viernes, 17 de marzo de 2017

EL ARRUINADO ESTADO DE LA ESTACIÓN NUEVA DE FCAB

En la década del '70, el ferrocarril dejó de atender el servicio de pasajeros al Norte. El “Longino”, añorado y recordado, quedó detenido para siempre, dormido sobre los mismos rieles que recorrió por más de medio siglo. Convoyes y locomotoras quedaron arrumbados y muchas de estas piezas sucumbieron bajo la llama de los sopletes. Las menos quedan por allí, olvidadas en desvíos del que nunca más saldrán.

En el trayecto de La Calera a Iquique, cientos de estaciones desaparecieron. Demolidas unas, devastadas otras. Y entre estas construcciones –edificios señeros de comienzos de siglo- también quedó relegada la Estación Nueva del Ferrocarril de Antofagasta a Bolivia. La Estación Nueva fue puesta en servicio el año 1917, reemplazando la antigua estación, ubicada en Bolívar. Desde ésta, salía el convoy hacia el sur, por lo que es hoy la calle Balmaceda. Luego tomaba Prat (corría por el centro de la calzada) y sorteaba la esquina redonda de Prat/Matta, diseñada con esa curva para permitir un radio óptimo de giro de los convoyes, que hacían su primera detención en la “Plaza del Ferrocarril” (Hoy plaza del Mercado/Sotomayor). Finalmente acometía el llano hasta llegar a la Estación “Playa Blanca” (En Avenida Argentina, cerca del actual cuartel de la Bomba Croata), donde había un desvío que habilitaba con tendido ferroviario el Establecimiento Metalúrgico de Huanchaca.

La Estación Nueva, –edificio ubicado en un altozano de privilegio- está convertida en un monumento a la vergüenza. Olvidado, fue transformado en bodega, dejando atrás años de esplendor, de vida. No hubo ninguna sensibilidad para disponer el cambio de uso del recinto. Objetivos empresariales/comerciales se impusieron por sobre cualquier otro argumento. Quienes conocimos la Estación Nueva en pleno funcionamiento, recordamos los “coches”, (“Victorias”) que esperaban pasajeros por el costado sur, mientras que en la plataforma central, los taxis aguardaban la llegada de clientes. Evocamos con nostalgia la llegada del “Internacional a Bolivia”, que arribaba los martes por la noche. Salía al altiplano los sábados por la mañana. O el “Internacional a Salta”, que partía los jueves a las 22:00 horas. Añoramos la puntualidad del tren que llegaba diariamente desde Mejillones. A las 09:55 ¡clavadas! entraba el convoy a la Estación Nueva y comenzaban a bajar los viajeros mejilloninos (a quienes apodábamos burlonamente los “pupo con arena”). Paralelamente, por un portón situado al costado sur del edificio, empezaba la descarga de sacos de cholgas, jaibas y –sagradamente- el hielo en barras para las casas de los ingleses, que tenían “hieleras”, antecesoras de los refrigeradores.

Igual vimos –muchísimas veces- llegar el Longitudinal Norte, lleno de sureños que venían a probar suerte al norte. O de nortinos, que retornaban de un viaje por el centro del país. También los gitanos, descargando bultos y más bultos. La llegada del “Longino”, era todo un acontecimiento. El largo convoy traía doscientos o trescientos pasajeros, que bajaban por calle Latorre, buscando dónde alojar o simplemente tratando de hallar los medios para llegar a sus casas. Ruidos, bocinas de auto, relinchos de caballos, carreras y gritos destemplados, enmarcaban la jornada… Hasta que, luego de una hora, volvía la quietud total y la tranquilidad se aquerenciaba en todo el sector. Pero hoy, la nada canta su canción de ausencia. Un himno al abandono.

La Estación Nueva es una “vieja olvidada”. Sin vidrios, despintada, las polillas haciendo su obra, silenciosa, pero insistente. Son muchos los sectores de la comunidad que abogan porque se le restituya su importancia, recuperando el edificio y transformándolo en un centro cultural de primer orden. Un museo talvez. Un lugar con bóvedas apropiadas y seguras, donde proteger los archivos patrimoniales más importantes de la ciudad. Son muchos los que sueñan con volver a recorrer su andén, mirar la bahía desde lo alto, contemplar cómo ha crecido esta Antofagasta del siglo XXI. Ver un edificio que fue un orgullo en el pasado, convertido en un centro cultural que embellezca y de categoría al Barrio Estación.

Pero hay otros que prefieren esquivar el asunto, porque temen invertir en beneficio de la ciudad... O más bien, niegan dar más apoyo a la cultura. Son los que miran para el lado cuando se aborda el tema y se hacen los sordos. Son los que esperan –disimuladamente- que manos arteras le prendan fuego y la conviertan en una hoguera. Y cuando las llamas la hayan consumido, dejando solo cenizas, (¡Dios quiera que no sea así…!) a escondidas, se sobarán las manos de puro contento. Pero para la prensa y la TV, se lamentarán, diciéndole a la opinión pública “que tenían proyectos”, “que habían pensado en restaurarla”, “que estuvieron a punto de reconstruirla”, “que se van a querellar”, “que esto”, “que lo otro”, etc. Y no trepidarán en tratar de “vándalos” a quienes les hicieron el favor de sacarle esa “piedra del zapato”. Porque para aquellos renuentes, la Estación Nueva es una espina clavada que les quita el sueño, pero que no se animan a resolver.

Y como suele suceder en este Chile tan nuestro, remedando al poeta Carlos Pezoa Véliz, “tras la paletada, nadie dirá nada… nadie dirá nada”.


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