El viernes murió Roberto Gómez Bolaños, prolífico director, actor y guionista cuyos programas desde cuatro décadas se mantienen en los canales de televisión latinoamericanos. En esta entrevista hecha por La Jornada de México en 1999, Chespirito reflexiona sobre su proceso creativo; dice que lo suyo no eran contar chistes, sino la trama; que las ideas las sacaba de observar la vida cotidiana y que, a diferencia de muchos programas de TV, nunca copió programas gringos. “Los míos fueron siempre originales, no se parecían a nada”- sentencia.
Si alguien puede tener la certeza de que nadie puede ser profeta en su tierra, esa persona es Roberto Gómez Bolaños, Chespirito: “Aunque suene a blasfemia en México, en Perú me consideran el comediante más importante de América Latina en el milenio. Y lo creo”.
Escritor, publicista, dibujante, compositor de música y letras de canciones populares, actor, director, productor y padre de seis hijos, Chespirito, a sus 70 años, es conocido en todas las latitudes del orbe, por no decir que en algunos rincones de éste la referencia que tienen de nuestro país es gracias a sus programas.
Creador de casi media centena de personajes, el humorista logró un arraigo de un cuarto de siglo en la televisión mexicana (1970-1995), y su serie continúa entre los primeros lugares de popularidad en las emisoras hispanoamericanas, tal como lo consigna el corresponsal de la agencia Dpa en Santiago de Chile, Víctor Gutiérrez: “El creativo Chespirito puede hacer descansar su cuerpo tranquilamente. Sus inmortales personajes siguen recibiendo el cariño de niñitos de dos a 90 años, y no sólo en español -a estas alturas-, en lenguas europeas y hasta japonés, donde su latino humor es doblado con los resultados esperados: una inocente sonrisa. Las consecuencias parecen ser claras a decir por la respuesta sempiterna de los telespectadores: Chespirito podrá envejecer, pero El Chavo jamás… eso, eso, eso”.
¿Quién no conoce por lo menos una de sus creaciones? Incluso, en Los Simpson, aparece como uno de los personajes con los que Homero, Bart y Lisa se entretienen por medio del Canal 8 de la televisión de Springfield, donde aparece caracterizado como una abeja, la versión gringa del Chapulín Colorado.
La informática no podía ignorarlo tampoco. Entre los temibles virus que corren vertiginosamente por las redes, el sólo nombre de Chespirito 2002 hace temblar hasta a los más avezados ingenieros en sistemas.
Según Gómez Bolaños, su éxito se sustenta en el trabajo, la originalidad, “mucho esfuerzo y calidad”. Si bien no puede jactarse de haber instituido una escuela de humorismo en México, dice convencido: “Creo que, humildad aparte, los comediantes de los noventa han sacado algo mío”.
¿Cómo acallar a esas voces que se apenan o censuran porque México es conocido en otros países gracias a su programa?
- ¡No los quiero acallar! Quiero que se oigan. Me da un orgullo enorme. He recibido críticas de muchos lados, la mayoría aquí en México, las más duras. Pero como diría el Chapulín Colorado: ¡Que no panda el cúnico!
¿Cuál es la mayor aportación de Chespirito a la televisión mexicana?
- Un humorismo original. Una de las cosas que caracterizó mi programa es que fue de los poquitos que nunca se dedicó a copiar a otros. Ahora es casi imposible encontrar un programa que no esté inspirado en uno gringo o en uno español. Los míos fueron siempre originales, no se parecían a nada. Esa fue una aportación importante que se sigue considerando en Argentina, Chile, Puerto Rico, Brasil… en muchos lados.
Cuando se recicla el chiste, ¿éste se enriquece?
- Nunca fue el chiste, sino la trama en sí. Nunca escribí chistes. No sé chistes. Eran tramas y lo importante era la acción. Quizá esto explica el gusto de los niños: yo tenía acción: un brinco, una caída o un gesto acompañando la imagen y el sonido.
Entonces, ¿es cierto que su humor era para niños?
- Nunca escribí especialmente para niños, no hubiera podido, no sé cómo hacer un programa para ellos, porque ¿para niños de qué edad? Si escribo para los de cuatro años, los de seis se aburren; si escribo para los de seis, los de ocho se aburren… en fin, nunca lo habría sabido. Lo hacía para todo mundo, como si el público fuera yo y estaba muy lejos de ser un niño. Lo hacía con respeto al público, cosa que he mantenido toda mi vida; esto no implicó quitar las cosas picantes, pero intentaba que fueran con ingenio y no burdamente. Esa fue la diferencia.
¿Y por qué siempre se dijo que su programa era humor para niños?
- No era una clasificación oficial, era opinión de algunos. Además, sólo se decía en México, porque en otros países lo anunciaban como hecho para todo mundo. Aquí tengo un artículo que me acaban de enviar, ¡sensacional!, de Argentina, donde ponen como genial al programa, junto al de Los Simpson, que tampoco es para niños. ‘Tienen ingenio, tienen talento, que es lo que no tienen los nuestros’, dicen los argentinos. El ejemplo es válido.
¿Existen reglas en tv para hacer humor?
- No. Pero por ahí alguien me ha copiado un pequeño recurso, como el de El Chómpiras, que decía ‘no maaa… no, ¡no!’. El ritmo indicaba que iba a decir ¡no mames!, pero no decía nada malo. La imaginación se la dejaba a la gente, sin ofenderla. Chistes picantes y fuertes puse muchos, como uno en el que El Botija me preguntaba ‘¿te cruzaste con mi mujer?’, y yo respondía ‘¡sería incapaz de eso!’, o cuando El Profesor Jirafales nos explicaba en la clase: ‘en la torre de Babel fue donde se separaron las lenguas’. Y un niño, ingenuo, exclamaba: ‘¿Pues qué estaban haciendo?’. Reitero, picantes pero con ingenio.
¿En qué momento se incurre en el mal gusto?
- Cuando se acaba el ingenio. Pero la respuesta la tiene cada actor, uno sabe lo que esta haciendo y no se puede uno hacer tarugo. Por ejemplo, Eugenio Derbez tiene ingenio. Me muero de la risa cuando Armando Hoyos pregunta ‘las elefantas que no quieren tener hijos, ¿se amarran las trompas?’. ¡Me encanta, me muero de risa! Pero cuando veo ese programa donde hacen parodias de canciones y dicen ‘el piojo y la pulga se quieren casar, pero en la iglesia en vez de arroz les aventaron condones’, eso es burdo, corriente. ¿Es notoria la diferencia, no?
¿De dónde se nutrió el humor de su programa?
- De observar a la gente; de la vida misma. Siempre he buscado el lado humorístico de la vida. Inclusive estudiando. Cuando me di cuenta de que iba a vivir de esto hice muchos estudios de manera autodidáctica.
¿Se podría decir entonces que su humor es didáctico?
- No, nunca fue la intención. Pero no es antididáctico. Inclusive mentí algunas veces a favor de evitar problemas. ¿De qué manera? El Chavo tenía que hablar como niño, incluido en un contexto social bajo, pero deformaba su lenguaje para que hablara bastante mejor de lo que lo haría cualquier niño igual a él. Las deformaciones que hay entre los locutores de televisión en el futbol, en uno u otro canal, son terribles. Y en mis programas nunca pasó eso, lo evitamos.
¿Se podría decir que México tiene la tv que se merece, parafraseando eso de que cada pueblo tiene el gobierno que se merece?
- No. Es generalizar demasiado. Decir que cada pueblo tiene el gobierno que se merece es muy cruel, exagerado. Lo mismo opino con respecto a la televisión. He visto tv en muchos lados y creo que después de la gringa, la más o menos es la mexicana, en el sentido de encontrar variedad. Hay mucha calidad en la inglesa, pero hay pocas opciones. La francesa es aburridísima. La española se ha soltado un poco, a veces demasiado y son muy reiterativos. En Centro y Sudamérica la comedia es local totalmente, ese también es el error de algunos mexicanos, el localismo excesivo.
¿Cómo definiría su humor en comparación con el que actualmente se transmite?
- ¡Ah, caray! No me gusta hacer comparaciones… pero creo que lo mío contenía ingenio. Es lo que falta actualmente en algunos casos. Me he inspirado mucho en El Gordo y El Flaco, ¡eran adorables! y su humorismo sensacional. Y en algo de Chaplin, un genio, aunque a veces un poco amargo.
¿Se reprocha algo acerca de la calidad de sus programas?
- ¡Sí, muchas cosas! Una, no exigir más presupuesto para escenografías, utilería, vestuarios, etcétera. El humorismo siempre fue considerado inferior y no se le dio lo suficiente. Me da mucho gusto ver que la gente se ríe a pesar de eso.
“Desde luego, también me arrepiento de algunos programas. Por ejemplo, la primera vez que puse a mi mujer en el papel de La Popis hablaba como gangosa. Dos semanas después, recibí una carta de un señor que me decía ‘yo lo admiraba, pero a partir de La Popis, le aseguro que no volveré a ver nunca uno de sus programas. Tengo un hijo con ese defecto y en la escuela se burlan de él usando el programa’. Sentí horrible y le di toda la razón. Retiré el personaje, lo guardé un año y lo regresé hablando normal. De esas cosas uno se arrepiente mucho”.
¿Se siente satisfecho de su rol histórico en la tv mexicana?
- ¡Por supuesto! Y les voy a decir algo que me dijeron hace poco desde Perú por teléfono. Me preguntaron: ‘¿Estás consciente de que has sido el comediante más importante de América Latina en todo el milenio?’. Y dije: sí. Pero aquí en México no lo podemos decir, ¡es una blasfemia terrible!… porque nadie es profeta en su tierra.
Mónica Mateos y Angel Vargas.
La Jornada