasta el pop en su recomendable "Multi-Love" acercándose, como Tame Impala en "Currents", a la música disco, el funk y el R&B con asombrosos resultados.
Kevin Parker, que siempre ha declarado ser fanático de Britney Spears y del pop masivo, por fin respalda con un disco sus dichos. Los chasquidos de dedos en 'The Moment' remiten a Michael Jackson, a quien homenajeó el año pasado subiendo a Soundcloud un cover de 'Stranger in Moscow', y la androginia de 'Cause I'm a Man' (cuyo coro se lee "porque soy un hombre, mujer", pero también "porque soy un hombre mujer") dirige hacia Prince. 'Love/Paranoia' parece extraída del EP que Parker asegura haber compuesto para Kylie Minogue, por lo sugerente de su melodía, aunque conserva la cualidad onírica marca de la casa de Tame Impala, que solo realiza una visita relámpago a territorio conocido, el lo-fi, en la fugaz 'Disciples', de menos de dos minutos de duración. La naturalidad con la que afloran canciones que se pueden bailar, como 'The Less I Know the Better' o la colosal 'Let It Happen', corona este acierto en forma de disco. La va a tener difícil el que quiera aparecer en los próximos meses con algo mejor. Por ahora, álbum del año.
Por Andrés Panes.
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