lunes, 26 de octubre de 2015

WEICHAFE - LA LUZ DEL GUERRERO

Este EP de tres canciones se grabó con público el 5 de septiembre con el nuevo batero, Roberto Ugarte, en la sala SCD de Vespucio. No fue una tocata propiamente tal, sino una sesión con las bases registradas primero, luego guitarras, doblajes y solos, la secuencia habitual en un estudio, y con la asistencia haciendo coros en un corte. 

El plan recuerda la pequeña hazaña de Jack White hace un tiempo, cuando grabó con espectadores e imprimió un vinilo durante la misma jornada. En este caso, la gente que participó de la sesión de Weichafe tuvo las canciones en su correo en pocas horas. Es el entremés del nuevo álbum proyectado para el segundo trimestre del próximo año, bajo la producción de Alain Johannes, y que eventualmente podría ser hecho en Los Angeles. Si esta es la entrada, el plato de fondo debiera ser memorable. “La luz de un guerrero” retrata una nueva dinámica en Weichafe, y da esperanzas sobre la ductilidad que a veces se extraña en su discografía.

La obra reincide en ese costado desencantado y crítico social sin dobleces, rúbrica de la banda. 'La fuerza de la tierra', el primer título, apunta en una de sus líneas a los usuarios de plataformas virtuales -“troll de la red social / sentado al sofá / anclado al temor / de perder la paz”-; en 'Un mundo hostil' (con letra del bajista Marcelo Da Venezia) señalan a quienes predican cómo vivir -“sales bien vestido a imponernos tu fe”-, mientras 'No dispares' es una epístola a las fuerzas del orden con una de las mejores letras que ha salido de la pluma del cantante y guitarrista Angelo Pierattini: “suéltame paco que / cuidas de los que nos dejan sin voz / yo soy tu hijo / tu padre y tu sangre / que triste es el odio / que vive en tu interior / me apuntas sin pudor”.

Las tres canciones abordan distintos temperamentos musicales. La primera tiene vocación de himno para ser coreado por una multitud, con tiempo y cadencia de reminiscencias folclóricas, y cierta pastosidad en el sonido bien trabajada, que redunda en una sensación de lamento y desazón. La segunda ofrece la voz gutural de Da Venezia, distintas secciones en velocidades vertiginosas incluyendo un elástico fraseo de bajo y guitarra, en tanto la última exhibe delicadeza y melancolía, características que no son precisamente las primeras que se vienen a la memoria cuando se piensa en Weichafe. Los acordes son lánguidos, limpios, la percusión sutil y el bajo en suave apoyo, una especie de arrullo nocturno. La llegada de Ugarte imprime en estos temas una fluidez renovada. Tambores y platillos son encarados con mayor relajo y soltura, sin transar la fuerza que demanda el material del trío. Un gran apronte para este nuevo capítulo de una banda que sacó provecho de la pausa y la distancia.





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