Jack White prometió un disco moderno e influenciado por el hip hop, armado a partir de dos maratónicas sesiones de grabación con colaboradores de Jay-Z y Kendrick Lamar, así que "Boarding House Reach" resulta indicativo de lo que el estadounidense de 42 años entiende por contemporáneo.
Había que darle el beneficio de la duda, aunque el resultado es previsible: como era de esperar de un tipo obsesionado con lo vintage, su concepto del rap llega hasta, más o menos, fines de los noventa e ignora por completo sus actuales (y más relevantes) manifestaciones, como el trap. A cada segundo de su tercer álbum, White da la impresión de estar buscando su propio "Odelay": va y viene de un género a otro, porque también hay rock, punk, folk, blues y funk en la ecuación, con la diferencia de que la brújula de Beck funcionaba a la perfección y la suya parece haberse estropeado.
En "Boarding House Reach", quien fuese la gran esperanza blanca del rock camina perdido, deambula en vez de transitar. Punto a favor por no quedarse quieto, pero nunca antes se había mostrado tan perdido en sus ideas. Pasa de camaleónico a sencillamente confuso cuando, recién al track seis, parece esforzarse en hacer una canción propiamente tal en 'Ice Station Zebra', que suena como Brand New Heavies remezclando a The Pharcyde, o sea, una aproximación al maestro George Clinton, citado con claridad en 'Get In the Mind Shaft', en la que el funk y lo cósmico se mezclan, tal como en los discos de Parliament, que, subrayemos, datan de los años setenta. Hacia el final, en un interludio de spoken word ('Ezmerelda Steals the Show') sobre una suerte de 'Everybody Hurts' en guitarra de palo, cuando la paciencia no da para más, queda absolutamente claro que aquí faltó mano dura, en la forma de un productor tal vez, algún consejero que, en el nombre de las canciones, mirara a los ojos a White y le dijera que no todas sus ideas son inmediatamente brillantes y que la mayoría necesita tijereteo, estructuración y barnizado.
Si bien "Boarding House Reach" es, musicalmente, el disco menos satisfactorio de Jack White, incluyendo los de sus proyectos paralelos, al menos sirve para sacar algunas conclusiones. Debe ser el álbum que mejor ilustra cómo funciona y qué hay dentro del cerebro de uno de los pocos rockeros prominentes de este milenio. Aunque acusa falta de edición, establece que su autor tiene ideas para repartir y que, cuando se permite divagar, llega considerablemente más lejos de lo que se conoce o se espera de él. Todos sus aciertos ocurren en el ámbito de lo conceptual, nunca en la práctica, con la excepción de 'What's Done Is Done'.
Al piano, con guitarra de palo, poco decorada e iluminada por luz tenue, es la única canción de "Boarding House Reach" que merece aparecer en futuras retrospectivas de su carrera, pero también es la más sobria, directa y tradicional del disco (junto a la más dócil 'Humoresque', que le hubiese quedado como anillo al dedo a los Death Cab for Cutie del 2005). Si White hubiese hecho trece canciones como 'What's Done Is Done', lo más seguro es que la crítica anglosajona, que mira con creciente suspicacia a los hombres blancos, heterosexuales y rockeros, estaría tildándolo de aburrido, convencional y obsoleto. En el largo plazo, posiblemente "Boarding House Reach" sea la alternativa correcta para alentar la percepción del ex White Stripes como un científico loco de la creación musical que nunca para de trabajar en su laboratorio. En lo inmediato, resulta ser un disco errático y exasperante.
Por Andrés Panes.
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