La fuerza que hizo ganar a Trump es la misma que vive en el espíritu de los que aquí, en Chile, piden a la primera que se mueran todas las lacras delincuentes, que los lanzas deben morir porque sí; es la misma que vive en los que insisten, seis años después, que los presos de la cárcel de San Miguel estuvieron bien muertos, porque son simplemente lacras.
Oye, mirémonos un poco, miremos a nuestro alrededor, conversemos con nuestros tíos y vecinos. Trump no está en la luna, está en el país que ha servido como modelo de todo lo que hemos construido, el país que nos ha educado con las ideas nacidas de sus entrañas, la cultura de la idolatría a la propiedad, del si me tocan lo que compré con mi trabajo no respondo, me armo y no respondo, persigo hasta matar con alevosía, con palos y pistolas para después exigir inexistentes legítimas defensas; la cultura de la exclusión y el ascenso bajo las únicas normas morales que impone el dinero. Porque aquí, en Chile, es por el culto a la platita que podríamos perder, que se ha vuelto un sentido común la desconfianza al inmigrante, que más encima es negro, pecado terrible en la tierra de los que eran rubios cuando chicos. Es que nos vienen a quitar la pega, dicen los que desconocen que van a faltar millones de trabajadores extranjeros para suplir las plazas de trabajo para las que los chilenos ya no dan abasto.
Cuando hoy o mañana un vecino le comente lo terrible del triunfo de Trump, conversen, discutan, sobre el propio Trump que los chilenos hemos asumido hace rato como la normalidad. Porque si algún candidato populista se presentara el próximo año a la presidencia de Chile con la idea de humillar a peruanos, colombianos y haitianos, que no exista duda de que haría sentido en millones, sino no toleraríamos campantes que una diputada como Paulina Nùñez, de Antofagasta, haya expresado en las elecciones municipales que no había que votar por Karen Rojo porque iba a sufragar acompañada de colombianos, y que eso no puede pasar porque “Chile es para los chilenos”. Pregúntele a ese mismo vecino si alguna vez ha saltado al son del poropopó para no ser en el estadio un peruano maricón. Vaya paradoja, varios de los que hoy rasgan vestiduras por la amenaza peligrosa de las ideas de Trump, ayer dijeron que las sanciones de la Fifa por la xenofobia del público chileno es una exageración, porque en el insulto está el picante del fútbol. Ahí hay Trump.
Sí, Trump es una tragedia política internacional, es un peligro latente e inmediato para los millones de inmigrantes en Estados Unidos, es una pesadilla para los 37 millones de mexicanos residentes usados por el republicano en su campaña para sumar el respaldo de los xenófobos silenciosos. Esa realidad no se debe relativizar jamás. No obstante, para impedir que ese peligro sea una realidad que siga creciendo en el mundo, en nuestros territorios, lo primero que debemos hacer es hablar, conversar, asumir que el poder de los discursos violentos y opresores, amparados en la ignorancia, está actuando hoy y por todos lados. Es cosa de darse una vuelta por el Congreso, donde diputados piden minutos de silencio para honrar a quienes avalaron a criminales, y lo obtienen; donde la respuesta a trabajadores movilizados que se quedan sin reajuste por primera vez desde 1990 es un desalojo a empujones y manotazos, “y se lo merecen porque son flojos” -diría un pariente-, a vista y paciencia de las decenas de parlamentarios que hace cuatro años rechazaron la Ley Antidiscriminación, y de otros condenados por violencia intrafamiliar que reciben el respaldo de su partido. El Congreso, donde algunos se jugaron la vida para impedir la Ley de Inclusión, porque los niñitos decentes no se pueden juntar con los flaites. Son los mismos cínicos que después ponen el grito en el cielo por la condición de los niños en el Sename, organismo que quieren seguir llenando de púberes presos con legislaciones basadas en el populismo penal. Cárcel, cárcel, cárcel. Es la careta de orden y justicia defendida por los compañeros de partido de Francisco de la Maza, quien propone construir penales especiales para niños pobres. Son los por tantos años compañeros de partido del ciudadano Cristián Labbé, quien hace meses quiso ser candidato a alcalde por la UDI por Providencia y hoy recibe una orden de detención por torturas, en su casa.
Más que temer de Trump, quien hoy ha encendido una alerta en el mundo a partir de su locura, debemos temer de nosotros mismos. De los que eligieron con primera mayoría en Lo Barnechea a Cristóbal Lira, el ex subsecretario de Piñera que propuso revisar los papeles de antecedentes de todos los trabajadores de la construcción para combatir la delincuencia. Porque si trabaja en la contru es delincuente. Esos electores, calladitos en casas de todo Chile, son los que ejercen la violencia de Trump que hoy, en un escenario sensacionalista, asombra. Mejor que asombren los comentarios de nuestros amigos homofóbicos que pasan como tallas inofensivas. Mejor que asombre el contacto de Facebook que compartió la foto del Chispa torturando a un mechero, o el fan de Carabineros que el 11 de septiembre arenga a la policía militarizada en su cruzada contra los “jóvenes delincuentes” como si de una guerra se tratara. Asombrémonos con que esta semana golpearon a un joven con Asperger por defender a una pareja lésbica de insultos homofóbicos en el Paseo Ahumada, asombrémonos con la ofensiva política del poder evangélico –que se prepara para postular al parlamento con la homofobia y un dogmático antiabortismo como ejes de sus planteamientos-, asombrémonos de los transexuales asesinados en las poblaciones sin un minuto de cobertura en la prensa, asombrémonos de la golpiza recibida por el venezolano Carlos Díaz, golpeado múltiples veces en el rostro por Carabineros, tras defender a una haitiano agredido por seis suboficiales a quienes no les bastó con sacarle un parte por no pagar el Transantiago. “¿Te creí Batman o superhéroe? (…) Anda a huevear (sic) a tu país culiao”, le dijeron.
Antes de temer la bravuconería de Trump, de quien habrá que ver hasta dónde llega con su violencia política y verbal, mirémonos a nosotros mismos y nuestro entorno. Impactémonos por la violencia, intercedamos, no seamos cómplices del odio, porque esa desconfianza al negro, el asco a la diferencia, el uso de la mujer como mero objeto del hombre y su mercado, las ansias de muerte sobre el que incomoda, la homofobia internalizada, construye hoy los monstruos que mañana nos podrían dejar en el mayor poder a los peligrosos desquiciados que portan la voluntad de tantas y tantos. Primero matemos al Trump que tenemos dentro. Aquí, en Chile.
Por Richard Sandoval.
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