lunes, 1 de mayo de 2017

JARVIS COCKER & CHILLY GONZALES - ROOM 29

De los íconos del britpop, el único de madurez realmente aventurera hasta ahora había sido Damon Albarn, pero Jarvis Cocker acaba de publicar un disco que, tal vez, marcará un antes y un después en su carrera. 

Es oportuno hacer el paralelo porque, de seguro, "Room 29" le provocará a los fundamentalistas de Pulp el mismo desconcierto que Gorillaz causó entre los puristas de Blur. Se trata de un quiebre con todo lo que el hijo ilustre de Sheffield ha sacado antes, y como tal, es un plato que se sirve mejor tras algunas explicaciones. La primera de ellas es que Cocker comparte créditos, cincuenta y cincuenta, con uno de los músicos de mayor elasticidad en la historia reciente, Chilly Gonzales. Si su nombre no dice mucho, acá unas pistas: virtuoso del piano con formación clásica, sesionista frecuente de estrellas mundiales (Drake, Daft Punk), ex frontman de una banda de rock, improbable rapero. En resumen, alguien con una comprensión cabal de la música y que entiende su naturaleza colaborativa.

La segunda aclaración se relaciona con la esencia misma de "Room 29". Así como en el mundo del hip hop existen distinciones como mixtape o playlist para señalar que un lanzamiento no es un disco propiamente tal, Cocker y Gonzales se refieren a este trabajo como un ciclo de canciones. Sintonizados con el histórico sello que los alberga, Deutsche Grammophon (que data de 1898 y edita principalmente música clásica), retoman un término del siglo 19, usado para referirse a un conjunto de temas hechos con la finalidad de ser tocados en vivo, siguiendo un orden específico, para formar una sola gran pieza. En el fondo, una forma de eludir etiquetas como "musical" o "álbum conceptual", que afloran naturalmente cuando se trata de un relato extenso como este, el brazo discográfico de un proyecto que, además, tiene un costado de performance porque incluye estilizados shows, llenos de detalles escenográficos que aluden al legendario lugar que inspiró "Room 29".

El sitio del suceso: Chateau Marmont, un hotel del Sunset Boulevard de Los Angeles que ha servido como ambiente para todas las extravagancias del jet set que se puedan imaginar. James Dean saltó por una de sus ventanas, Clark Gable escondió amoríos en sus habitaciones, Sharon Tate y Roman Polanski vivieron ahí, Elizabeth Taylor lo usó como clínica para cuidar a un esposo enfermo, Dennis Hopper armó una orgía con 50 mujeres, John Belushi murió de sobredosis en uno de sus bungalós... la lista de anécdotas sigue y sigue. Durante la gira de reunión de Pulp, Jarvis Cocker fue a parar a la pieza número 29 del Chateau Marmont, equipada con un piano que activó su imaginación. ¿Y si estas paredes hablaran? ¿Y si su voz sonara como un piano? Mientras jugaba nuevamente a ser un rockstar, empezó a diseñar, a partir de las realidades y las ficciones en torno a ídolos de antaño, una serie de canciones sobre la alienación que causa la fama.

"Room 29" fue escrito valiéndose de la prosopopeya, una figura retórica que consiste en darle cualidades humanas a objetos inanimados. En este caso, el propio Chateau Marmont, transformado en un cuentista que recuerda los amores no consumados de Jean Harlow, la sex symbol de la década del treinta que murió a los 26 años ('Bombshell'), o las penurias familiares de Clara Clemens, la hija de Mark Twain ('Clara'). Teatral como nunca, Jarvis Cocker cultiva un estilo dramático de vocalización intermedio entre el canto y el habla. Es algo que solía hacer en Pulp o como solista, pero ahora le saca mejor partido gracias al piano de Chilly Gonzales, un comodín que se transforma en la puntuación necesaria: puede ser un paréntesis (como en los interludios) o signos de exclamación (como en 'Belle Boy'). Salvo por las ocasionales, y siempre atinadas, intervenciones en cuerdas de los alemanes Kaiser Quartett (simplemente arrebatadores en 'The Trick of the Light'), no hay nada más que voz y piano a cargo de capturar la atención. Cero guitarras, cero himnos generacionales, cero pop. A cambio, un Jarvis Cocker que le saca brillo a su faceta narrativa hasta enceguecer, potenciado por un cómplice con el don de lucirse sin lucirse. Combinación soñada.



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