Pocos lo saben. Una de las más grandes protestas que debió sortear la Unidad Popular no fue aquella de los camioneros o los poderosos gremios patronales. Se trató del “Cautinazo”, un gigantesco levantamiento mapuche que iniciado en 1970 implicó la ocupación de miles de hectáreas usurpadas tras la mal llamada “Pacificación” de La Araucania. Fueron más de doscientas mil. A punta de tomas y corridas de cerco. Así como lo lee, doscientas mil. Y de un paraguazo.
Descontentos con la Reforma Agraria que reducía la lucha mapuche a una demanda “campesinista” y llenaba de nuevos colonos los asentamientos -“una nueva invasión winka”, comentaba siempre mi abuelo-, los mapuche pasaron de los dichos a los hechos, ocupando decenas de fundos y enfrentándose tanto con latifundistas malas pulgas como con Carabineros. Hubo desalojos violentos, muertos de lado y lado, y centenares de mapuche desfilando por tribunales y calabozos sureños. Cuesta creerlo.
Al igual que Pinochet y toda la Concertación junta, ni el “Compañero Presidente” se libró de los “indignados” mapuche del sur. Pero a diferencia de los anteriores, Allende tuvo el suficiente tino político como para maniobrar y salir bien parado del entuerto. Y es que producto del “Cautinazo” fue la avanzada Ley Indígena promulgada el año 1972, que reconocía la usurpación de tierras ancestrales y garantizaba su devolución a los lof, proceso paralelo a la Reforma Agraria y su eslogan de “la tierra para el que la trabaja”.
Parte de esta historia, desconocida para los chilenos e incluso para las nuevas generaciones mapuche, es la que rescata el filme “Ahora te vamos a llamar hermano”, del cineasta chileno Raúl Ruiz, estrenado en el 19 Festival Internacional de Cine de Valdivia. Hecha durante el tiempo en que Ruiz fue comisario fílmico de la UP, muestra una gran concentración mapuche en Temuco, convocada en 1971 para anunciar aquella Ley Indígena y el acuerdo solemne establecido por Allende de garantizar los derechos políticos y territoriales mapuche.
La cinta es un verdadero hallazgo. Una joya histórica y cinematográfica, de culto para los admiradores de la monumental obra de Ruiz. Una única copia fue encontrada en el Archivo Storico delle Arti Contemporanee en Italia. Fue restaurada por la Fondazione Biennale di Venezia y la exhibición en Valdivia fue su estreno en suelo chileno. Narrada completamente en mapuzugun, la “voz de la tierra”, lo que emerge de los testimonios recogidos por Ruiz es la molestia de un pueblo maltratado y traicionado demasiadas veces. Y pese a ello, también su esperanza por un futuro mejor.
“Nosotros consideramos que los problemas de los mapuches no pueden solucionarse sólo en función de la reforma agraria”, le decía Allende al cineasta estadounidense Saul Landau, hablando del tema en el jardín de su casa de Tomás Moro, el mismo año de la película de Ruiz. “Aquí hay un problema antropológico cultural, de raza, de un pueblo distinto a nosotros. Este no es un problema de un día, será un problema de muchos años… Ellos nos llaman winkas”, agregaría Allende, pedagógico.
Razón tenía Allende. Los mapuche -entonces y también en nuestros días- llamaban “winka” a los chilenos y también a sus autoridades de gobierno, lo que incluía al propio líder de la UP. Es decir, ladrones, usurpadores, el que llega sin ser invitado y más encima se lleva el trozo más grande. También el que con artimañas, engaña, miente, que promete y luego no cumple. Tras el “Cautinazo” y luego de respetar Allende todo lo pactado aquella tarde en Temuco, ahora recién los mapuche lo podían llamar peñi, “hermano”. Es la dignidad que registra la película.
El documental lo puedes ver aquí:
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