Un triste escenario de desolación y muerte quedaba en el frontis del sindicato obrero. Tendidos sobre el suelo de caliche, mirando por última vez ese sol que siempre los cobijó, quedaban obreros muertos, heridos por todos lados.
Hombres y mujeres sangrantes, una treintena. Todos heridos en el cuerpo, pero la mayor parte de ellos heridos en lo más profundo de su ser, el alma. Inconsolables despotricaban fuerte en contra de los carabineros mientras los lamentos y los gritos de una población herida se elevaban al cielo, como el “coro cíclico” de una tragedia griega, cuando ya se ha realizado el sacrificio en honor a los dioses del poder. No falta nada, están presentes las víctimas del sacrificio y también el plano político con la conflagración subyacente entre el hombre y el poder.
Los inocentes obreros salitreros, una vez más pagan por los pecados de otros. Mientras el ejercicio de la justicia, la tarea de la justicia, termina destruyendo a quienes la ejecutan.
Contemplar el cuadro de muerte de los dirigentes asesinados por las fuerzas policiales en la Oficina salitrera Pedro de Valdivia: Véliz, Díaz y Figueroa, más el lamento de tantos heridos un 17 de septiembre de 1956 , suscita el horror, la piedad y la catarsis que se produce al contemplar y sentir en la piel la miseria humana.
La Pampa y el obrero salitrero, estigma común de lo trágico será su lucha contra un destino inexorable en la defensa de y por sus conquistas sociales. El poder económico que determina, cual césar romano, la forma de vida de los obreros y también la muerte de aquellos simples mortales, héroes de ayer, hoy y mañana, engrandeciendo así el conflicto que se abre entre el hombre común y el poder político y económico.
Por Adolfo Soza V.
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