Cuando la idea de “The Wall” cruzó la mente de Roger, a fines de 1977, fue debido a su disgusto creciente por tocar en grandes estadios. En la última fecha del tour del disco “Animals”, llamado "In The Flesh", el bajista terminó escupiéndole en la cara, enrabiado, a unos fans gritones e irritantes, y comenzó a urdir una forma para construir un muro que separara a la banda del público.
Difícil creer que, cuarenta años después, los conciertos masivos son ahora, precisamente, su especialidad. Su apoteósica gira “The Wall”, que ha dado la vuelta al mundo en 219 shows entre 2010 y 2013, logró plasmar el espíritu teatral original en una forma que para Pink Floyd hubiese sido imposible en los días de antaño. Fue en el backstage de aquellos shows que las canciones de “Is This The Life We Really Want?”, su primer álbum de rock en 25 años (desde el ambicioso “Amused To Death”, 1992) comenzaron a nacer, tímidas, en una guitarra acústica.
Envuelto por el sonido de un latido y el tic-tac de un reloj, al igual que esa leyenda llamada “Dark Side of the Moon” (1973), este es un trabajo que ha estado en permanente construcción, ladrillo a ladrillo, desde que Roger salió de Pink Floyd, e incluso, desde el imprescindible “Animals” de 1977 -una placa cuya actual relevancia conceptual es encandilante. Atisbos de su viejo catálogo están presentes, no como auto plagio, sino como parte de aquella búsqueda neurótica de refinamiento expresivo, donde las obras como objetos inacabados en eterna sucesión intentan plasmar las mismas obsesiones, transmutadas una y otra vez, sólo que en esta ocasión, parafraseando a ‘Eclipse’, se encuentran sintonizadas con el convulsionado estado del mundo.
A lo largo de sus 54 minutos, Roger juega a ser Dios en ‘Déjà Vu’ (vibras de ‘Pigs On The Wing’), evoca la también distópica ‘Five Years’ de Bowie en ‘The Last Refugee’, propina bofetadas a Donald Trump en la excelente ‘Picture That’ (con un aire a ‘Sheep’), escarba las heridas de la guerra en ‘Broken Bones’ (“no podemos volver atrás en el tiempo, pero podemos decir púdrete, no vamos a escuchar las mentiras ni la mierda”), resucita las hermanas ‘Have a Cigar’ y ‘Pigs (Three Different Ones’) en el potente single ‘Smell the Roses’, y conjura la emoción íntima de clásicos como ‘Mother’ o ‘Nobody Home’, en la maravillosa trilogía final de ‘Wait For Her’ / ‘Oceans Apart’ / ’Part of Me Died’.
Si algo ha caracterizado la obra de Roger, tanto con su ex-banda como en solitario, es la intensidad dramática, una cualidad que fácilmente puede irse de las manos ("The Pros And Cons Of Hitch Hicking", "Radio K.A.O.S."), y que hoy, gracias al aporte de Nigel Godrich, conocido por su trabajo con Radiohead (para muchos, el equivalente a George Martin para los de Oxfordshire), se ha canalizado en una obra minimalista, donde no existen solos de guitarra buscando desesperadamente emular los aportes irremplazables de Gilmour (el mal de "Amused To Death"), sino que lo atmosférico (‘Bird In A Gale’, ‘Is This the Life We Really Want?’), la esencia misma de Pink Floyd, es lo que prevalece, pues, la memoria muchas veces falla y tiende a olvidarse que, a diferencia de otras bandas progresivas, como Yes, ELP, Rush o King Crimson, la pirotecnia interpretativa nunca fue exacerbada ni clave para los londinenses.
Las baterías secas (las mismas que Godrich pulió en “Sea Change” de Beck o “Chaos And Creation In The Backyard” de Paul McCartney), los teclados hipnóticos herederos de clásicos como ‘Welcome to the Machine’, el bajo subliminal, una guitarra acústica, un manojo de samples (entre ellos, el mismo “pig-man” Trump refunfuñando contra CNN) y algunas voces de acompañamiento, son los únicos elementos que se necesitan para conferir existencia a un disco redondo, pulcro y, finalmente, el álbum de Roger Waters que realmente queremos: refinación de sus eternas obsesiones, depuración de un sonido y, definitivamente, uno de los discos del año.
“No existe lo de ‘nosotros’ y ‘ellos’, es una ilusión. Somos todos seres humanos, con la responsabilidad de apoyarnos mutuamente, y de descubrir formas de arrebatarle el poder a los muy pocos que controlan todo el dinero y las propiedades”, dijo recientemente a Rolling Stone, explicando las ideas de su gira “Us+Them”. Los muros que separan a Roger de su público son ahora cosas del pasado, al igual que ese ego maximizado, dictatorial y cerrado al cambio que lo mantuvo cómodamente entumecido por décadas. Pon atención, Donald, que si alguien sabe de muros acá, ese es el viejo Roger. Que se haga más luz.
Por Nuno Veloso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario