Por los espacios en blanco en su línea de tiempo, suele tildarse a The Cult de inconstantes, pero esa lectura es demasiado injusta para un grupo que -separaciones más, separaciones menos- ha dicho presente de una u otra forma en diversas eras a lo largo de cuatro décadas. 2016 encuentra a la banda en calidad de veterana establecida, de sobreviviente consumada pese a las interrupciones que sufrió en el camino.
Su décima entrega, "Hidden City", transforma en fortaleza la debilidad del pasado, el eterno tira y afloja entre dos personalidades musicales tan distintas como la del vocalista Ian Astbury y el guitarrista Billy Duffy. El primero, volátil y grandilocuente; el segundo, aterrizado y preciso. Complementarios a final de cuentas, firman un disco que se enriquece gracias a los contrastes.
Cuando la sinuosa 'Birds of Paradise' comienza a desplegarse, parece la antesala a una clásica demostración de poderío guitarrero, pero, en vez de tomar la ruta obvia, la canción se desnuda y cerca del final queda cubierta únicamente con piano y voz. Resulta plausible que un grupo que lleva tantos años a cuestas todavía sorprenda, aunque sea apenas una vez dentro de un álbum que se aproxima a la hora de duración. Es pertinente aclarar, eso sí, que los nostálgicos van a quedar más conformes que cualquier buscador de novedades porque "Hidden City" es para ellos. Varios temas los invitan a comparar: el brío de 'No Love Lost' recuerda a "Sonic Temple", la penumbra de 'Deeply Ordered Chaos' trae a la memoria a "Love", la virilidad de 'G.O.A.T.' evoca a "Electric".
Barítono aun imponente, Astbury compensa con vehemencia ciega el leve desgaste de su bien provista garganta. Pese a que sus letras carecen de vuelo poético, y más bien son los delirios de un rockero de escuela gótica con ínfulas chamánicas, se sale con la suya entonándolas con absoluto convencimiento. Incluso asume el rol de observador social hablando sobre el atentado contra el semanario francés Charlie Hebdo ('Deeply Ordered Chaos'), porque otro de los contrastes que nutre "Hidden City" es el que existe entre la tibieza del corazón humano y la cruel frialdad del mundo.
De esa faceta profunda surge 'Sound and Fury', la sangrante balada que cierra el disco aludiendo en su título a la novela "El ruido y la furia" de William Faulkner, y que, dada la importancia de las contradicciones, es precedida por su polo opuesto, 'Heathens', enchufada y temeraria, con un musculoso bajo a cargo de Chris Chaney de Jane's Addiction, quien grabó casi todo antes de que arribara el recién integrado Grant Fitzpatrick. Cuando no está él, las cuatro cuerdas quedan en manos del productor Bob Rock (ya en su quinta colaboración con The Cult), cuya labor destaca en 'Dance the Night', el tipo de tema rebosante de testosterona que le acomoda perfecto a la banda, igual que 'Dark Energy', por donde la guitarra de Duffy recorre a placer. En ese aspecto, elegir 'Hinterland' como single fue muy atinado. Si la intención era transmitir vitalidad, nada más apropiado que exhibir los dotes del guitarrista, prácticamente poseído por el Eddie Van Halen de 'Beat It' al final de su chispeante solo. Habría que viajar en el DeLorean para devolverle a The Cult su relevancia comercial, pero en cuanto a lo creativo todavía merecen un espacio en la agenda de cualquier interesado en el hard rock.
Por Andrés Panes.
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