jueves, 28 de diciembre de 2017

¿POR QUÉ LE DECIMOS "AMARILLOS" A LOS TRAIDORES?

Hace algunos años atrás, Juan, un viejo sindicalista me contó la historia de donde proviene el término “amarillo” como sinónimo de pro-patronal.

Juan me decía:

-Mire usted, joven… hace muchos años atrás teníamos una dictadura muy cruel, muy abusiva y antilaboral, no recuerdo si era la de Odría o Sánchez Cerro,… bueno, esta dictadura perseguía a los sindicalistas más consecuentes, a los clasistas, llenó de soplones en las fábricas y las reuniones. A pesar de eso, aún podíamos organizarnos, y presentar nuestros reclamos. 

El hablar de Juan era lento pero no cansado, a veces se emocionaba y podía ver a través de sus arrugas, rabia y cólera. Algunas pocas veces, incluso alegría y risa. 

-Pero el dictador con el ánimo de debilitarnos moralmente, mandó a construir un conjunto de viviendas para obreros, los famosos barrios obreros. Era algo se sensibilidad ante la “cuestión social” de la que hablaban los curas reaccionarios que “se preocupaban por los más pobres”. 

Juan era un anticlerical hasta la médula. No le perdonaba nada a la Iglesia Católica.

Los barrios obreros eran unos conjuntos habitacionales modernos que se levantaron en diferentes lugares, en el Callao, la Victoria y así, en las zonas donde había un gran número de trabajadores. Una vez construidas las viviendas, el dictador no tuvo mejor idea para adjudicarlas que las simpatías políticas. Juan se indigna. 

-Así, las casas no fueron para los trabajadores más consecuentes o derechos, sino para los soplones, los vendidos, los arrastrados, los sobones de la patronal. Pero supongo que la gente se dio cuenta, le pregunto. Claro, el pueblo, miraba con sorna y desprecio a aquellos nuevos vecinos tan afortunados -me responde animándose un poco-.

Pero la dictadura, de pensamiento militar, decidió pintar las nuevas viviendas de manera uniforme y general. Entonces, un buen día amanecieron todas las casitas de los soplones de un color amarillo intenso. Cuando un obrero tenia que explicarle a otro, que fulano de tal era un vendido, simplemente le decía: “ése es un amarillo…”, luego un guiño de ojo y todo estaba claro. El mencionado era de los que vivía en las casas amarillas hechas por un dictador para sus partidarios. Ser “amarillo” quedó desde entonces como sinónimo de traición, de servidumbre y cobardía.

El viejo Juan me contaba muchas historias y yo que era joven las aprendía con asombro y respeto.

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