La visita de un violín histórico. La nostalgia que se vuelve riff furioso. Los cuidadosos rastros de una banda que sigue creyendo en sus poderes. Eso y más se oye y se ve en el disco 2014 de La Renga. “Pesados vestigios” afirma un regreso a sus raíces de rock urgente, alejados del lirismo de “Algún rayo” y con apuro por volver a la ruta de los decibeles.
“Pesados vestigios” ofrece un repertorio guitarrero y purificado de rock construido fundamentalmente desde el power trío, con momentos de mayor orquestación.
Desde el lado de las letras, “Pesados vestigios” es mucho más directo que los momentos de profundo lirismo del disco anterior. Sin muchas vueltas, lo que se canta son sentimientos directos, pasados por una muralla de amplificadores y tocados como si el mundo se estuviera acabando.
La Renga está fuera de modas que apuntan a lo indie y lo hipster. Eso está claro, y en ese camino, se enarbolan las banderas del hard rock de acento punzante, lo cual puede no ser novedoso en su caso, pero sí se manifiesta como señal identitaria. “Pesados vestigios” es un disco reconociblemente renguero desde principio a fin, sin traiciones estilísticas. Sin embargo eso, que puede constituir una carga para otros grupos, se puede leer como la asunción plena y con las botas puestas de una herencia propia y colectiva. No en vano, el disco contiene un tema en el cual participa Ricardo Soulé, de Vox Dei, banda seminal del rock argentino.
De alguna manera, “Pesados vestigios” complementa a “Algún rayo”, pero no en el sentido de que ambos discos se parezcan, sino que son dos caras de una misma visión. Allí donde “Algún rayo” conduce por textos de cierta densidad, “Pesados vestigios” es mucho más directo. Temas como la nostalgia, la autoidentidad, el inconformismo vital y el deseo de vivir la vida más allá de obligaciones de la sociedad, son tratados de una manera mucho más llana.
Nunca se insistirá lo suficiente en la capacidad que tiene Chizzo Napoli de inventar riffs adictivos, que ayudan a enganchar al auditor de una escucha en otra. En ese sentido, ‘Corazón fugitivo’, que abre la placa, es un claro ejemplo de esta virtud. Esa sensación se prolonga en ‘Nómades', que factura del mismo fondo.
‘Mirada de acantilado’ trae al recuerdo a La Renga más temprana, esa de antes del disco “Despedazado por mil partes”, con un Chizzo mucho más gritón y agudo, mientras la banda se anuncia acelerada y furiosa. Esa intensidad disminuye algo en el siguiente corte, ‘Día de sol’ que, siendo más lento, también se ofrece como posible clásico y en vivo puede sorprender.
No todo es apuro, ya que hay temas como ‘Sabes qué’ donde el ritmo pierde intensidad, en una balada melancólica que acoge la colaboración de Ricardo Soulé, quien con voz y violín se hace parte de la entrega. Si bien la letra puede tener un cierto tono ingenuo, la música se encarga de traer un adictivo timbre retro que sostiene la propuesta.
En la misma línea, con reminiscencias de folk y la llegada de la armónica de Manu, ‘San Miguel’ insiste en la melancolía teñida de rock. Este tema es parte de la sanación de un asunto muy sentido por la banda, ya que alude al chico muerto en 2011 luego de recibir el impacto de una bengala durante un recital del grupo en el autódromo Roberto Mouras de La Plata.
En la misma línea de homenajes, ‘Pole’ acelera el pulso para recordar al fallecido actor argentino Víctor Poleri, amigo del conjunto, quien participó en videos como ‘El rito de los corazones sangrando’, ‘En el baldío’ y ‘El final es donde partí’.
‘Muy indignado’ se puede entender como una respuesta a las críticas que recibió la banda por haber participado en actos oficialistas en 2013. Puro rock para debatir, como ya lo ha hecho antes el grupo en ocasiones que responden la crítica con música a mayor velocidad.
‘No para de aletear’, más rápida aún, como llamando al pogo, recuerda la locura de ‘La ruta del deshielo’, incluso con alusiones a El Precipicio (mítico fanzine de Los Mismos De Siempre). Una guitarra zumbona y efectista completa el juego.
Lo siguiente es un saludo a la cultura motoquera, de la cual Chizzo es parte central, como heredero vital de Pappo, presente en el tema ‘Motorock’, donde el hard rock de manual domina el decibelaje.
Para el cierre, ‘Masomenos blues’ baja la tensión con un blues que podría ser un tema con sabor a whiskey, o a fernet, que para el caso viene siendo más adecuado.
Tema aparte es la cuidada propuesta gráfica que el disco entrega. Una muy bien diseñada caja esconde un set de postales retro, con La Renga en ropa de vaqueros recreando una saga de bandidos guitarreros y decididos, que sacan a Manu de la cárcel para irse a tocar blues en alguna cantina de la zona. Como siempre, el aspecto visual es un gancho ineludible para hacerse de un disco que es, a la vez, un objeto de colección. El baúl de La Renga esconde variados vestigios para complementar la audición del disco.
En definitiva, “Pesados vestigios” es un disco donde La Renga miró muy atrás para tomar impulso y seguir en la ruta. Pareciera que se re encantaron con el rock de sus inicios, en versión cruda, que recibe pocas veces la invitación de otros timbres (violines, armónica, los bronces o una slide guitar), pero que sabe construir con esos elementos básicos un disco de mucho potencial. En foros ya se comenta si este disco es superior a “Algún rayo” (cosa que creemos), si bien es esperable que las sucesivas escuchas y las presentaciones en vivo lo instalen con dignidad en la galería de los clásicos rengueros.
Por Pablo Padilla Rubio.
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