No hay una sola definición del fascismo. Roger Griffin, uno de los mayores expertos en historia del fascismo, estableció en The Nature of Fascism una breve definición que, si bien interpretada como canónica, sólo cuenta una parte de la historia: "El fascismo es un género de ideología política cuyo núcleo mitológico se basa, en sus diversas variaciones, en un renacido populismo ultranacionalista". El término clave es "género": la diversidad en grado, forma y éxito del fascismo y la carencia de una base teórica comparable a la del socialismo hace más sencillo hablar de conjunto de antes que de una ideología.
En términos generales, los historiadores suelen identificar algunas líneas comunes: rechazo al marco democrático, fruto de su radical antiliberalismo; visceral y violento anticomunismo; exaltación de las virtudes militares, juveniles y varoniles de la identidad nacional; exaltación de la simbología nacionalista sobre un discurso populista y ligeramente subversivo; utilización de la violencia callejera como brazo necesario de su ascenso político; y, por encima de todo lo anterior, la utilización de técnicas narrativas propias del siglo XX, inexplicables fuera del marco de la sociedad de masas.
El fascismo crece cuando no se le combate y el asistencialismo menosmalista y conciliador de clases, no parece que haya sido una buena herramienta de lucha, no solo contra el fascismo, sino tampoco para la construcción de una sociedad que pudiese superar la prevalencia del capitalismo con sus farsas electorales incluidas.
Las evidencias sociales y electorales que recorren muchos países, parecen demostrar que la ola del fascismo avanza sin aparente remisión. Cada cita electoral, sea en Brasil o Suecia, demuestra que el peor excremento ideológico parido en el siglo XX, está en alza.
Para ello, han sido necesarios muchos años de siembra, de inocular desmemoria, odios de clase y miedos desde distintos ámbitos, para que ahora, la otra cara del capitalismo, aparezca triunfadora en esta fase de crisis y aprovechándose -sin duda- de una izquierda desdibujada en el reformismo de cómodas poltronas o muy golpeada tras varias batallas perdidas.
El crecimiento del fascismo tiene que ser contestado. Parece evidente que será necesario repensar en las herramientas de lucha utilizadas hasta ahora, en el cómo deberá ser la defensa de la vida y la dignidad en los próximos años. A la connatural violencia del fascismo será necesaria darle una réplica inteligente pero eficaz que los haga retroceder una vez más como lo hizo en su día la Unión Soviética.
Valga recordar, en este sentido, que en apenas unas horas los defensores de la dictadura brasileña, con sus torturas, asesinatos, exilios, clandestinidades y miserias, van a conseguir la presidencia del país más poblado de América Latina, arropados por decenas de millones de votos, muchos de ellos en barrios obreros. No hay país que esté libre de esa misma catástrofe.
Ahora urge que, en cada lugar, en cada espacio donde se desarrolla vida militante o social, se organice el antifascismo, cada minuto que lo posponemos lo aprovechan ellos para crecer. Las siguientes generaciones no nos lo perdonarían.
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