domingo, 25 de octubre de 2015

HISTORIA DEL ANARQUISMO EN CHILE

En Chile periódicamente los anarquistas saltan a la tribuna siempre efímera de la opinión pública, ya sea por hechos de violencia o por cuestiones políticas. En la mayoría de los casos la vieja caricatura que les homologa con el terror y la rebeldía infantil se repite una y otra vez, impidiendo conocerles o al menos formarse una idea un poco más compleja al respecto. 

Con la intención de esbozar una imagen introductoria para la conversación y discusión con aquellos y aquellas a quienes la curiosidad les impulse a explorar estos parajes, tanto en este como en otros confines, nos hemos propuesto trazar a continuación una breve síntesis del desarrollo de las iniciativas anarquistas en la región chilena. Infinidad de detalles, variantes y contradicciones serán excluidos y terribles generalizaciones surgirán en honor a la brevedad, puesto que un movimiento tan múltiple e inasible es imposible de  encajar en un solo relato armónico. Por lo mismo y en el fondo no me queda más que invitarles a iniciar sus propias y libres búsquedas.

Antes de comenzar precisamos hacer una advertencia metodológica y política. El anarquismo -hoy como ayer- es un conjunto de iniciativas orientadas a construir relaciones ajenas a toda clase de autoridad. Sin embargo, “los caminos” para lograr tales planteamientos suelen ser variados e incluso contradictorios. Por lo mismo no debe resultar extraña su dispersión y la diversidad e incompatibilidad de estrategias entre sus distintos polos. Innumerables temas han generado agrias polémicas internas. Muchos no reconocen como tales a otros que, utilizando discrepantes propuestas, se reivindican como anarquistas o libertarios. La constatación de todo lo anterior, tanto en el presente como en su pasado, es vital para comprender el desarrollo de este universo ideológico.

Aún cuando actualmente pereciera ser un fenómeno juvenil y hasta un tanto exótico en relación con la tradición de la izquierda chilena, hegemonizada durante décadas por el marxismo, el anarquismo –y su multiplicidad- tiene una extensa y rica historia en los movimientos sociales criollos. Historia que se remonta hasta las últimas décadas del siglo XIX cuando algunos inmigrantes del Viejo Mundo compartieron a un puñado de inquietos e inquietas estas subversivas ideas. Conceptos y propuestas que se enfrentaron, influyeron y permearon de la peculiar realidad local.

En Valparaíso y Santiago surgieron los primeros nodos registrados fehacientemente, siendo El Oprimido de 1893, el decano del medio centenar de publicaciones anarquistas que hubo en el país. Pero fue a partir del cambio de siglo (1898-1907) cuando estas ideas comenzaron a introducirse efectivamente mediante la explosiva germinación de grupos, sindicatos, periódicos, ateneos y cuadros teatrales. Junto con animar y acompañar incontables huelgas desatadas en medio de la llamada Cuestión Social, sus diversos nodos aportaron una serie de innovaciones.

En el terreno sindical introdujeron las sociedades de resistencia (antecedentes del sindicato moderno) y la idea de que las personas debían luchar mediante la acción directa, es decir, al margen del Estado y los partidos políticos, para conquistar sus reivindicaciones.

En el espacio político y cultural difundieron con éxito una serie de “nuevas causas” tales como la solidaridad internacional de los trabajadores, la emancipación de la mujer, el naturismo, el amor libre, la autogestión, la conmemoración del 1° de Mayo, la resistencia al servicio militar, el esperanto, las colonias comunistas y las escuelas racionalistas, la educación sexual, el anticlericalismo. Por último, en un país en donde el analfabetismo alcanzaba a la mayoría de la población, y los saberes ilustrados eran privativos de las élites, los ricos circuitos culturales anarquistas –ateneos, grupos de teatro, periódicos, bibliotecas, conferencias- incentivaron con inusitada voluntad la libre exploración de conocimientos. Desde luego no todo era color de rosas, pues diversas expresiones autoritarias que hoy podríamos englobar como patriarcales, mesiánicas, eurocéntricas o cientificistas, por ejemplo, se entremezclaban en sus prácticas públicas y privadas. 

Intentaban obrar en forma distinta, pero no por ello eran inmunes a los valores de la sociedad en que vivían.
Una de las peculiaridades del devenir anarquista en la región chilena en sus primeras décadas es que aun cuando contaban con una amplia red de contactos e intercambios de información a nivel mundial, y con la presencia activa de algunos inmigrantes en sus filas, casi la totalidad de sus activistas más notorios eran jóvenes, hombres y mujeres, criollos.

Antes de avanzar en el tiempo recordaremos que el horizonte libertario estuvo muy presente en las grandes manifestaciones obreras de aquellos días: Valparaíso (1903), Santiago (1905), Antofagasta (1906) e Iquique (1907). Varias sociedades de resistencia se gestaron por su iniciativa entre panaderos, obreros de ferrocarriles, de imprentas, zapateros y aparadoras, carpinteros y trabajadores portuarios, principalmente. En 1906 fundaron la Federación de Trabajadores de Chile, una de sus primeras centrales obreras.
Claramente no estaban solos. Otras corrientes reformistas y revolucionarias como el Partido Democrático (1887) o el Partido Obrero Socialista (1912) -transformado en Partido Comunista en 1922- también alentaban los conflictos sociales y fomentaban el desarrollo cultural de los sectores populares.

La segunda década del siglo XX estuvo llena de sucesos que periódicamente ponían a los anarcos en las portadas de la prensa. El doble homicidio político de Efraín Plaza Olmedo, en julio de 1912, dividió a los anarquistas en torno al uso de la violencia, al mismo tiempo en que la élite justificaba nuevas medidas represivas. Mientras tanto y con la excusa de desbaratar “planes explosivos” frecuentemente la policía arremetía con prisión, tortura y juicios criminales contra los grupos y periódicos libertarios.

No obstante, la actividad ácrata, descentralizada y muchas veces efímera, pujaba con fuerza. Existían, por ejemplo, interesantes iniciativas funcionando en Antofagasta, Punta Arenas y otras ciudades. En Valparaíso colaboraron en la victoriosa huelga general de 1913 contra el retrato forzoso (Huelga del Mono). Fundaron allí la Federación Obrera Regional Chilena, la FORCH (1913-1917), organización sindicalista libertaria afín a sus pares en Argentina, Uruguay y Perú. Colaboraron también en las grandes manifestaciones de arrendatarios y en contra del alza de los precios de la locomoción colectiva. Y no faltaron las huelgas y campañas en solidaridad con los presos y perseguidos políticos en Chile y el mundo.


Texto completo en Metiendo Ruido
Por Víctor Muñoz Cortés

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