Todavía quedan muchas personas que le dicen “punk” a lo genuinamente rebelde. En honor a su inocencia, diremos que "Morning phase" es lo más punk que Beck ha hecho en su carrera. Su atrevimiento supera al pastiche de "Odelay", al space funk de "Midnite Vultures" e incluso al arrebato emocional de "Sea Change", disco que según él mismo es un hermano espiritual de este nuevo lanzamiento.
No lo parece: reproducidos uno tras otro, "Morning Phase" equivale a un suspiro de alivio después del sollozo que es "Sea Change". Aun así, ambos pertenecerán a la misma fila cada vez que se intente ordenar el catálogo de un picaflor de estilos que experimentó antes de ser famoso, puso la rúbrica en una respetable lista de hits radiales y ha cubierto bases tan diversas como Velvet Underground o Yanni al juntarse con sus amigos a grabar covers.
"Morning Phase" es “punk” porque desafía lo establecido. La música que suena en la radio suele tener en promedio 120 beats por minuto; a esa velocidad estamos acostumbrados y lo que está dentro de aquel margen es considerado normal. Pues bien, Beck acaba de lanzar un disco que en promedio marca 60 BPM y que lleva un mensaje claro: te puedes aburrir si quieres. Al tipo que te puso a cantar 'Loser' no le interesa, por ahora, tatuarte otra canción en la memoria. Esta lentitud supone, además, un reto a los músicos que lo secundan, la banda de apoyo del sangrante "Sea Change" (incluido su padre, David Campbell, el arreglista detrás de hits noventeros como 'Iris' de Goo Goo Dolls, 'I Don't Want to Miss a Thing' de Aerosmith o 'Always' de Bon Jovi), enfrentada a la misión de mantener el acompañamiento en un estado levitatorio, como si fuese una partícula flotante. Cualquier músico sensato asentiría: no es una tarea simple.
Para complicar las cosas, el californiano le da la espalda a la imperante cultura del tema suelto. Prefiere correr en reversa y apostar por el álbum como unidad de medida: ofrece 47 minutos de piezas que funcionan grupalmente y se debilitan por separado. El único momento en que pisa el acelerador, aunque sin despeinarse, es en 'Blue Moon', el calmo sencillo de presentación de un disco que es aun más sereno. Eso no le quita lo ambicioso: “Morning Phase” envuelve con sus arreglos porque busca transportar hacia una especie de ensoñación bachelardiana a la que, tras el empequeñecimiento de los formatos y de la experiencia sonora en general, cada vez menos grupos y solistas apuntan como meta. Es un esperanzador voto de confianza en el poder de la música.
Beck aprendió a esperar, después de que su salud y algunos asuntos contractuales lo mantuvieran en un indeseado silencio discográfico, y conquistó el secreto para vivir el tiempo y dejar que el tiempo lo viva a él, como si obedeciera las sugerencias que hace “Del buen uso de la lentitud” de Pierre Sansot, el filósofo francés que describe a la vida “como ondulación, como despliegue, la vida en pequeñas gotas más que como un tornado o un río impetuoso”. No aborda la nostalgia con ardor anhelante en sus letras, e incluso se ha vuelto inescrutable en comparación al libro abierto que fue en “Sea Change”, aumentando automáticamente su magnetismo en el rol de cantautor. Hace tiempo que dejó de escudarse en su sentido del humor para tomar una guitarra de madera, como lo hacía en 'Jack-ass' o en las partes country de “One Foot on the Grave”, pero ahora tampoco requiere confesiones y un corazón roto para justificar un disco acústico. Creció y se quedó corto con “dos tornamesas y un micrófono”: sólo un estudio lleno de músicos puede materializar lo que oye en su interior el fascinante señor Hansen.
Por Andrés Panes.
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