El año pasado Pink Floyd publicó "The Endless River", un álbum de despedida ensamblado a partir de grabaciones de la era "The Division Bell", y ahora llega "Rattle That Lock", el primer álbum de David Gilmour en solitario desde 2006, que pese a poseer gran calidad, es un tejido cosido y anudado desde lo que fueron, en palabras del propio Gilmour, "un montón de piezas musicales dispares”.
La manera en que se teje la hebra es muy singular y, por cierto, logra todo su efecto en tanto a coherencia, tarea que no debe haber sido fácil. Hay pasajes impresionantes, como la forma en que Gilmour, en uno de esos momentos más floydianos, convierte la palabra "How" en una exclamación cósmica monumental durante la magistral 'On Any Tongue', y también en ese algo más sucio y arrastrado de 'Today', una mezcolanza de ritmos maquinales y estribillos pesados. Quizá demasiado Pink Floyd. Esto sea dicho porque "Rattle That Lock" no es un disco floydiano como "The División Bell".
En este punto de su carrera, el guitarrista británico tiene poco que demostrar. Sin embargo, su cuarto álbum es cualquier cosa menos una cómoda reincidencia en los valores de la marca Pink Floyd. Con "The Endless River", que fue producido casi en paralelo, son polos opuestos en sus conceptos, objetivos y resultados finales. Coproducido por un colaborador histórico y responsable de ambas placas, el guitarrista Phil Manzanera, "Rattle That Lock" es un álbum musicalmente rico y plagado de pequeños y finos detalles. En contraste, su anterior disco, "On an Island", era bastante más plano. La diferencia aquí es la inmensa imaginación desplegada en paisajes que se funden en una colección de canciones de álbum rock, soul, folk, jazz y música ambiental.
Lo que constituye el denominador común entre David y Pink Floyd es el efecto sedante propio de un disco de velocidad lenta, característica en todo caso de sus propias tres grabaciones anteriores como solista. Desde la pista instrumental, '5 A.M.', ese sonido atmosférico cerebral sigue sonando enormemente convincente y propio del músico. Y lo que atrapa, aun más que lo etéreo, son las memorables líneas de guitarra de Gilmour a modo de invitación a la escucha, una especie de 'Cluster One' en "The Division Bell".
Así como '5 A.M.' es una intro, 'And Then…' es el outro o la despedida, el final perfecto con un coraje y fluidez guitarrera que simplemente parecen flotar sobre el ritmo constante y los ambientes que proveen de manera sutil un arreglo de cuerdas orquestales. Todo con la marca tan lírica del Gilmour y su guitarra que, por momentos, pareciese cantar. Tal como acontece en la otra instrumental, 'Beauty'.
Por otro lado, 'Rattle That Lock', el tema titular (single oficial del disco), tiene una melodía y un pulso muy interesantes, que samplean con insistencia un jingle de un anuncio de una estación de trenes en Francia. Esta misma melodía es la que añade una cierta alegría reforzada por un latido que le da marcha a una canción inesperadamente entretenida. Gilmour recrea un arreglo, influenciado por el soul ochentero, de varias capas y una cualidad vaga, y el coro de fondo sólo llega a añadirle amplitud y profundidad de una manera genial.
'A Boat Life Waiting' bien podría ser una reflexión sobre la muerte de Rick Wright porque, aparte de la magia con la que tocó a la banda gracias a sus sintetizadores, el tipo era conocido por ser un apasionado marinero. La canción se convierte en algo extra con sus complejas armonías vocales, y su índole espiritual y de enorme profundidad. Si no es un homenaje por todo lo ancho y lo largo, difícil saber qué es.
Que el (maravilloso) trabajo de Gilmour en guitarra quede en evidencia no es gran sorpresa. El álbum no es una colección de llamativos solos de guitarra sobre elaboradas melodías: Gilmour no toca solos por simple lucimiento. Su habilidad es tal que nunca se hace una demostración estéril de virtuosismo. La inigualable capacidad de invertir todos sus recursos en apenas un par de notas, o en una frase con mucho significado, es, en parte, lo que siempre ha distinguido a su voz, la cantante y la instrumental. Y ahí está 'Face of Stone' para dejarlo aun más claro, un Gilmour que se empina a las alturas de un Tom Waits o de Roger Waters con toda naturalidad.
'Face of Stone' es la prueba de que, a diferencia de otros guitarristas que se apresuran a llenar todos los espacios posibles, David Gilmour da énfasis a la arquitectura de los vacíos. Tal como son los estados de ánimo, son las melodías. 'The Girl in the Yellow Dress' por ejemplo, llega como lo que es: una hermosa historia de jazz trasnochado; un lento y cadencioso dixieland, que derrocha calidez y hasta ternura. Lo mismo 'Dancing Right in Front of Me', que sería una simple bella composición, con una progresión predecible, si no fuera por un opresivo quiebre en su estructura que la convierte en algo más.
"Rattle That Lock" se disfruta mejor en su conjunto, como una obra completa. Parece descansar en su espontaneidad, pero también se siente mucho como una sofisticada y cerebral construcción musical. ¿El mejor momento de Gilmour en 20 años? Sin duda.
Por Alfredo Lewin.
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