Cuando emergió el punk muy pocos se podían imaginar que iba a convertirse en un hito de la historia de la música popular, un capítulo con nombre propio de esa caudalosa y polifacética riada musical nacida con el rock and roll y que, aún hoy, sigue palpitando.
Porque más allá de lo que puedan consignar los libros, por ejemplo, la memoria recuerda que cuando se produjo el nacimiento del punk, la percepción y el análisis del momento eran, en general, que se trataba de un fenómeno que pronto iba ser sustituido, solapado o superado por otro. No sólo no fue algo efímero sino que musicalmente, como moda, modus vivendi/operandi o ideología, su influencia se ha extendido hasta el presente, en su esencia o como sustrato.
En la escena musical estadounidense ese movimiento ya había adquirido expresión a inicios de 1970, con una serie de grupos y solistas que fueron catalogados posteriormente como hacedores de un protopunk que grosso modo se posicionaron claramente ante una manera de hacer rock de tintes mainstream cuando no grandilocuentes, tan comunes en aquellos años, léase Led Zeppelin. Practicaban los nuevos protagonistas un rock más básico, garagero, melodías simples y cortantes, contundencia instrumental y decibélica en temas de duración corta y letras definitivamente antiorden establecido. Los Stooges de Iggy Pop, los Suicide o los New York Dolls fueron llamativos ejemplos.
Unos pocos años más tarde, en ese año trascendental ya se puede dar por existente una escena rockera en ambas orillas del Atlántico que poco tenía que ver con los gustos entonces imperantes. En Estados Unidos, concentrados en Nueva York eso sí, convulsionan su área de influencia los Ramones, Television o Patti Smith, mientras que en la escena inglesa comenzaban a dejarse oír y ver los Clash, los Damned y, por su trascendencia mediática, los Sex Pistols.
En Inglaterra, la eclosión del punk fue extensa en áreas de influencia y con connotaciones a veces motivo de polémica. Su oposición al mainstream como sinónimo de un rock adulterado se hacía coincidir con un rechazo, en el caso de los Clash de Joe Strummer, a lo que se había hecho antes aunque estuviera firmado por Beatles, Elvis Presley o Stones. O su arraigado –al menos de puertas afuera– nihilismo, resumido en el No future de los Sex Pistols en una Inglaterra thatcheriana con descontento juvenil y paro crecientes. O un posicionamiento, en general, izquierdista y/o antiautoritario, sintetizado nuevamente en el God save the Queen o el Anarchy in the UK de la banda de Sid Vicious y Johnny Rotten.
El punk no pudo desafiar la hegemonía cultural, pero sí la música política
Con todo, sobre todo en Gran Bretaña, el movimiento punk, la filosofía punk, la estética punk calaron porque aparecieron sobre un caldo de cultivo, sobre un terreno en agitación desde hacía unos años. Al fin y al cabo, las subculturas musicales pero también vitales como mods, skins y también hippies habían arraigado en algunos ámbitos estratégicos a lo largo de los años sesenta. Es decir, la ruptura que supuso el punk no fue tan radical porque ya había precedentes, lo que no quita que la profundidad de la ruptura estética pero también existencial fuera notablemente más profunda que los amagos del pasado.
Los Sex Pistols son una de las referencias visuales indiscutibles del punk británico y en general de la estética del fenómeno (de hecho, según el batería de los Ramones, Marky Ramone, fue el descubridor y mánager de los Pistols, Malcolm McClaren, el que en un viaje a Nueva York en 1974 vio la nueva escena que estaba apareciendo en el underground, su estética, y el que a su regreso a Londres formó los Sex Pistols a imagen del modelo neoyorquino). Han transcurrido cuatro decenios desde que apareciera en el mercado discográfico británico su emblemático Anarchy in the UK, o que asimismo en el 76 emergieran también en Inglaterra los mencionados The Clash o los Damned, estos más preocupados que los primeros en un principio por su labor política que por sus propuestas estéticas. Hace también cuarenta años que los Ramones ofrecieron un par de conciertos en Londres e hicieron una breve gira por Gran Bretaña acelerando definitivamente la eclosión o la visibilización de bandas de parecido impulso; noche histórica la del 4 de julio: los Ramones actuaron en el mítico Roundhouse londinense prologados por unos incipientes Stranglers, y a la misma hora, en un local de Sheffield, se presentaban los Sex Pistols teloneados por unos debutantes… The Clash.
Aunque, en términos estrictamente culturales, el punk no pudo en ningún momento amenazar lo que podría llamarse hegemonía cultural, en Inglaterra principalmente pero también en Estados Unidos, sobre todo porque políticamente no eran los mejores tiempos para ese tipo de tsunamis, sí que provocó una transformación de lo que hasta entonces se entendía por música política. Hasta entonces, el subgénero musical que más o menos se denominaba de esa manera era sinónimo de música de denuncia, parcela en la que cultura anglosajona estaba gloriosamente representada por una amplia galería de artistas comprometidos, una figura que acabaría asociándose a la del cantautor.
Sin embargo, a partir de mediados de los años setenta el concepto de la música política se transforma al ofrecer un contenido literario mucho más inmediato y vital, y, sobre todo, que se plasma más allá de la letra de una canción en concreto. Una serie de plasmaciones prácticas de calado estructural y muy político y que han llegado a nuestros días plenamente asentadas: estamos hablando de la aparición de sellos discográficos independientes que agrietaron el monopolio de las grandes corporaciones (allí nacieron las legendarias indies Mute o Factory), el establecimiento –o el intento de– de canales alternativos de distribución discográfica y de organización de conciertos, la aparición y consolidación de los fanzines como canal expresivo e informativo alternativo…
Y eso sí que hay que verlo como una pequeña revolución en la manera de pensar, organizarse y actuar musicalmente, y no simplemente de cantar con más o menos rabia, con más o menos escupitajos…
Por Esteban Lines.
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