Hablar sobre Bob Dylan es hablar sobre literatura, así que, para estimular la apreciación de su último disco en vivo, "The Real Royal Albert Hall 1966 Concert", nos iremos por la tangente alentados por un libro.
Se llama "What If We're Wrong: Thinking About the Present As If It Were the Past", lo firma el ensayista Chuck Klosterman y fue publicado hace pocos meses. Trata sobre cómo será vista la cultura actual en los próximos siglos, todo en base a una investigación, entrevistas y bien fundadas especulaciones. Cuando Klosterman habla sobre el futuro del rock, lo da por extinto como estilo musical relevante y masivo (de hecho, asegura que estamos presenciando su caída libre ahora mismo) y afirma que está destinado a ser un objeto de estudio académico. También aventura que Chuck Berry será, en el siglo 24 y tras los vaivenes de la reapreación crítica, el único nombre del género que la gran masa reconocerá.
Berry, supuestamente, encarnaría los valores del rock mejor que cualquier otro de sus íconos. Desde luego, Bob Dylan, junto a obvios contendores como Elvis Presley o los Beatles, es considerado entre los candidatos. La batería argumentativa de Klosterman para descartarlo se sustenta en su excesivo foco en el fondo por sobre la forma. Lo encuentra muy intelectual y politizado, poco representativo de un estilo que, si nos sinceramos, no necesariamente cultiva esas características de forma dogmática. Algo de razón tiene: la historia está llena de artistas ascépticos y superficiales que el rock ha considerado propios. Más allá de cualquier apreciación acerca de la sobrevivencia del género, un debate apasionante sin duda alguna, el razonamiento y el diagnóstico de "What If We're Wrong", publicado meses antes de que se anunciara el Nobel de Literatura, cobran fuerza después de la premiación.
Klosterman abre la posibilidad de que lo que ahora comprendemos como música popular sea, para las generaciones venideras, algo imposible de entender o disfrutar sin estudios previos. A menos de que el rock encuentre la forma de perpetuarse por cientos de años, tarea que parece imposible en un mundo de cambios acelerados, es perfectamente razonable sospechar que Bob Dylan podría ser más recordado por sus palabras que por su sonido. A la luz de esa idea, "The Real Royal Albert Hall 1966 Concert" adquiere una nueva capa de significado porque inmortaliza al Dylan más propenso a caer en el olvido: el intérprete. Que, por cierto, en esa grabación tiene 25 años recién cumplidos y está en pleno dominio de sus capacidades.
Si cantaba bien o no es una discusión bizantina. Lo cierto es que, gracias a su voz, su guitarra y su armónica (la última simplemente demoledora en 'Mr. Tambourine Man'), Dylan transmitía una amplia gama de sensaciones. Ni siquiera es necesario saber inglés para intuir que la dolida '4th Time Around' se trata de amores fallidos o que la determinada 'It's All Over Now' es acerca de una despedida. El título del disco aclara que es el show "real" en el recinto inglés, porque el famoso concierto en el que un asistente grita "¡Judas!" fue, durante años, atribuido por error al Royal Albert Hall cuando, en realidad, ocurrió en el Manchester Free Trade Hall. Acá tampoco dejan tranquilo a Dylan, que tocaba una mitad acústica siempre bien recibida y después tenía que soportar reclamos por la segunda parte eléctrica. "Estas canciones también son de protesta", tiene que explicarle en cierto punto a un quejumbroso miembro del público. Retomando el juego de quién encarna mejor los valores del rock, este Dylan modelo 1966 no anda mal: es la viva imagen de lo disruptivo.
Por Andrés Panes.
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