domingo, 31 de julio de 2011

BETWEEN THE DEVIL & THE DEEP BLUE SEA


Tras múltiples anuncios entregados a través de su página oficial de Facebook, Black Stone Cherry editó su esperado tercer álbum de estudio a fines de mayo de este año. Bastante esperado, porque tuvieron que pasar tres años para volver a escuchar el demoledor sonido sureño de Chris Robertson y compañía plasmado en un disco.

Las expectativas eran altas tras el sólido “Folklore and Superstition”. Quizás por esa razón su tercera placa de estudio tiene un objetivo claro: lograr una esquiva masividad en su natal Estados Unidos, según reveló la misma banda en una entrevista concedida para promocionar este trabajo ¿Tiene “Between The Devil And The Deep Blue Sea” el potencial para lograr ese objetivo? Absolutamente.

Las cosas comienzan muy bien con ‘White Trash Millionare’, un derroche de desfachatez que se siente desde el nombre del tema hasta el último acorde que lo cierra. ‘Killing Floor’ logra una buena dinámica entre riffs pesados y melodía, notoria sobre todo en la voz de Robertson, pero las cosas comienzan a ponerse realmente interesantes cuando Black Stone Cherry logra canalizar la clara influencia que ejerce sobre ellos una banda como Lynyrd Skynyrd, tanto lírica cómo musicalmente en ‘In My Blood’, un tema con gusto a himno y uno de los puntos altos del disco en lo que se refiere a composición.

Lamentablemente, el cuarteto norteamericano no pudo evitar caer en lo cursi. Tomen como ejemplo el título ‘Blame It on the Boom Boom’ para empezar a comprender esa idea. Ni siquiera uno de los mejores riffs del álbum puede salvar la arrogancia forzada de esta canción. Lo mismo sucede con la letra de ‘Let Me See You Shake’, donde una chica debe mover “lo que tu mamá te dio”.

La banda se escucha más honesta, y ciertamente más suave, en ‘Won’t Let Go’ y ‘Stay’, donde los sonidos acústicos son los sólidos cimientos sobre los cuales todo se construye. Esa misma línea de honestidad que Black Stone Cherry muestra en estos temas y al comienzo del álbum con ‘In My Blood’, también se cuela al cierre con ‘All I'm Dreamin' Of’, de una producción notable, donde ninguna nota o instrumento están demás.

Poco más de cuarenta minutos le bastan a Black Stone Cherry para demostrar cuán bien pueden manejar el balance entre hard rock y baladas. En su caso, esta dualidad suena bastante natural. Como si casi sintieran una obligación por mostrar ambos lados de la moneda y no simplemente porque los ayude a vender más discos. Eso es lo que marca la diferencia con respecto a otros grupos de su estilo y lo que a la larga les servirá para mantenerse y lograr la tan ansiada masividad.





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