Craig Thatcher es un guitarrista estadounidense con 35 años de blues en el cuerpo. Aparte de encabezar su proyecto, la Craig Thatcher Band, con el que ha tocado en numerosos festivales alrededor del mundo, forma parte del grupo que acompaña a Simone, la hija de Nina Simone. Por la invitación de una marca de guitarras, Thatcher vino a Chile y compartió escenario con Manuel García. Fue un pie forzado: ninguno sabía quién era el otro, ni siquiera hablaban el mismo idioma. Aun así, la química entre ambos resultó evidente, digna de ser atesorada.
Para grabar con Craig Thatcher y sus músicos, García viajó a Pensilvania, donde pasó diez días trabajando en el estudio Red Rock. De ahí es la imagen que adorna la portada de “Harmony Lane”, el registro de esa productiva estadía, una foto de aire folkie que acusa de inmediato la gringofilia del disco. Más comprometido que nunca con su rol de investigador musical, el ariqueño persigue una tesis en su sexta entrega. Cree que, al haber nacido ambos en el campo y tener raíces obreras, el folklore chileno y el estadounidense pueden ir de la mano.
“Harmony Lane” retrata la búsqueda de un diálogo. En espíritu, no anda muy lejos de lo que hicieron Matías Cena & Los Fictions en “Arauco Cajun”, un disco que también enfatizaba las similitudes culturales entre Chile y Estados Unidos. Cena, de seguro, fue el primer cantante en pronunciar la palabra “machi” sobre una base de country rock. Ahora García sigue ese camino, cruzando referentes con la maestría del que hace pasar sus combinaciones inadvertidas. Si esparce picante mexicano sobre 'El rancho' no es para apropiarse de la música de ese país, sino para conectar con las preferencias del Chile rural. De la misma forma, la aparición del mismísimo Lucifer en 'Se afeita al diablo' establece un nexo con la obra de Robert Johnson, prócer del blues, un personaje misterioso cuya leyenda incluye un pacto con el demonio.
Thatcher y su banda aportan elementos distintivamente estadounidenses: el galope cowboy de 'La voz del trueno', la premura forajida de 'Sobre los campos', cierto aire a Johnny Cash. Congenian con García porque, en el fondo, se parecen: son músicos que cultivaron y definieron un perfil que, sin embargo, no limita su campo de acción. Cuando unen sus acervos, consiguen aleaciones como 'Maniquí', que pide a gritos un solo de Carlos Santana, o 'Camino a casa', sutilmente decorada de funk y psicodelia. Como puede inferirse, no sólo excursionan por las músicas de raíz, sino también por algunas de sus consecuencias.
Para que quede claro el nivel de sincretismo: en este disco, Kurt Cobain pesa tanto como Violeta Parra. El primero es homenajeado en 'Extraño animal', tal vez la interpretación vocal más cautivadora del disco, arrojada y valerosa, mientras la segunda inspira la hermosa 'De nombre Violeta', una de las mejores canciones escritas en su nombre, sensible y sobria. Buscando el origen y el sentido de cada una de sus referencias, “Harmony Lane” se vuelve apasionante. Pero sería injusto tratarlo como a un mero compendio de guiños cuando es, más bien, una inmersión de cuerpo completo en las profundidades de dos herencias musicales.
Por Andrés Panes.
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