domingo, 29 de diciembre de 2013

PALOSANTO


Teoría: a los españoles el rock les cuesta. Han sido campeones para producir baladistas y cantautores de lírica profunda y comprometida. Pero en la división de las guitarras y los decibeles la calidad no es precisamente la misma. De acuerdo.

La historia y la memoria citan a Miguel Ríos, Barón Rojo, Leño, Siniestro total, Obus, una lista cuyos integrantes carecen de la originalidad de, por ejemplo, un Raphael o Camilo Sesto. Por eso la posición de Enrique Bunbury en el cancionero de España es única. El ex Héroes del silencio despliega una carrera representativa de un diálogo entre ambas vertientes, siempre bajo un sello indiscutido. En Bunbury está patente la sabiduría de barra y taburete que tanto encanta a Sabina y Calamaro, revestida de filo rockero gracias a una estética pendiente de The Cult.    

“Palosanto” está planteado como los antiguos elepés dobles, con quince temas, más un disco en directo titulado "Cualquier tiempo pasado", de la gira de promoción de su anterior álbum de covers, "Licenciado cantinas" (2011). En las nuevas canciones Bunbury plasma un sentimiento que aparentemente alberga esperanzas, aun cuando el resabio definitivo resulta lúgubre, fatalista. Todo el conjunto -letras, melodías, ambientes-, parece hacer eco de una España noqueada por una crisis de la que no sabe cómo salir. Bunbury no habla explícitamente de política, pero es notorio el agobio por un sistema, una existencia, donde refleja el espíritu de generaciones que han sido estafadas en sus esperanzas.

Abre con ‘Despierta’ (“todo ha cambiado/nada es como habíamos imaginado”), cuyo clamor inicial parece optimista, sin embargo pronto sus palabras suenan a resignación. De inmediato su banda del último tiempo, Los Santos inocentes, verdaderos musicazos, despliegan un manto donde la guitarra pivotea con acordes espectrales más que riffs musculares, mientras la batería fusiona su pulso con la percusión, creando un barniz rítmico sugerente.  

El sentimiento lúgubre persiste en ‘Salvavidas’ (“todo lo que necesito hoy/quítamelo/y déjame seguir atrapado en este bote salvavidas”), donde la sensación de abandono está impecablemente lograda, incluyendo un tono soul aportado por voces coristas femeninas, en un giro que recuerda ligeramente a Pink Floyd. Al turno de Los inmortales, la pasión por la estética desértica característica de Bunbury con notas de guitarra reverberantes, continúa sometida a letras de sombría inspiración (“los inmortales están bajo tierra/ y sus heridas se perderán como todo lo demás”). Luego ‘Prisioneros’ marca un paso cansino, sostenida en un simple tiempo de batería, el tipo de canción precisa mientras el bar se cierra, y un músico solitario ensaya versos en un viejo teclado consumiendo cigarrillos. Otra vez Bunbury hace gala de su pesimismo en un coro dramático que recita “cuanto más participamos/más nos precipitamos/ el brillo se apagó/ la infancia terminó”.

Más tarde, en ‘Habrá una guerra en las calles’, Bunbury coge un ritmo cadencioso, pero la lírica insiste en la fatalidad presagiando desbordes populares (“ahora está en peligro/ tu seguridad”). El cariz desafiante, de amenaza, persiste en ‘Destrucción masiva’ (“solo deseo que no descanses”), con su voz procesada en un efecto maquinal, robótico.

Mientras los informes financieros y sociales hablan de una España noqueada, Enrique Bunbury es el relator no de la caída, sino de la cuenta del árbitro en tanto el luchador trata de ordenar las ideas y las estrategias para seguir en pie. En ese sentido, “Palosanto” es un disco magnífico para describir el ánimo inmediato tras una golpiza. Solo tristeza y desolación.






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