El éxito de Kula Shaker con su debut “K”, en 1996, duró lo que dura una barra de incienso. Y aunque el trabajo portador del radiante ‘Govinda’ y el psicodélico ‘Tattva’ fue en su momento destacado por la prensa local, su lugar en la historia del rock británico está más anclado a la anécdota pintoresca de haber situado un hit en el Top 10 cantado completamente en sánscrito, que por ser una obra cargada de verdad imperecedera.
Luego de su separación en el año 2000, tras la edición de su segundo trabajo “Peasants, Pigs And Astronauts” (1999), la banda se reformó nuevamente en el año 2007, editando los irregulares “Strangefolk” y “Pilgrims Process” (2010), ambos sin el tecladista original Jay Darlington, que para entonces se encontraba formando parte de Oasis como miembro en ruta.
Esta vez, “K 2.0”, producido por el líder Crispian Mills, el bajista Alonza Beavan y Duck Blackwell, pretende ser una especie de secuela de aquellos quince minutos de fama de hace veinte años atrás, acoplándose a los ánimos mundiales de reevaluación y revival 90s, en una esperanza de reivindicación. El single ‘Infinite Sun’ (“somos uno, sol infinito, volando como un águila”) condensa en una escueta carta de presentación aquellos vaivenes de raga rock que, dentro del bizarro bestiario del Britpop, donde Blur jugaba a McCartney y Oasis a Lennon, terminaron emparentando a los del suroeste de Londres al inquieto espíritu del silencioso George. Aunque su factura anticipe un trabajo cargado de psicodelia bañada en hard rock (presente en la efervescente ‘Here Come My Demons’, y las débiles ‘Get Right Get Ready’ y ‘Mountain Lifter’), esta versión 2.0 de “K” carece de uniformidad y cohesión. A pesar de ello, en sus momentos inspirados la placa sorprende al dejar entrever a un Mills más cercano que nunca a Tom Petty, en especial en la acertada tríada formada por ‘33 Crows’, ‘Oh Mary’ y ‘High Noon’.
Al momento de comenzar el segundo asalto, las palabras del gran David Hockney “en tu mente puedes ir a cualquier parte, puedes ir incluso al final mismo del Universo”, suenan totalmente fuera de contexto en un trabajo que no parece avanzar demasiado. ‘Holy Flame’, una suerte de versión disecada de ‘Coffee & TV’ de Blur, y ‘Death of Democracy’, una balada en tonos del Dylan de “John Wesley Harding”, son momentos paupérrimos, que revelan la misma escasez de ideas que hace veinte años atrás terminó podando las posibilidades de desarrollo de una banda que podría haber sido mucho más interesante. Completamente absorto, presa de la ilusión, un efusivo Mills canta en el luminoso single: “ella cambia todo lo que toca, todo lo que ella toca cambia”, pero nada parece haber cambiado del todo. Será para la próxima reencarnación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario