Ya es una realidad difícil de contradecir, nuestras vidas han sido colonizadas en lo más profundo por la lógica mercantil.
Cada una de nuestras actividades cotidianas genera ganancia, desde abrir el grifo para beber el vital elemento, hasta alimentarnos con productos genéticamente modificados; desde comunicarnos por las “redes sociales”, hasta tener un techo donde dormir; desde desplazarnos de un lado hacia otro, hasta tener unas cuantas prendas para el frío, siempre habrá una multinacional que se beneficiará, un empresario que sonreirá.
Cada una de nuestras actividades cotidianas genera ganancia, desde abrir el grifo para beber el vital elemento, hasta alimentarnos con productos genéticamente modificados; desde comunicarnos por las “redes sociales”, hasta tener un techo donde dormir; desde desplazarnos de un lado hacia otro, hasta tener unas cuantas prendas para el frío, siempre habrá una multinacional que se beneficiará, un empresario que sonreirá.
Nuestros territorios no son la excepción, el agua, la tierra, los bosques, los mares y hasta el espacio exterior están privatizados. No sabemos hasta qué punto el ritmo actual de destrucción del entorno podrá sostenerse, esta realidad es algo que parecen ignorar tanto los burgueses que lucran con el modelo, como una parte importante de los habitantes de este planeta, los cuales han abandonado los antagonismos y se han refugiado en su sumisa condición de ciudadanos-consumidores.
El sistema ha sabido venderse y se ha envuelto seductoramente en un paquete de plástico brillante. La gente ha sido embobada con el embrujo, ha deseado este modelo y lo ha comprado en cómodas cuotas. Las necesidades impuestas por el capital han triunfado, hoy el modelo de vida burgués es el más apetecido por las masas: autos, lujos, despilfarro, destrucción del ambiente, ritmo frenético, vida en grandes urbes, individualismo, ética del trabajo, fascinación religiosa por la tecnología, competencia, y un largo etcétera que no nos debería enorgullecernos como especie.
El sistema ha sabido venderse y se ha envuelto seductoramente en un paquete de plástico brillante. La gente ha sido embobada con el embrujo, ha deseado este modelo y lo ha comprado en cómodas cuotas. Las necesidades impuestas por el capital han triunfado, hoy el modelo de vida burgués es el más apetecido por las masas: autos, lujos, despilfarro, destrucción del ambiente, ritmo frenético, vida en grandes urbes, individualismo, ética del trabajo, fascinación religiosa por la tecnología, competencia, y un largo etcétera que no nos debería enorgullecernos como especie.
Los territorios han sido totalmente apropiados por el Estado y las empresas capitalistas, tornándose la idea de público/privado como la única existente. Sin embargo, ¿qué sucede con los bienes comunes; aquellos que pertenecen a la comunidad? Han sido olvidados en un mundo en donde el Estado y la burguesía son los máximos propietarios de todo lo que nos rodea.
Lo penoso es que por mientras, la mayoría de la población, más que preocuparse en reconstituir estos bienes comunes expropiados por el Estado y el Capital, está pensando en alcanzar la vida plena dentro de los parámetros que le impuso la idea de felicidad burguesa: adquirir mercancías, regocijarse en las apariencias, legitimar el trabajo asalariado como una forma “digna” de (sobre)vivir, ser más exitoso/emprendedor/productivo, refugiarse en la familia como único espacio de comunidad, profesar el “sálvese quién pueda”, ver mucha televisión y comprarse más mercancías y aparatitos tecnológicos con los cuales embobarse y alienarse. Seamos honestos, la mayoría de los explotados no está pensando en destruir la sociedad de clases, está pensando cómo ascender de clase social, cueste lo que cueste… Y al parecer la sociedad industrial va a imponer costos muy altos.
Lo penoso es que por mientras, la mayoría de la población, más que preocuparse en reconstituir estos bienes comunes expropiados por el Estado y el Capital, está pensando en alcanzar la vida plena dentro de los parámetros que le impuso la idea de felicidad burguesa: adquirir mercancías, regocijarse en las apariencias, legitimar el trabajo asalariado como una forma “digna” de (sobre)vivir, ser más exitoso/emprendedor/productivo, refugiarse en la familia como único espacio de comunidad, profesar el “sálvese quién pueda”, ver mucha televisión y comprarse más mercancías y aparatitos tecnológicos con los cuales embobarse y alienarse. Seamos honestos, la mayoría de los explotados no está pensando en destruir la sociedad de clases, está pensando cómo ascender de clase social, cueste lo que cueste… Y al parecer la sociedad industrial va a imponer costos muy altos.
El sistema económico en los países periféricos como el de “nuestro” país se sostiene principalmente bajo el modelo extractivista, el cual se caracteriza por explotar grandes territorios en función de generar materias primas y energías baratas. La minería, las forestales, las pesqueras, la agro-industria, las hidroeléctricas y las termoeléctricas son la punta de lanza de un modelo que busca siempre crecer, aumentar las ganancias y producir más, siempre con la excusa de generar más trabajos asalariados y mayor progreso para la ficción nacional llamada CHILE. A estos negocios se puede incluir el inmobiliario por devastar grandes territorios (por los costos de su producción) y por crear un urbanismo que destruye los pocos lazos de comunidad que aún existen en las ciudades (la destrucción inmobiliaria se ha llamado también extractivismo urbano).
Todos los países de la periferia del mundo, aunque se pinten de derecha o de izquierda, aunque sean más o menos progresistas, tienen un denominador común: se sustentan y reproducen el extractivismo, destruyen los territorios, y con ello las bases materiales y subjetivas para construir un mundo distinto.
Todos los países de la periferia del mundo, aunque se pinten de derecha o de izquierda, aunque sean más o menos progresistas, tienen un denominador común: se sustentan y reproducen el extractivismo, destruyen los territorios, y con ello las bases materiales y subjetivas para construir un mundo distinto.
¿Qué nos queda en la actualidad? Creemos que lo que nos queda es la defensa de los territorios. Apostamos nuestras cartas a este rumbo, el cual parece ser el único que nos puede otorgar caminos de emancipación. Defender los territorios es asumir la nocividad del actual sistema, el cual está destruyendo nuestro planeta.
Si dejamos que los territorios sean totalmente controlados y contaminados no habrá espacio en donde construir una nueva sociedad. Defenderlos no es un asunto patrimonio del ambientalismo como se cree, es una necesidad de la humanidad. Cada vez que protegemos nuestra tierra del capitalismo nos estamos protegiendo nosotros mismos, cuidando las bases materiales para construir el mundo que soñamos. Defender los territorios, también es plantear nuevas formas de vida que no reproduzcan la destrucción del entorno, es cambiar nuestra cotidianidad de forma radical. Relaciones que sean solidarias entre individuos de nuestra propia especie, y también basadas en un equilibrio con las demás especies y animales del planeta.
Si dejamos que los territorios sean totalmente controlados y contaminados no habrá espacio en donde construir una nueva sociedad. Defenderlos no es un asunto patrimonio del ambientalismo como se cree, es una necesidad de la humanidad. Cada vez que protegemos nuestra tierra del capitalismo nos estamos protegiendo nosotros mismos, cuidando las bases materiales para construir el mundo que soñamos. Defender los territorios, también es plantear nuevas formas de vida que no reproduzcan la destrucción del entorno, es cambiar nuestra cotidianidad de forma radical. Relaciones que sean solidarias entre individuos de nuestra propia especie, y también basadas en un equilibrio con las demás especies y animales del planeta.
El actual modelo dividido en clases sociales, patriarcal, especista y racista, el cual mantiene a una minoría en el poder, mientras la gran mayoría se mantiene embobada en el consumo, o lisa y llanamente en la miseria total, no puede seguir tolerándose. Los que nos oponemos al modelo seremos perseguidos y reprimidos, pero nuestras acciones aportarán en la liberación de los territorios que en el presente y en el futuro representarán el hogar de una comunidad distinta y mejor. Por eso, cuando nos pregunten ¿por qué defendemos los territorios?
Responderemos:
Porque es una necesidad y porque es nuestro único camino.
Porque creemos en una comunidad libre y en equilibrio con su entorno.
Porque la vida de los humanos y el resto de los animales no es una mercancía.
Porque nuestros sueños solo pueden alcanzarse apoyándose en la materialidad, en un territorio concreto y en un espacio liberado.
A defender nuestra tierra y nuestras vidas.
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