Graham Coxon toma el control de Blur en “The Magic Whip”. Junto al productor de los cinco primeros discos del grupo, Stephen Street, el guitarrista armó la base del álbum a partir de grabaciones que acumulaban polvo y que estuvieron a punto de perderse. Registros del año 2013 en Hong Kong, cuando la cancelación de una fecha permitió improvisar horas de estudio durante cinco días y sin presión de terceros.
Intervenidas por Coxon y Street, las pistas instrumentales convencieron a Damon Albarn de volver a Hong Kong para escribir letras. De esa experiencia, que el vocalista trató de vivir como si fuese David Bowie en Berlín, nacieron 'There Are Too Many of Us' (la marcha elegida como segundo avance) o 'I Broadcast' (acaso una prima lejana de 'Advert'). Canciones que exploran el aislamiento que vivimos pese a la sobrepoblación o a la hiperconectividad; un asunto que lo obsesiona, como se notó en “Everyday Robots”.
“The Magic Whip” continúa la línea de ese disco en ciertos minutos (por su cariz infantil, 'Ice Cream Man' es la nueva 'Mr. Tembo'), pero se sitúa con absoluta naturalidad dentro de la cronología de Blur. Es muy reconocible desde el primer instante: en cuanto a sonido, contiene rastros de su sempiterno romance con Pavement y los Kinks, y en lo que respecta al mensaje, preserva su interés en las observaciones sociales (aunque no hay nada tan ácido como 'Colin Zeal' o 'Charmless Man').
Impresiona la forma en que el disco fluye, si tenemos en cuenta su gestación, bastante dispersa, y que tres cuartos del grupo no consideraban que retomar el proyecto valiese la pena. También asombra su profundidad: soporta varios tipos de análisis, como las inevitables revisiones buscando nexos con el pasado de Blur (completamente al descubierto en 'Lonesome Street' y 'Go Out') o con la obra de terceros ('Riders on the Storm' de los Doors en la melodía de 'Pyongyang', Les Paul y Mary Ford en la guitarra de 'My Terracotta Heart'). Más importante aun, pensando en el futuro, es que suma inclinaciones y revela capas: ahora tocan soul ('Ghost Ship') y, como renunciaron al sarcasmo permanente, amplían su capacidad expresiva ('Mirrorball').
Para empinarse a la altura de “Parklife” o “The Great Escape”, lo que falta es un hit. La coreable 'Ong ong' anda muy cerca, pero se queda corta. Quizás es el precio que pagan los integrantes de la banda por ser fieles a la actitud “yo en realidad no quería estar aquí” que cultivan desde los 90, cuando intentaban transmitir que la fama les había llegado por arte de magia y sin buscarla (mentira). La naturaleza casual de “The Magic Whip”, con todo lo que se demoraron en grabarlo y el poco tiempo que le dedicaron, es una exageración desmesurada de esa postura. En el peor de los casos, un indicio de que se creyeron su propia ficción. Aunque ahora tuvieron suerte, no deberían repetir la metodología si es que sacan un nuevo álbum. Nadie quiere ver a Blur convertirse en una caricatura sin himnos que ofrecer.
Por Andrés Panes.
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