De las once canciones que trae el noveno disco de Radiohead, la mayor parte estaba en el radar de sus seguidores más curiosos. "A Moon Shaped Pool" termina con 'True Love Waits', de la que se tenía conocimiento desde mediados de los 90 y que aparece en la recopilación "I Might Be Wrong: Live Recordings".
Para los que llevaban años escuchando la toma en vivo y deleitándose con ella (se trata de uno de los inéditos favoritos de sus fans), la nueva versión es un gráfico ejemplo de cuánto evoluciona con el tiempo el material que los ponderosos ingleses acumulan en su bóveda.
'True Love Waits' ya no es ese descorazonador tema acústico que Thom Yorke cantaba en Oslo con la voz impregnada de fortísimas y contagiosas emociones. Fue serenado y un piano asumió el rol de la guitarra de palo; discretos arreglos lo embellecen (porque era perfectible después de todo), y la letra, que concluye rogando "no te vayas", alienta la sospecha de que el álbum, aparte de encarar asuntos políticos y sociales, se vincula en cierta medida con la reciente separación del vocalista.
No sería tan raro. Siempre hay segundas y terceras lecturas cuando se trata de Radiohead, pero ahora dejan la impresión de que le perdieron la fobia a la obviedad, por mucho que sus crípticas campañas de marketing digan lo contrario. "A Moon Shaped Pool" sugiere que están cómodos dentro de su piel, haciendo lo que saben. Hay más de un déjà vu esperando a los que dominan a fondo su catálogo: 'The Numbers' (estrenada en diciembre y difundida en YouTube como 'Silent Spring') viene de la misma rama de 'Go to Sleep' y 'Optimistic', pese a ser menos corpulenta; 'Daydreaming' comparte la cualidad celestial e inquietante a la vez de 'Motion Picture Soundtrack'; la balada 'Glass Eyes' es de la familia de 'Kid A'; igual que 'Ful stop', cuyo ADN coincide con el de 'Idioteque' (e invita a imaginarse a Yorke bailando espasmódico).
Aunque estimula comparaciones, "A Moon Shaped Pool" gira sobre su propio eje. Que evoque al pasado no significa en ningún caso que lo imite con descaro. En el universo construido por el quinteto, hay espacio suficiente para que ninguna canción choque con otra.
Es vox populi que sus discos revelan detalles con cada escucha, que ocultan sonidos que esperan ser descubiertos. Pero tampoco se requiere un genio para advertir que estamos frente a una serie de eventos musicales fascinantes, como 'Burn the Witch', en la que Jonny Greenwood canaliza a su amado Krzysztof Penderecki en neuróticas cuerdas que suenan como nervios crispándose, mientras Yorke envuelve en metáforas los dardos que lanza contra uno de sus blancos predilectos, las patrullas ideológicas, o como 'Identikit', convencionalmente Radiohead en un inicio con esas voces espectrales que ya son parte de su folclor, pero que incorpora de pronto un coro y un solo de guitarra (gesto que demonizan otras patrullas ideológicas, las de la música) en un remate totalmente inesperado, tal vez el único momento de verdad sorpresivo de un álbum que se podría tildar de conservador.
Acentúan el carácter tradicionalista canciones como 'Desert Island Disk' y 'Present Tense', en que la guitarra acústica es tocada, o mejor dicho acariciada, con la técnica del finger picking, que provee ritmo y melodía a través de los dedos. Además, la London Contemporary Orchestra con su arsenal de instrumentos (violín, viola, cello, arpa, etc) cumple un rol fundamental, a cargo de un Greenwood más protagónico que nunca en su faceta de arreglista. El uso extensivo de piano se suma a los factores que hacen de "A Moon Shaped Pool" un disco menos atrevido. Thom Yorke ya no está presionando al resto a sumarse a sus aventuras electrónicas, halló el remedio para esas obsesiones en su carrera solista. La melancolía del grupo vuelve a manifestarse por vías orgánicas y provoca escalofríos que recorren el espinazo. No será su disco más vanguardista, pero es tan hermoso que no necesita disculparse.
Por Andrés Panes.
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